En cuerpo y alma

por Mariana Cerviño

Uno de los grandes placeres de pasar miedo es que hace que nos concentremos.
Cuando uno experimenta un miedo extremo, se olvida del resto del mundo. Esta intensidad te ancla en el presente.
El terror abrumador puede ser lo más cerca que estaremos nunca de la sensación de nacer.
Es decir, que las buenas películas de terror nos hacen pensar; las mejores hacen que dejemos de hacerlo.
                                             Jason Zinoman.

Del libro » Sección sangrienta», visto en el muro de F.B.

Es difícil no recordar, al ver el resultado final, la cantidad innumerable de decisiones –técnicas, vitales – que toma Burgos al servicio de la búsqueda de lo absoluto en el arte. En una entrevista que hice a Fabián hace muchos años, decía que no pasaba un día sin pintar al menos seis horas; leía entonces todo el siglo de oro español, dos horas, antes de dormirse. Prácticamente no se despegaba de los cuadros cuando se acercaba la fecha de inauguración. Comía en la estación de servicio que estaba en la avenida. La ascesis total que regía su vida, sólo dejaba espacio a una domesticidad precaria. Lo asalta ahora en el inicio de su madurez como artista, la pregunta por el sentido, que en algún momento parecía haber sido colmada por la fe, El llamado.

«Es olor a bosque», me dice de la nueva trementina con la que pinta en esta etapa de su obra y, quizás, de su vida. Quisiera ahora volver al cuerpo, sentir placer. Aunque, siguiendo el tipo de operación frecuente en él, volver al cuerpo es también producir algo fuera del cuerpo, en el vacío que lo rodea. El pensamiento de Burgos se estructura siempre entre opuestos: la realidad y la ilusión, lo verdadero y lo falso, el vacío y el lleno. Nunca las ideas son plenas, siempre están habitadas por sus contrarios.

El giro teórico hacia el cuerpo, como depositario de una razón no sabida, olvida a veces algo que estos cuadros nos recuerdan: que la mente está en el cuerpo. Que la percepción es conceptual y el concepto, materia. En ese pensamiento de opuestos, que tan hermosos cuadros inspiró a Mondrian, nunca se aspira a elegir entre un polo y el otro, sino a mantenerse en equilibrio, al borde de un abismo, que es donde está Burgos, desde donde vive y pinta. Un precipicio parecido al que visitó haciendo los murales de Brickell, donde hay vértigo. Quizás haya sido la enormidad de esos edificios de Miami, lo que conmocionó ese tiempo eterno en el que estaba. Aunque en realidad toda su empresa es colosal y la tensión entre una idea y su contraria es la que anima sus procedimientos. Todos los métodos precisos y rudimentarios que organiza Burgos no tienen otra función que la de fortalecer su ilimitada ambición artística. Buscar el infinito a través del control estricto sobre los procedimientos, reflexionar todo: desde la legitimidad de la cinta de enmascarar, hasta la apertura de la trama del lino.

La figura flaubertiana del artista parece haber sido conmovida. Las pinturas que presenta Burgos en esta muestra, tratan con la materialidad de dar calma a un estado espiritual parecido al vértigo; que la fe se haga carne, que el espectro cobre vida.

Exigen al observador la curiosidad suficiente como para primero dejarse seducir por el efecto de movimiento de un cuadro, para enseguida ir más allá de este espejismo hacia la materialidad de los ultradetalles. Para eso debería ese observador acercarse. Luego de dejarse marear con las burbujas, detenerse. Casi contener la respiración para percibir la diferencia entre el modo de hacer unas líneas y otras, entre los distintos modos de construir y destruir los límites. Esa segunda mirada parecería contradecir a la primera y sin embargo las dos son necesarias.

De mil maneras hablan las pinturas de los bordes, o filos, los que dividen opuestos; los que han organizado las interpretaciones de la historia del arte y las categorías que organizan el mundo sensible: la figura y el fondo, lo abstracto y lo concreto, el arte puro y el arte comercial, el original y la copia, lo conceptual y lo retinal, la figuración y la no figuración. Lo sagrado y lo profano. Fabián se instala con incomodidad en el medio, en la cornisa.

La suya es la posición que se construye al destruir toda una serie de asociaciones obligadas, heredadas de categorías de pensamiento repetidas hasta el hartazgo, para conquistar el espacio inestable que se abre de la suspensión de las certezas.

Ese juego permanente de dobles rechazos deja al artista un poco solo, fuera de todas las relaciones estilísticas que, como amarras, podrían ligar la obra a determinados grupos, a sus intereses y a sus hábitos de pensamiento. El desamparo lo obliga, en cambio, a fortalecer la obra, para que se defienda en la intemperie. Porque si bien es cierto que la figura de artista que define a Burgos sintoniza perfectamente con el histórico modelo sacrificial de artista, no se puede eludir el hecho de que también es la única manera que parece ofrecer Argentina a un artista como Burgos. La tensión que subyace a su filosofía del arte, es la que provocan directamente sus condiciones materiales: por un lado, la aspiración a lo universal abstracto, desde unas condiciones particulares adversas. El contraste entre la aspiración a lo absoluto y la consciencia de su fracaso.

Quizás la experiencia de la monumentalidad del Brickell Heights haya empujado ese constante «Stay in Space» -permanecer en el espacio- hacia su paroxismo, dejando expuesta la finitud a la que necesariamente van ligados el impulso y la ambición de toda vida humana. Probablemente ya de regreso, en estas pinturas pueda empezar ahora a encontrar un contorno, ser más consciente de la dureza de ese límite, pero a la vez, como se decía de la polis griega, encontrar ahí dentro un espacio a escala de la vida en comunidad.

 

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