Mafalda Mutandis
por Amadeo Gandolfo
¿Hay acaso una obra de historieta y humor gráfico más canonizada en Argentina que Mafalda? Mafalda representa ese punto medio feliz en el que (casi) todos los argentinos se reconocen. Algunos por las preocupaciones por la “justicia social” de la niña precoz, otros por su denuncia de la corrupción en la política, otros por el progresismo izquierdista de Libertad, otros por el ensoñamiento de Felipe y Miguelito y, muy probablemente, otros por el tradicionalismo familiar de Susanita o el discurso del self-made-man de Manolito. Mafalda es un prisma a través del cual se filtra ese inmenso conjunto de experiencias heterogéneas, cada una entendida como la totalización del grupo social, que es la clase media argentina. El cierre definitivo que le dio Quino a principios de los 1970s, la existencia de la tira como un conjunto cerrado, solo alimenta las diversas interpretaciones de una obra que ya de por sí es muy rica en términos sociales y políticos.
El shitposting, por su parte, consiste en hacer descarrillar una discusión de internet mediante la práctica de postear contenido irónico, de baja calidad, con intenciones de ridiculizar o trollear. El shitpost es una herramienta del troll, pero también es una especie de “práctica artística” que invierte los ejes de los valores comúnmente aceptados en el mundo del arte. El shitpost es anónimo, de baja calidad (cuanto más baja mejor: ¿memes pixelados? ¡Adelante! ¿WordArt? ¡Adelante! ¿Personajes confusos? ¡Adelante!), busca el caos, está pensado para aquellos que consumen una cantidad absurda de internet. El shitposting, también, se apropia de los fan arts más absurdos y exagerados y les da entidad. ¿Quién no vio un meme incomprensible del Chavo del Ocho culón y se preguntó de donde salió eso?
Un buen ejemplo de los extremos a los que puede llegar el shitposting en relación con personajes creados por algún ser humano se presenta en el documental “Feels Good Man”, de Arthur Jones, que narra cómo Pepe The Frog, la simpática rana slacker y fumona de Matt Furie, se convirtió de manera progresiva en un ícono para los jóvenes ermitaños y dañados de 4chan, en el poster child del resentimiento y el dolor, y luego en la mascota para la alt right nazi y llena de odio. Todo movido por el deseo de obtener “lulz” y por el desprecio a los normies. Otro ejemplo fenomenal son los memes dedicados a sí mismo que sube el historietista Pedro Mancini. Entren a su cuenta de Instagram y se van a encontrar con todo un pedromanciniverse basado en el queso rallado, Arturo Puig, el concepto de espectración, el hecho de que tiene una sola camisa y mucho más. Es un ejercicio sublime de burla a su propia condición de historietista que se muere de hambre. El shitposting es una herramienta poderosa, manejada a menudo por niños que no saben lo que están haciendo, y su capacidad para pervertir y torcer las propiedades de un signo de forma duradera todavía no fueron correctamente mensuradas.
Sin embargo, el shitposting puede, también, insuflar nueva energía en una obra. Es ello, creo, lo que está pasando desde hace unos meses en un grupo de Facebook llamado Mafalda Sopaposting. Me parece que ese grupo anárquico e irrespetuoso está re-apreciando la obra de Quino mediante su deconstrucción. No sé exactamente cómo surgió el grupo, y la verdad que esa indefinición es parte de su encanto, pero un día me llegó por Whatsapp una tira de Mafalda intervenida en la cual Miguelito se convertía en un tirador de escuela secundaria. Otro día una en la que Miguelito a través de su trompetita invocaba a los demonios del apocalipsis. Un tercero, un mash up entre Felipe en el rol de Rorschach y el Dr. Manhattan en el clímax de Watchmen, con Manhattan desintegrándolo hasta que del dientón buenazo solo quedaba una mancha negra en el piso.
Un amigo me comentó del grupo de Facebook, entré, y me encontré con una fertilidad y una productividad increíble. Otra de las piedras angulares del shitposting de Mafalda es un dibujo de la protagonista comiéndole el culo a Manolito. Obra del enigmático dibujante Kataplunchis para una efímera historia de Instagram, el dibujo cobró vida propia y desencadenó un período, alrededor de junio o julio, en el que el 90% de las imágenes consistían en variaciones alrededor de comerse un culo. Tanto que los admins del grupo tuvieron que pedirles a los miembros que bajen un cambio y piensen otros chistes. Lo que pasa es que los grupos así (lo habrán comprobado también en algunos grupos de Whatsapp) funcionan con la lógica estúpida del chiste interno entre amigos: esos que se van complejizando y complejizando paralelamente a que se van volviendo más herméticos y más graciosos para un puñado de selectos que los entienden. De la misma manera, un chiste recurrente de pronto puede morir, dejar de ser gracioso, y desaparecer de la esfera de discusión del grupo de shitposting de un día para el otro.
¿Qué operaciones están funcionando en esta mutación de Mafalda? Bueno, en primer lugar, lo que hacen es volver a Mafalda una serie de significantes vacíos. Privan a la tira de todo el rico contexto político y social, de la inscripción en un tiempo, de las maneras en que la similitud y la diferencia de la vida social de los años sesenta descripta en Mafalda ha sido leída a lo largo del tiempo por generaciones de argentinos. La vuelven pura superficie, los dibujos de Quino (y a veces ni siquiera: es común la utilización de esas Mafalda de clip art en las cuales la mano de Quino ha sido borroneada hasta el infinito) icónicos y característicos, copipegados y collageados de manera burda y digital. Me parece que hay una cierta liberación en eso. Mafalda es una tira demasiado cargada de historia. En segundo lugar, hay algo de lo siniestro en las imágenes. No por nada una de las temáticas más comunes es el horror. Lo siniestro en el sentido del anverso de las cosas, de lo oculto que retorna, de lo familiar que se vuelve temible. Detrás del “realismo” y detrás de la “inocencia” que encarnan los personajes de Mafalda anida el horror cósmico, la perversión, la violencia. Finalmente, también hay un montón de cariño y de conocimiento por la obra original, sumado a un cierto cansancio no expresado por su colocación en una especie de cajita de cristal.
¿Es esto arte? El artista plástico, crítico de arte y cómico Brad Troemel tiene un ensayo visual llamado Repetition Mindset en el que propone la cultura de los memes como una forma superadora al arte contemporáneo. Mientras el arte contemporáneo se basa en la repetición de un estilo o una técnica hasta el hartazgo, la referencialidad a otras obras de la historia del arte, la escasez, lo críptico del mensaje que tiene que ser explicado en una hoja de sala, el individualismo, un público y un mercado compuesto exclusivamente por compradores y marchands millonarios, lo cual hace que las obras sean impagables; los memes se basan en una cultura de la respuesta, como si fuese un juego, por lo tanto son colaborativos, por lo tanto son continuamente mutables, están dirigidos al público en general, se entienden casi a primera vista, son abundantes y cualquiera puede acceder a ellos. Como toda propuesta que combina en partes iguales iconoclastia y reflexión teórica, me parece una idea bastante encantadora. Creo que Mafalda Sopaposting encontró una forma imprevista de “descongelar” a Mafalda: continuarla, defenestrarla, homenajearla y deconstruirla, mediante la práctica bellamente improductiva de la producción de memes.
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