La democracia en la muerte (una digresión alrededor de Eternity de Maurizio Cattelan)

por Pablo Rosales
Ilustración: Antolín Olgiatti

La efímera obra Eternity (Eternidad) de Maurizio Cattelán fue parte de una serie de instalaciones en el espacio público de varios artistas locales y extranjeros dispersas en el corredor que bordea lo que alguna vez fue la barranca natural del Rio de la Plata, el bajo de la ciudad que abarca los barrios de Palermo, Recoleta, Puerto Madero, Costanera Sur, y La Boca. La muestra curada por Cecilia Alemani fue la más visible de las actividades del evento Art Basel Cities Buenos Aires, llamada bellamente Rayuela (o en inglés, y horriblemente: Hopscotch). La exposición duró una semana que se me pasó volando y finalizó el miércoles pasado, el jueves por la mañana ya con la idea de este texto estimulado por mi consumo de relatos mediáticos, de camino al trabajo me di una vuelta en bici por los bosques de Palermo (plaza Sicilia) exponiéndome al peligro de una centena de perros domésticos (en situación de libertad vigilada) porque algunos espacios públicos aún conservan sus usos y costumbres a pesar de la agresiva política de ocupación del Larretismo. Asistí, tras un provisorio vallado, a ese interesante momento, normalmente ausente de expectación, llamado desmontaje. Pude percibir que al simulacro de cementerio le faltó quizás la melancolía propia del paso del tiempo, pero estimo que esa era la idea del proyecto; proponer una gloria ucrónica en el contexto de un pasajero evento turístico-cultural. Siguiendo el camino de desarme de los trabajos descubrí que los montajistas usaban como punto logístico el cercano Taller de Monumentos y Obras de Arte (MOA) donde se restauran las piezas de los diversos monumentos de la ciudad que han sufrido actos de vandalismo o el propio paso del tiempo y supe que hace un año está abierto al público: recomiendo su visita. Allí estaban El Segador de Meunier perteneciente a la plaza Rubén Darío y algunas piezas del castigado Monumento a España de la Costanera Sur, entre muchas otras obras bajadas de sus respectivos pedestales. El sitio me recordó recorridos de la infancia, a veces en los paseos con mi padre por Palermo llegábamos hasta el Centro Cultural Recoleta, en aquellos años fines de los `80 mi viejo me decía (con razón o no) que la idea de un centro cultural (a diferencia de un Museo) es que allí pudiera mostrar cualquiera. Para distinguir se instituyó lo establecido (en inglés: stablishment). Me duele que se insinúe una falta de calidad en los artistas invitados o concursados que realizaron sus tumbas y epitafios a la memoria de artistas vivos (en general ellos mismos o los más pudorosos dedicados artistas famosos o a universales como: Europa, El Mundo, El Arte, El Salario!, etc), ¿Acaso no se entiende el carácter democrático de la Muerte y de las aspiraciones artísticas? La indistinción, que propone Cattelán bajo la forma de un dudoso premio (mostrar(se) muerto) no debe confundirse con tercerización.  Tercerización en todo caso es la que hace el Ministerio de Cultura de la Ciudad al ceder sus recursos a los lobbies.

Leo en el diario La Nación que  Maurizio Cattelán “no da notas”, sin embargo la autora del texto María Paula Zacharías en su profesional insistencia logró transcribir una conversación casual durante la “fiesta” de inauguración de la pieza donde el artista comenta que le gustó “…la Mona Lisa brasileña que los brasileños vienen a ver al Malba” (el Abaporu de Tarsila do Amaral) y se pregunta “¿dónde estará la Mona Lisa Argentina? ¡En Italia!” se responde,  refiriéndose a Lucio Fontana. En su primera visita al país no parece tan desinformado su comentario; la argentinidad negada de Lucio Fontana es bastante ilustrativa de nuestra urgencia por abrirnos al mundo esperando de una marca importada la promoción de una lluvia de inversiones que (¿cuándo no?) termina siendo mero capital simbólico golondrina.

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