PAPELES DE COPACABANA
Por Flor Cugat
Dibujos por Leopoldo Estol
El Copacabana Palace, es el primer gran hotel de Río de Janeiro. Un palacio de principios del siglo XX, que supo convivir con otras mansiones de la época. Con una arquitectura elegante y sobria, pero no menos fastuosa, inspirada en dos famosos hoteles de la Rivera Francesa, situados en Niza y en Cannes. No me extraña la elección de De Loof de instalarse ahí como una celebridad, un ícono y una estrella de rock, un artista para filmar su película. Niza es la ola azul de Matisse, Cannes es toda la estelaridad del cine y Río de Janeiro la liberación sexual y el refugio queer por excelencia de una gran generación de artistas locales: Puig, Pombo, Federico Moura y el mismo De Loof, entre otros. El hotel se nos presenta como una escenografía móvil y en el film Copacabana Pappers dirigido por Fernando Portabales, Sergio de Loof hace un despliegue estático, y no por eso menos lúcido, movilizante y sentimental, instalado en un escritorio con su notebook, una botella de whiskey y un tubo generoso de cocaína; Acompañado de un cuaderno de anotaciones en el que va escribiendo con una tipografía exquisita, nombres, referencias, ideas y pensamientos. Un libro de artista o un manifiesto, una escritura beat, urgente y salvaje.
Toda la dinámica de la película está puesta en la edición de video. Un montaje de fragmentos de films, premios Oscars, obras de arte, videos turísticos sobre Río y el Copacabana Palace capturado desde diferentes drones. Sumado a los diversos audios de conocidos artistas que, por lo que se logra descifrar, han donado obra a Sergio de Loof para un proyecto que jamás realizará “La Guillotina”. Y que hacen suponer que esta película está realizada como un volantazo proyectual, en medio de una huída, una retirada como un último deseo de vida que quizás, creyó merecer y no tuvo, un full hedonismo de rey o príncipe estrella.
Cuando comencé a ver Copacabana Pappers, pensé ¿cuánto puedo soportar esto?. Mientras de Loof aspiraba y hablaba con pedacitos de cocaína que se alojaban en el bigote, ¿esto va a ser todo así?. Ya había visto “Una historia del trash rococó” de Miguel Mitlag. Una película sobre De Loof preciosa que presenta su modo de producir, hacer obra y posicionarse como artista. Esta, en cambio presentaba otra arista, una más íntima, cruda y hasta más real. Una ópera trágica, un tango, una canción dolorida y latinoamericana deloofniana.
“Arte que me hiciste mal y sin embargo te quiero. Arte que te llevaste amigos, Arte que haces sufrir. Arte perro. ¿Por qué no te dejas de joder?”.
Federico Manuel Peralta Ramos.
De Loof con su Facebook abierto y encallado a la silla del escritorio, da cuenta de lo que está viviendo en mayúsculas y con faltas de ortografía, mientras nos propone diversas interacciones. Nos hace escuchar canciones pop, reivindica el rap, como modo de vida: pasarla bien, comprar ropa carísima, tomar drogas, reventar la plata aun siendo pobre. Luego, se enoja muchísimo con Almodovar que nunca nombra a Mercedes Sosa como una exponente de la canción latinoamericana (como si lo hace, en cambio, con Chavela Vargas). Y nos canta, mientras se agarra el pecho y llora:
“Cambia lo superficial, Cambia también lo profundo, Cambia el modo de pensar, Cambia todo en este mundo. Cambia el clima con los años, Cambia el pastor su rebaño, Y así como todo cambia. Que yo cambie no es extraño”
Mercedes Sosa por Sergio de Loof.
En la peli hay un dolor festivo y un modo de sobrellevarlo. El personaje que de Loof configura de sí, no parece realmente haber querido lujos, pero sí haber sido legitimado más allá del under, volverse famoso o quizás, simplemente vivir de lo que le gustaba hacer. Un “¿Sabés las cosas que hubiera hecho yo si hubiera tenido plata?”.
Entonces, De Loof se vuelve empático. La cámara subjetiva nos plantea estar ahí, pareciera que acompañamos a Sergio mientras hace de DJ y lo escuchamos, pero en realidad él nos está alegrando el momento, con lucidez y certezas, sobre la vida o el arte. Las placas de paisajes de Rio de Janeiro, que determinan las escenas y los cortes en la peli, se convierten en obra cuando las interviene su tipografía divina en un blanco con una textura similar a la tiza !cuak!. Todo se vuelve surrealista, lo vemos en el living de Susana Gimenez presentando diseños de alta costura hechos con revista Vogues, mientras le dice a la conductora “los hice con revistas porque es lo único que puedo comprar”. Destellos noventosos de dulce éxito, brillos que se desvanecen en la oscuridad, rastros de glam, de rock and pop, de under en la tv de los 90s. Luego, mira a cámara y nos dice “hubo una época en que los ricos se querían mezclar con nosotros y ahora no, el under quedó relegado”.
Mirando Copacabana Pappers entramos como en un limbo, un paraíso, un más allá de la muerte. Más allá de los lejos y los cerca, y a kilómetros luz del mundo pandémico. De Loof trabaja, piensa en el arte y en los consumos masivos, nos habla mientras escribe y responde comentarios en Facebook. Nos dice que cree en el destino, que le hubiese gustado que su vida fuera una secuencia, una cosa detrás de la otra, sin baches. Observa, fuma un cigarrillo detrás de otro, toma whisky y cocaína desde el escritorio o la cama. Está vivo, ¡es vital!, se divierte y sufre, como todos. Nunca come, nunca duerme, nunca va a la playa.