Nivel Diego
por Leopoldo Estol
Va a durar varios días esta sensación. Poné una foto tuya de enero cuando no te imaginabas todo lo que iba a pasar. Cuando no sabías que tu vida iba a crujir así. La Tierra se despereza y demuestra que no es un asteroide cualunque que gira alrededor del Sol, pero la prueba duele porque se saca de encima a unxs cuantos que caen hacia el interior del planeta. Todas ellas personas amadas fagocitadas junto a sus libros, relojes y demás pertenencias.
¿Depone Sergio De Loof su actitud inconformista? ¿a dónde va la intuición sutil de Rosario Blefari para siempre sumar sin restar? Si, ellxs. También, Quino y Agustín, un compañero de la 31. La hermana de Marta y Rubén, el papá de nuestro amigo. El 2020 nubla la superficie. Confunde. Pone en jaque el abrazo. Mata. La sorpresa es unánime. Un mes después de su cumpleaños que atravesó con frustración por no poder festejar, se retiró, se fue para siempre el 10. Lo velan en mi barrio en la misma esquina donde despedimos a Ángel, el juguetero. Me apuro y llego justo. Veo a todas las personas, barbijos, pantallitas sostenidas cortando la calle en plena medianoche, coreando su nombre. Policías en moto abren camino y el auto pasa delante mío. No puedo cantar ni saltar, lloro, soy testigo una vez más de su misterio, de su gran aura.
Moviendo de lugar los límites, jugando con la duración de los siglos como nos enseñó a hacer el historiador inglés Eric Hobsbawm, un rato antes Flor Cugat dijo mientras respirábamos la noticia aún sin creerla del todo: “Ahora sí, se termina el siglo XX”. Es el siglo de nuestro nacimiento y es de alguna manera el tiempo en donde se forjó nuestra percepción, no lo vamos a largar así nomás. Al final donde empiezan y terminan los tiempos es algo notarial, caprichoso, son las historias las que marcan a fuego. Será por eso, cuando dimensioné que la persona Diego Maradona no existía más, algo en mi pecho se hundió profundo. ¿Por qué Diez nos convocas así?
Tal vez Maradona sea nuestro David, aquel que con las armas justas hizo lo que equipos ordenados, exuberantes y preparados no podían. Un ejemplo: la guerra con los ingleses. Año 1982, un país entero se asoma a un enfrentamiento bélico, una cosa absolutamente innecesaria que se explica solamente en el apetito demagógico de generales tristes. Mandar miles de chicos en short y cantimplora al extremo sur, al muere y cuando no, a chupar frío. Una herida aún abierta en 1986, cuando el futbolista y la escuadra nacional se preparan para enfrentar a los ingleses escuchando el himno. Sí, fútbol-patria, esa amalgama equívoca. Lo que resultará del partido sólo tiene parangón en esta dimensión fantástica que a veces habilitan lxs raros, lxs diferentes haciendo goles que forman parte del carrete de los sueños.
Abro paréntesis. HAY que darle más relieve al arte cuando intenta reparar el dolor, el daño y lo absurdo. Y sin saber busca una forma mágica de hacerlo. Por supuesto, mediante el juego. El mundial de fútbol crece en la ilusión que alimenta en cada casa. En la cosa inexplicable de juntarse, de mirar un partido amuchadas y amuchados se sublima una pequeña parte de ese esfuerzo cotidiano concatenado en el que -en el mejor de los casos- hacemos COMUNIDAD, COLECTIVO, NACIÓN. Sí, es un engaño porque el fútbol no es estrictamente ninguna de esas cosas pero elegimos el truco. Tampoco, digo que nos represente a todxs pero sí a muchos. Con la lentitud del replay, Maradona hizo justicia en un mundo desangelado y junto a sus compañeros ganó el partido con talento y también es cierto, con un poco de trampa.
Aún hoy cuando veo ese gol, el que hizo con la mano, me sorprende su percepción del espacio. Si hubiese dudado, si la aceleración en el festejo no fuese la justa, toda la ilusión se vendría abajo. Maradona lector de Philip K. Dick, por supuesto. Seguramente el carácter del 10, su eterna rebeldía, su dificultad para aceptar los límites, a veces las convenciones sociales, a veces las necesidades de lxs demás o las de su propio cuerpo signaron un camino arduo. El documental de Asif Kasabia da cuenta del apogeo de Diego en Nápoles “no saben lo que se perdieron” rezaba la bandera que colgaron los tanos en la puerta del cementerio la primera vez que Napoli salió campeón en la liga, así de loco surreal y fulgurante el ídolo se asomó a la voluptuosidad sintió el calor terrestre como pocos y (obvio) no lo quiso largar. En cuanto los triunfos deportivos comenzaron a menguar, las contradicciones se hicieron cada vez más evidentes.
Como decía la profe Margarita Roncarolo “hagamos un invento que nos cubra del viento del desamparo” y acá estamos nuevamente juntando palabras. Diego interpretó su tiempo con todas las armas. Tenía la audacia, la lucidez y la conciencia física para generar -como lo llamo Nico Maidana- prodigio. Quiso el despliegue tecnológico del siglo XX, que la transmisión televisiva de esos equipos de varones que se enfrentaban en forma épica representaran tanto siendo apenas un capítulo más de la vasta cultura humana. Humanidad, palabras de despedida mediante, en esta otrora revista ahora altar. Umbral celeste. Te despedimos querido Diego, con los austeros honores que nos permite internet, hasta siempre jugador soñado.