Pensar en nada
por Mariana Cerviño
Antonio Gramsci decía que todos los hombres piensan (lo decía en los años ´30, cuando así se nombraba el universal, hay que aclarar). No es esa actividad la que distingue a los intelectuales, sino la posición específica que ocupan, en un momento determinado, en el espacio social.
¿Todos y todas los y las artistas piensan? Para Gramsci, se piensa de dos maneras: una inconsciente, es la concepción del mundo que se expresa directamente en la práctica. Otra es la consciente, la que se expresa con la palabra. La hegemonía es lo que se interpone entre la visión del mundo que determina nuestra acción, a pesar nuestro, y la que decimos que tenemos. Los grupos subalternos tienen una manera de pensar conscientemente y otra que se contradice con ella, que es la que está presente, profunda y sofocada, en su experiencia. La hegemonía es la colonización de la consciencia por una visión del mundo, la de la clase dominante, que impide que la otra visión del mundo se manifieste, se organice de manera colectiva y modifique el estado de cosas.
Después de Gramsci, hay dos formas de entender la actividad del pensamiento y a los intelectuales: una idealista, en donde el pensamiento es abstracto, son ideas que se dicen con palabras, espíritus que flotan sin sustancia; otra materialista: acá el pensamiento es algo que se hace, son acciones en el mundo de los vivos, atravesadas y enchastradas por toda la opacidad y la opresión que impera, en plena guerra. Es ahí donde está Pablo Rosales.
Como un buen marxista, Pablo sabe que pensar es una trampa. Uno de sus maestros, Fabián Burgos, solía atacar en sus clínicas a lo que se tiene aun por «arte conceptual». Decía muy gramscianamente: «¡Todo el arte es conceptual!». Todo artista, todo movimiento, toda obra, manifiesta su concepto del arte y del mundo. El autoproclamado arte conceptual (y algunas derivas del arte político, rama predilecta de esta corriente) es una forma idealista de entender el pensamiento. Y el arte.
También Pablo tiene claro que el arte es una práctica que expresa un modo de pensar el arte: sus marcos –límites-, sus imposibles, su vanidad, sus márgenes de libertad, el error, la técnica, la belleza, el trabajo manual, la espacialidad…cada decisión -y en una obra como en una vida, hay millones- es una toma de posición. Pensada o impensada. Pensada por uno, por una, o pensada por otros, por otras.
Pero lo que se dice pensar, para un artista, es intentar, sabiendo que es algo imposible de realizar individualmente, ir contra las formas difusas de la hegemonía: lo que se nos impone. Tanto que pensamos que somos nosotras y nosotros quienes lo pensamos. Se cuela en forma de «pienso, luego existo», o más prosaicamente como «soy más inteligente que el resto». Como una máscara o un emoji, que reduce las emociones a una cantidad prefijada de gestos. Pablo piensa contra los gustos, la técnica, las formas de sociabilidad, los lugares comunes, los actos repetitivos del lenguaje, la opinión. Lo escuché decir de alguien: «Tiene muchas opiniones». Como diciendo: piensa que piensa.
Al ver la pieza gráfica que con generosidad nunca vista Pablo dispuso en la inauguración para los y las asistentes, pensé en esa obra de Roberto Jacoby en la que superpone una frase suya en tinta traslúcida a originales de otra época. Mirar las épocas como capas yuxtapuestas, como sedimentos del más acá; comparar, poner en relación vital las partes, que por pasadas tienden a secarse, a morir. Linda forma de pensar…
No sólo el afiche, sino el título de esta muestra de Rosales es, como se dice, dialógico. Un imperativo que responde a otro que proclamaba en sus inicios, donde decía a sus jóvenes pares y probablemente a sí mismo: «Hay que pensar más antes de mostrar». Aquél era un estado del campo del arte bastante distinto a éste. En ese micro universo que giraba en torno a Belleza y Felicidad, recién empezábamos a darnos cuenta del desembarco de un conjunto de personas con formación ajena a la práctica artística (historiadoras/es, curadoras/es, críticas/os, en fin, gente afín al logocentrismo), venían a disputarle a los artistas el pensamiento legítimo sobre el arte. Algo que es hoy un hecho.
Pablo parece ahora retractarse, entonces y decir: NO pensar. Que la acuarela fluya, que se mueva el pincel, que un color elija al otro, descansemos, seamos libres al menos en este pedacito de papel. Porque intuye, quizás, que perdida la batalla, por el momento, lo que se entiende por pensar es la obediencia a un poder que se arrogó el monopolio del sentido y es, en realidad, falsa consciencia.