Agite al norte del Maldonado

por Leopoldo Estol

La semana pasada una pintura se vendió por 90 millones de dólares rompiendo todos los récords para una manufactura hecha por alguien vivo. El ser en cuestión: un elegante pintor inglés de apellido Hockney. Su pintura: la reunión sugerente de dos hombres en el entorno de una pileta. Uno vestido de traje mira hacia abajo y el otro también de traje -pero traje de baño esta vez- nada debajo del agua. Tal vez un arista de interés sea cómo el pintor sublimaba en aquel entonces la partida de las huestes de su intimidad de un amante, pero tampoco importa tanto ese detalle. Lo atractivo siguen siendo los colores, digamos la paleta luminosa con sutiles contrastes. También la prolijidad con la que están retratados ambos personajes y la onda. Ese espíritu que parece apartado de la abrumadora linealidad de lo cotidiano, ese instante en el que los gatos ensanchan los segundos con sus delicado andar al tiempo que estos jóvenes se cruzan en algún porche de la Costa Oeste norteamericana. Festejo que una gran pintura se venda por millones, pero me gustaría hablarles de otra pileta.

Me refiero a la protagonista de un jardín que ha empezado a nuclear a una pléyade de pintoras muy muy muy al sur del Río Bravo y al norte de ese río escondido que es el río Maldonado. Las bicicletas van llegando y se amontonan en la entrada próximas a ese hermoso árbol que pincha el cielo de La Paternal. Allí, Ana Vogelfang, Tiziana Pierri, Sofía Bohtlingk y Veronica Madanes, entre otrxs compañeres, comparten una casa en la cual hacen sus obras y también organizan exposiciones, encuentros feministas y otro tipo de exorcismos. Muy atrás quedaron las épocas en la cual un pastor invocaba al Salvador golpeando con esperpento su voluminoso libro. De hecho, de ese tiempo sólo quedo un letrero sobre el portón que duró unos pocos dias, decía: “Jesús Alto Refugio”. Y es que las cuadrillas de Larreta, pese a que se les había comunicado la intención de conservar esa pintada como amuleto, terminaron con ella en tres brochazos. De cualquier forma otro tipo de fe se encontraba echando raíz en el recinto, pero algo del letrero fue demasiado pregnante y acabó no solo dando nombre, sino también expresando parte del corazón vital de este proyecto.

Uno de los fuertes de la programación es la gesta de muestras colectivas con tópicos que pueden ir de pensar la arquitectura de la casa y sus múltiples transformaciones, así como diálogos pictóricos sorpresivos y teñidos de la libertad que puede conferirle a la ocasión la intimidad que hay en los rincones de un taller. A algunes el nombre de Chris Kraus les puede sonar fulgurante, figura rimbombante del más allá. También mostró uno de sus videos aquí, pero lo que a mi me resultó un descubrimiento total es la inclusión de Amelie Von Wulfen, una pintora alemana que compartió en una muestra colectiva su serie de dibujos más divertidos “At the cool table”, una suerte de diario personal super franco en el cual en rápidos trazos de lápiz logra condensar los vaivenes del artista profesional. Por ejemplo, los resquemores que se generan al llegar levemente tarde al restaurant donde todos se dan cita luego de la inauguración y sentir que lejos de la algarabía, los humos y festividades del grupo más encendido, solo queda sentarse y compartir mesa con los comensales más monótonos. ¿A quién no le pasó?

En marzo de este año otra movida a destacar fue La Maldonada. Un agite previo a la marcha de #Niunamenos del 8M que buscaba expandir dentro del microcosmos “arti” una caja de herramientas diversa en la cual coexistían un taller de bioenergética con una charla sobre economía feminista, y un micrófono abierto para que la platea masculina exprese su parecer ante los vientos de cambio. Velada que tuvo por cierre la difusión de un entrañable video sobre una leyenda apócrifa y un mágico ritual que perseguía en voz alta y fuego mediante la caida del patriarcado.

Por estos días se puede visitar una muestra que nuclea obras de Octavio Garabello, Fermín Eguía y Josefina Alen. Tanto Garabello como Eguía son viejos conocidos del pentimento rioplatense. Así, la aparición de Alen es como mínimo un signo de interrogación que se bate sobre sus compañeros de salón. La expresividad de Alen tendiente a la abstracción temperamental se ve tensada por pequeños detalles figurativos como un par de ojotas Havaianas, unos juguitos o un atado de cigarrillos que la pintora recrea con exhaustivo detalle. Por otro lado, de las dos pinturas de pequeño formato de Eguía deslumbra una, presentando el discreto retrato de una muchacha que tiene tomado entre sus brazos un caniche.

La muestra, curada por Ana Vogelfang y Verónica Madanes, propone la coexistencia de tres momentos de experimentación pictórica: el austero dominio de Eguía, la aparición del mundo íntimo de Alen en el radar de Juan B Justo, y el retorno del hijo pródigo, en este caso personificado por Garabello, quien vuelve de su extenso viaje por el mundo con su técnica renovada y su envidiable capacidad lúdica para componer. De todos los cuadros que presenta, sin dudas el más encomiable se trata de otra pileta (nuestra tercera… será la inminencia de los vientos cálidos). En este caso, la pintura recrea un natatorio público de Neukölln, el barrio berlinés donde Garabello reside desde hace años y cuyo trampolín ha estado estudiando con detenimiento. Toda la destreza estará entonces sintetizada con premura: los bañistas aparecen embebidos en los placeres de una tarde perfecta. Disponen la toalla para dejarse estar y observan remolones desde sus coordenadas veraniegas. Enseñan la espesura del ocio y nos van revelando de a poco su magia como acostumbran las grandes pinturas.

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