Un lugar con muchas rosas o un collar con los veinte misterios de la vida

por Tam Painé Ciai

2004. Es la primera vez que veo Rosario. Vamos con mamá, ella y yo solas, ni hermana ni hermano ni padre. Mamá y yo. No se volvió a repetir. De ese viaje recuerdo: un salón grande lleno de gente y mamá hablando, olor a sopa, algo bordó, algo beige, algún reflejo dorado, cielo demasiado celeste en una gran ventana, puertas de madera altas, ¿eran lo bordó unas cortinas? ¿y lo dorado? ¿Había bruma o es el filtro de la memoria neblinosa? Viene en pequeños destellos. 

Terminados sus compromisos, me propone recorrer las calles. Caminamos juntas. Nos sentamos en Ross, hay pinturas colgadas en las paredes y todo el salón dispuesto alrededor de ellas. Pido café negro y tostadas con manteca, me siento grande. Recorremos la costanera con el río en el rabillo del ojo hasta toparnos con el Monumento a la Bandera. Me divierte subir las escalinatas, quiero saber qué se ve desde arriba. En el centro del monumento hay una urna y sobre ella un fuego que flota en el aire, algún tipo de magia, de fondo el Paraná. Las dos miramos la llama, nos embrujamos. Bajamos la escalinata en silencio con pasos similares y un ritmo idéntico. Nos metemos en una librería y me dice que elija un libro, que me lo quiere regalar. No sé, pregunto: ¿Cómo se elige un libro? Por contagio. Si te gustó un autor o autora buscás más de ese, abrí una hoja y lee, si te gusta algo de la tapa, lee la contratapa, fijate si algo te llama la atención. Dejá que el libro te llame y ese va a llamar al resto. 

2016. Me regalan Ikebana Política de Claudia del Río. Ikebana me interrumpe. Una charla que interrumpe una pintura, una lista dibujada, una consigna voladora, un corazón que se deshace en un poema, la escritura de un diario-diálogo con todo lo que lo rodea, de los pensamientos que se aprenden y se deshojan, registro y transformación del tiempo, la forma que creíamos ver en las plantas interrumpida por una nueva forma. Dejarse interrumpir e incorporar la interrupción, dejarla entrar. En un costado de la contratapa del lado izquierdo veo tres pajaritos posados y dos iniciales I.R. Ivan Rosado. Después de eso, cada vez que me cruzo con los tres pajaritos posados en algún libro les presto atención. Descubro que los pajaritos son rosarinos. Dejo que me llamen.

2024. Camino por la costanera rosarina hasta la altura del Lavarden. Las palabras circulan en un salón hiper luminoso, palomas caminan en el techo picpicpic, los sonidos rebotan en la muestra de fotos de escritores que nos rodean, rozan los pensamientos y se vuelven palabras en nuestras bocas. En un taller del Festival Internacional de Poesía de Rosario, la poeta que lo coordina dice en este momento del mundo…, no termina la frase, me río, ella se ríe y todxs nos reímos tímidamente.  Estamos reunidxs en círculo, simulamos la forma de la Tierra. Hablamos de un texto de Sylvia Molloy, lo leemos, una, dos, tres veces completo y muchas veces fragmentos. Usamos las palabras ritmo, memoria, infancia, listas, costura, herramientas, desconocido, específico, fragmento, dividimos el texto en partes. Leemos colectivamente. Lo que parece que no sirve para nada cobra otro valor. 

La noche anterior varixs poetas leían poemas en voz alta. Unx poeta lee y muchxs escuchamos. Antes de eso tomamos una cerveza entre tablones llenos libros, dispuestos como en el atlas de Aby Warburg, por contagio, atracción y amistad. En esas mesas esperamos y charlamos, esperamos la charla, la venta, el recorrido, el libro de uno, de otro, ¿cuál es tu flash? masomenos es este, estoy investigando esto así, un libro es probar y una medalla, te regalo esto, yo esto, bueno intercambiemos, trueque. Estamos acá en este momento del mundo… Antes de eso compartimos un auto cargado con valijas de libros para compartir gastos. Después de eso o aquello, vamos a ver el río y hablamos de lo que hacemos y de dónde somos, con quiénes vivimos, cómo se llaman nuestras gatas, nuestras amigas, cómo estamos, qué trabajo tenemos, qué plata nos falta, mirá justo acá los perros saltan al vacío, ¡Qué ansiedad todo! ¿Qué nos pasa? ¿y la concentración? las mentes atrofiadas, la migraña, ¿me estoy quedando ciega o me desmayo? la cervical, el pánico, el bruxismo, lo chato, lo pulido, lo limpio, no quiero que no importe nada, no quiero que te de lo mismo, el corazón lo tengo pero exhausto y desesperado. 

Estamos en este momento del mundo, escuchamos dos horas de poesía leída de formas completamente diferentes. Alguien lee lentísisisisisimo, calmo, casi triste, hay una parte dentro mío que se despierta. Ese poema a ese volumen le habla directo a esa parte y esa parte: escucha. Hay que esforzarse pero escuchar se escucha. El río es tan ancho que el sonido de la corriente está siempre presente, el agua avanza ¿podés creer? Si, ¡creo!, por un ratito. Cuando no creo imagino que creo. Imágenes de la vida de la otra, el próximo FIPR, el campamento de edición inventado en una charla, un próximo encuentro. Imaginamos una piedra saltarina sapito sobre el río, un futuro ahí nomás.

Domingo. Camino por Nicasio Oroño entera, doblo hasta Parque Urquiza. Mi caminata dibuja un triángulo. Me apoyo en un palo borracho que no me pincha. Mando un audio largo y otro larguísimo, saco fotos verdes, tomo mate, me acuesto, me levanto y escucho Río Paraná mientras lo miro, tiene otro efecto con su presencia tan cerca, dejo que me recorra los oídos, el pelo y los dedos. Empapada de Rosario trepo hasta el Monumento a la Bandera en busca del fuego flotador pero en vez de fuego hay un plástico negro que cubre el pedestal. El fuego no está. 2024. De bajada me encuentro con la estatua del Río Paraná en forma de hombre musculosísimo y ¿gregoriano?. Una interpretación. El río estatua se mira así mismo, es decir, su mirada apunta al Río Paraná. La bandera blanca y celeste se mueve sumergida en el viento sobre el fondo del río. Tic. Durante tres días del año 2024, en este momento del mundo, nos reunimos a que nos lean poemas en voz alta en presencia del Paraná.

Gracias Río Paraná por el contagio, el hechizo y la amistad.