Club Solidaridad en el Arte
Por Belén Coluccio
Dibujo por Edith Chiapetto
Una exhibición en Para vos, Norma Mía! —un espacio necesario de los últimos tiempos por su capacidad de alojar proyectos versátiles y formas diversas de “hacer muestra”— retoma algunas inquietudes nunca caducas acerca del resguardo de los pasados. En el caso de la pintura, su voluntad es existir para siempre; pero esa ilusión tiene consecuencias concretas, materiales, presupuestarias. Si los museos son las instituciones que guardan las expresiones válidas del ayer, de todas maneras, muchas cosas valiosas se mantienen por fuera de esa selección. Si un artista, un escritor, un inventor no tiene familiares o amigos que puedan hacerse cargo de su obra una vez muerto, no queda claro quién lo haría.
A Julián Medina, un joven artista y profesor de pintura, el destino lo hace responsable de golpe de la obra de una pintora local ya fallecida. Un arreglo en el edificio de la escuela municipal de Caseros donde trabaja impone un cambio de sede a sus clases. En el nuevo espacio que le asignan, Julián se encuentra con un montaje de cuadros prolijamente colgados de Edith Chiapetto. La obra es lo suficientemente enigmática como para quedar prendido a primera vista y los datos que Julián consigue entre los empleados municipales son escasos. La curiosidad crece. Los cuadros podrían ubicarse dentro de esa categoría de bordes difusos y centro palpable que es el surrealismo argentino, y que comprende las deformaciones de los aspectos narrativos de la pintura sin demoler su identificación con lo figurativo. Vínculos epocales y formales se podrían trazar entre los personajes nubosos de Chiapetto con los astroseres de Raquel Forner o los rostros sombríos de Emilia Gutiérrez. Julián emprende el camino del conocimiento. Busca, en bibliotecas especializadas, informarse sobre la pintora y los criterios para la valoración de su obra. Pregunta a los vecinos que la conocieron, contacta a una vieja amiga de la artista, encuentra una entrevista de la década de 1980 en un diario vecinal en la que Chiapetto habla desapasionadamente. Sus intervenciones empiezan con un “Mire…” que toma distancia de las demandas de la periodista. Frases cortas y resolutivas que fueran propias de un tono de época, adoptado en contraposición a los comprometidos ‘60 y los convulsionados ‘70s, que circunscribe la producción propia al terreno de lo mundano, eventualmente, a lo mágico. Pinto porque no podría vivir sin hacerlo pero el mensaje está en cada persona, dice Chiapetto. En tanto los testimonios que encuentra le dan vía libre, Julián toma los hábitos de albaceas y lleva a la pintora como artista invitada de su primera muestra individual.
Meses después, recibe un llamado de una amiga que está en una calle de Caseros parada frente a un volquete con una veintena de cuadros dentro. Reconoce la firma de Chiapetto en todos. Minutos más tarde, el papá de Julián agarra el auto a pedido de su hijo y carga las pinturas en el baúl. En su nueva condición de poseedor de un pequeño acervo, y a expensas de una suerte caprichosa, Julián revisa sus métodos. Suspende la búsqueda entre documentos y testigos y convoca la voz resonante de Edith a través de una médium. Una desorientación angustiosa aparece como el primer síntoma de la aceptación de un legado, de un compromiso que se funda entre Julián y una completa desconocida fantasmal con la que comparte profesión y barrio de origen. Fantasea con seducir a coleccionista que compre todo y le saque el problema de encima. Pero un sentido personal de la responsabilidad actúa en correspondencia con los acontecimientos externos. La tranquilidad del joven artista se corrompe ante un deber que no puede eludir: encontrarle lugar a esa obra que, en su reaparición, exclama. Pasan un par de años y vuelve a incluir a Chiapetto en su segunda muestra individual, en su primer libro y en sus proyectos académicos. Se empieza a armar un relato sobre la pintora de Caseros que genera intriga entre los colegas. Más de un espíritu melancólico se siente atraído por la paleta desaturada de las pinturas, la extraña forma de las pinceladas que aprovecha el blanco natural de la tela y por los rostros asexuados que casi siempre miran en la línea del horizonte hacia la izquierda, al punto donde se figura el pasado. Alguien hoy podría pintar así, se dice entre artistas, y pareciera que Edith, donde sea que esté, eligió este momento para dejarse ver de nuevo. Lo siguiente que hace Julián es armar un club o una logia de amigos y conocidos (entre ellos la artista Alma Gamerro quien también, como movida por un designio, compra unas obras de Chiapetto en un anticuario) donde se piensa qué hacer con las trayectorias de los que quedan, no fuera, sino en los bordes de la legitimidad del arte.
En esa búsqueda, la muestra Misión Visión es otra forma de trazar un camino hacia lo verdadero. Julián, en una co-curaduría con Federico Juan Rubí, presenta a la pintora de Caseros como protagonista pero en compañía de otros artistas. La particularidad de la exhibición radica en que a la hora de abordar producciones del pasado no acude al paradigma de la historia del arte para construir un relato (intentando salvar una cosa del olvido, dando una lucha permanente contra los indiferentes o los desmemoriados), sino que parte de reivindicar la condición presente de las obras de Chiapetto como objetos disponibles en el mundo y por lo tanto, en continuidad con otras obras existentes, con las que trama filiaciones diversas. En su colgada sencilla la muestra ofrece una pequeña revolución. Las visiones de Chiapetto se entreveran con dibujos, pinturas y objetos de Santiago García Sáenz, Josefina Labourt, Cristina Coll, Nati Cristo, Lola Orge Benech, Marina Daiez y la mencionada Gamerro. En el encuentro con materiales potencialmente museificables, y sin negar que ese es un destino deseable para los óleos encontrados, Julián y Federico actúan de un modo más ágil que la espera de “rescates” espasmódicos. Amucharse es la estrategia que se despliega en la sala y que expresa el deseo de armar una escena del arte que sostenga su actualidad pero también su “para atrás”. Así como a Julián le tocó el hombro Edith, más de un vivo podría recibir el legado de un artista muerto y hacer de esa obra también parte de la propia. Si el mundillo contemporáneo pudiera adoptar la voluntad de ser un ámbito de resguardo del patrimonio artístico local quizás, como sucede en esta muestra, la curaduría sería practicada como una actividad solidaria.
Julián Medina a partir de pinturas de Edith Chiapetto