Cuatro versiones de No son vacaciones

Por Sofía de la Vega

Dibujo por Lino Divas

RITMO

Un hombre sostiene a una mujer en sus brazos, de pronto se cae, la mujer se incorpora y se abrazan. Aparece otro hombre en la escena, los separa, hace que el primer hombre y la mujer se besen, los vuelve a separar, pone a la mujer en los brazos como en la escena del comienzo y vuelve a caer, esta escena se repite, una y otra vez, aumentando la velocidad, y con sonidos de golpes y gemidos que nos envuelven en una nube de angustia: caída, abrazo, separación, beso, acogimiento, caída. Una y otra vez, se pasa del amor a la desesperación, al vacío. Sin embargo, se persiste. Pina Bausch encuentra un ritmo en Cafe Müller.

Olivia Gallo elige un síntoma. Lo desenrolla. Lo ubica en tres sentimientos: amor, miedo y asombro. Lo desarma en tres personajes principales y un par más que funcionan como sombras. Decide que la incomodidad va a ser parte de todo y la incomodidad es también el lugar donde una porteña no nació: la historia se desarrolla en el sur del país. Aparece un mito y silencio para que ese mito se apropie de la historia. El relato avanza, parece un día o dos, o un año o para siempre. Los que leemos estábamos relajados, pero de pronto necesitamos descansar. El asombro, el miedo, el amor y la duda se superponen. También, nos hace dudar. Olivia Gallo encuentra un ritmo en No son vacaciones (Blatt&Ríos, 2023).

Olivia escribe su primera novela, pero escribe también su ritmo como Pina Bauch, pone el amor, la emoción y lo terrible en una misma coreografía. La historia no da muchas vueltas: Catalina y Juan, dos personas solitarias, son novios y viven en Buenos Aires, están un poco cansados de la vida de la ciudad entonces deciden ir a probar suerte al sur, donde Juan vivió toda la vida. Allí pasan mucho tiempo con Laura, la madre de Juan, y comienzan a vivir en un nuevo lugar que aparenta ser terriblemente hermoso. 

“Los mismos síntomas para causas distintas” anota Olivia en su novela y el cuerpo entra en tensión: un conejo puede ser una maravilla, pero, ¿qué pasa cuando vivimos rodeados de ellos? La maravilla nos atraviesa y caminamos por la novela agarrados del pecho, confundidos, acompañando a Catalina, la protagonista, a lo largo de esta decisión de mudanza de aparente ensueño con su novio, Juan, al sur del país. 

Catalina tiene que abandonar su ritmo de ciudad, a su padre, su trabajo, a su amiga Inés. Se arroja a la inmensidad de la belleza, no puede dejar de ver y no puede entender cómo se desarrollan actividades cotidianas con esa exuberancia al frente. Por eso se agobia, pero es también lo que la cautiva, lo que no la deja escapar. Esa inmensidad de la que nada pudiese esconderse es también el síntoma del peligro, de lo que cree conocer y que con Laura descubre que no, descubre que existe otro mundo, otro ritmo donde el problema son los pájaros y flores de los colores más espectaculares: el ritmo de la belleza es la desprotección.

ENSAYO

En No son vacaciones el ritmo está supeditado al ensayo del amor: la decisión de un cambio de vida en conjunto. “Quiero que este lugar sea mío también” le escribe Catalina a Juan en un papel mientras conversan con Laura en su casa. Juan no tiene padre y Laura no tiene madre, esa orfandad también plantea el deseo de formar una nueva familia. Pero los personajes no se mantienen quietos en este armado del futuro sino que practican, escriben un borrador, ensayan la coreografía. Cuando pensamos que conocemos a Juan, Catalina y Laura nos damos cuenta que no, y la historia nos vuelve a atrapar como el paisaje. Los personajes son extraños, no solo en su personalidad, sino que son extraños entre ellos, y esa extrañeza está dada por algo tan simple como la incomodidad de vivir con otros, de conocer de verdad a un otro, del misterio del amor.

Hay otro ensayo en esa historia y es el ensayo del miedo. En todo lo que leí de Olivia se conjugan las relaciones con el terror. Ella misma afirma en una entrevista que nunca fue de esas chicas que viven sin miedo. Pero el miedo no siempre es desaparecer, a veces es desarmarse y estar por todos lados. Eso hace que la escritura de Olivia sea genuina porque no hay sentimiento más real para el humano en toda su historia de los siglos de los siglos que el miedo. Pero el miedo aquí no es a morir, no hay una criatura extraña que nos quiera comer, no hay un mundo desconocido, o quizás sí: el terror parte de las relaciones, el terreno de lo inexplorado, el de no saber con quién estamos viviendo. Juan le pregunta a Catalina entre risas “¿Vos te pensas que yo te traería a un lugar peligroso?” y ella responde rápidamente que sí.

Traigo otro libro, esta vez uno de cuentos y norteamericano, Pequeñas bestias de Brandon Taylor. La mitad de los relatos del libro están protagonizados por una serie de bailarines contemporáneos, destaca la chica que mejor se mueve: Sophie. La bailarina también es huérfana, de madre, padre y una hermana también ha muerto, pero no tiene miedo, Sophie, sigue, baila, y comparte el cuerpo de su novio con otro chico, quiere que otros cuerpos lo toquen y siente incluso más deseo en ese momento de fuga de “quien le pertenece”. Mientras baila, arregla sus pies, ve archivos de bailarines. A su novio ya lo conoce, a diferencia de Catalina, la relación con este otro que además está con otros es parte de lo cotidiano, lo terrenal, no es algo donde proyectar, la vida y el sexo es lo conocido. En cambio, el misterio de la danza es lo que le devuelve el eje, es lo que hace que no tenga miedo para vivir y, a su vez, es lo que más miedo le da perder, en esa paradoja temerosa enfrenta su oficio. 

En No son vacaciones se genera la sensación de que Catalina y Juan no tienen nada más que a ellos mismos, pero de pronto, aparece el paisaje. Los ritmos de la pareja han cambiado, eso genera un desequilibrio, una grieta, una máscara donde ya no se pueden ver uno a otro, por eso, ya no se conocen, sino que imaginan quien es el otro, imaginan un nuevo lugar.

COREOGRAFÍA

Hace unos meses fui a ver iUNIIIVERSAL EMOUSHON en Tecnópolis, una obra de danza contemporánea creada y protagonizada por Pepo&Tom. Había ido a otras obras de danza, no era un arte que me resultaba ajeno, pero pasados unos minutos empecé a sentir mucha impaciencia. Yo esperaba que suceda algo, sentirme impresionada por las posibilidades del cuerpo, pasaban los minutos y los performers no bailaban de la forma que yo imaginaba. Y el tema era que en realidad no bailaban, ni sus movimientos eran excéntricos ni grandilocuentes. Se movían con acciones precisas, a veces ilógicas, pero que tenían un objetivo, que luego desandaban, cómo vestirse y desvestirse constantemente: esa era su coreografía. Después de unos momentos de incomodidad entré a la dimensión física de los bailarines y sentí que lo que estaban haciendo era tener una conversación amorosa, creaban una nueva coreografía para dar medida al amor, se besaban y abrazaban pero con movimientos diferentes, movimientos que solo pertenecían a ellos dos. 

Ahí me di cuenta que era lo que me gustaba tanto de la escritura de Olivia Gallo. Y es que Olivia escribe con el movimiento de Pepo&Tom, no necesita escenas épicas ni pasiones desgarradoras para contar algo único, solo se mueve un poco: los personajes dicen algo que no esperamos y esas palabras permanecen flotando en nuestra mente, las decisiones que toman cambian de un segundo a otro, y la historia parece empezar una y otra vez. Así, con pequeños corrimientos de lo esperable, Olivia crea un lenguaje del amor novedoso, transformado, una coreografía de nosotros, para nosotros, del presente. 

Como Catalina, Olivia se concentra en lo pequeño como las flores, pero que a medida que avanza la historia lo cubren todo como la plaga del Amancay, esas cosas chicas, son también los sentimientos como el miedo o el enamoramiento que se esparcen en toda la novela, pero es también la posibilidad de crear ese otro mundo con la escritura, por eso Catalina inventa historias sobre su madre muerta, imagina las cosas que hace su suegra con las plagas y avanza hacia eso desconocido que le da miedo. La protagonista mira los movimientos en las manos de su novio e imagina el plano de una ciudad nueva, un lugar donde ninguno haya nacido, un lugar donde los dos sean totalmente desconocidos. 

BAILARINES

“Los árboles eran altos y oscuros como las personas que le gustaban y que le daban miedo. Le gustaban porque le daban miedo” escribe Olivia en la última página de No son vacaciones. Casi como un bosque macbethiano al final de la historia, Catalina, que ahora es Lara, ve prefigurado su futuro: absorbida por los árboles y el volcán está sumergida en un nuevo movimiento al subirse a la moto de un desconocido, se deja llevar con otro donde piensa que, quizás, no es tan malo que pase algo, o que simplemente no pase.

El miedo es un imán y estar con otros da miedo. Lo lógico sería irse, huir, ¿para qué permanecer lejos de la ciudad con esta compañía? Pero no. De una manera sutil, Olivia nos indica que Catalina se lo piensa más, quizás ese miedo era lo que le hacía falta para vivir. Este fin de semana vi “Yo de piel” de Leticia Mazur, una performance de danza, protagonizada por personas que no eran bailarines profesionales, entre ellos una niña y un chico no vidente. El trabajo buscaba contar la identidad de los participantes con el cuerpo: había movimiento, relato, videos y música, pasaban muchas en su intercambio. Los participantes tenían la posibilidad de pasar al frente y contar su historia, pero siempre eran dirigidos por alguien, eran guiados por un otro y aunque estuvieran parados solos en el escenario dialogaban con alguien más mientras hacían sus presentaciones. Los performes eran de lugares muy distintos, no parecían haberse conocido antes, sin embargo no sentí nunca tensión entre los cuerpos que tocaban y se motivaban. Sentí ternura mientras el sonido de sus bocas me adormecía, una relajación, un descanso de estar con otros.

Olivia en una entrevista dijo que lo mejor que le dio la literatura fue la compañía, un rasgo provocador a la figura del escritor, al del ser contemporáneo que se eleva en aparente soledad. Olivia no, Olivia escribe para estar con otros, Olivia narra vínculos que se rompen y vuelven y que están, para bien o para mal, permanecen. Por eso al final de esta historia, avistamos la figura del volcán inactivo mientras nos agarramos fuerte de una espalda.


Este texto fue leído por su autora en la presentación del libro de Olivia Gallo que tuvo lugar en Soria Bar a fines del 2023.

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