Formar mentalmente una máquina
Hay una vocación de demiurgo en dejar tan a la vista los procedimientos: previa entrada a la sala se pueden ver dos láminas, en una de ellas una señora ayuda a una jovencita mientras esta revuelve entre un montón de zapatos, en la segunda imagen un señor mayor acompaña a una niña de paseo. Luego vemos una herramienta de precisión diestra en captar ángulos y evitar que los detalles escapen. A un lado -como corolario- aparece un dibujo directamente realizado sobre la pared del museo en grafito cuyo brillo realza las figuras con calidez, allí de nuevo aparecen la señora, los zapatos en el piso algo desordenados, el señor mayor y la niña tomada de su brazo. Esta vez la escena se une y la señora pareciera estar esperándolos. La narrativa es despojada pero el cálculo conserva su magnetismo: uno vuelve a ver las láminas de donde provienen los personajes preguntándose cómo lo hizo.
El universo de Hernán Soriano es un mundo de leves corrimientos, de identidades fugaces, de misteriosos vacíos que taladran la cabeza como el tarareo de una canción cuyo nombre no podemos recordar. Así, un mapa antiguo de la América colonial aparece obliterado como si el fax hubiese confundido su misión. Solo que aquí todo ruido es asumido como señal de otra inteligencia, como confirma ese retrato papal que desdobla la personalidad del retratado en un sumo pontífice inocente y otro sorprendentemente provocador, truco franqueado vale aclarar con apenas par de tijeras.
Fotografías antiguas, retratos que bien podrían constituir un documento de uso legal, cuyas aristas se asoman cortadas y vueltas a unir con cuidadoso esmero, detrás de ellas decenas de pequeñas bisagras. Imágenes que se vuelven cosa, que proyectan sus ambigüedades sobre x y sobre y. Como la niña que es reprendida por su madre pero la mama está atravesada por un cardumen de irregulares manchas blancas que también parecen sugerir una incómoda duplicidad en la tarea de ser madre.
Las formas de intervenir las imágenes son muchas y eso le da al conjunto una cualidad de laboratorio que en el abreviado tamaño de la sala se vuelve suculento. El efecto tal vez más hipnótico será el que logre el niño que come sandía pero cuya carne ha sido escindida como en Hellrazer. Carnicería metafísica que también atañe al rostro de Otto Hahn, investigador del atómico y primo segundo de la bomba. La muestra -creo- reflexiona sobre la particular trama que se esconde detrás de las imágenes contemporáneas. Quizás por eso, el blanco y negro se impongan como parámetros amistosos en pos de lograrlo. Imagen es rigor. Ratifica, conmueve con la misma facilidad con la que mueve ejércitos aunque difícilmente se pueda rastrear en su ADN un yo de verdad. Como la androide a la que el detective representado por Harrison Ford interroga y con sus preguntas, desnuda. Hoy es un poco ridículo decir quiénes somos, en algún momento sea por mera cortesía hay que apuntar alguna coordenada digital que nos ratifique rastreables, enderezo o palabra clave, nuestras huellas digitales se abren dejando surcos.
La muestra de Hernán Soriano se puede visitar hasta fines de febrero en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Consultar horarios. Valor de la entrada $20, martes gratis.