Una noche en la ópera

Por Tobías Leiro

Dibujo por Lino Divas

Nunca fui a una ópera aunque me hubiese gustado. Estar en algún teatro decimonónico como el Colón, de traje, con señoras y señores que miran atentxs y beben un sorbo a la petaca de whisky caro que tienen escondida en el saco o cartera. El receso entre actos que me llevarían a preguntarme “¿Cuál era el tenor y la soprano? ¿Debería haber tomado alguna clase de teoría musical?”. Levantarme, aplaudir y escuchar a alguien ya con la corbata más suelta gritar “¡Bravo!”. Salir del Colón por la puerta de atrás y bajar las escalinatas poniendome el abrigo arriba del saco. Un echarpe (¿se escribe así?) quizás me quedaría bien, alguno de un color claro para contrastar con lo serio del traje. Quizás nada de esto suceda, pero es la idea que tengo en mi cabeza de lo que debe ser ir a una ópera “tradicional”.

El viernes 19 de noviembre tuve la oportunidad de asistir a la última de las tres funciones de Barroco furioso en el marco de BIENALSUR, la última puesta en escena del colectivo Ópera periférica dirigido por Pablo Foldari, Gerardo Cardozo y con curaduría de Irene Gelfmann. Llegando a la esquina de San Telmo donde está la entrada a la Manzana de las luces me encontré con una fila de más de una cuadra.  En lugar de estar compuesta por señorxs de etiqueta, como sucede en mi imaginación  de las óperas, la conformaba una mayoría de jóvenes. En lugar de whisky se compraba cerveza en el almacén en la esquina y sin respetar el orden cada unx se ubicaba al lado del primer amigxs con el que se encontrara porque sabíamos que todxs íbamos a entrar. Al ingresar al anfiteatro nos encontramos con varixs performers, músicxs, cantantes y esculturas distribuidxs por todo el lugar. A lo largo de la no más de hora y media que duró Barroco furioso pudimos ver distintas performances — desde recitaciones, a algunas más cercanas a la danza a otras que provenían de un imaginario de noise industrial— acompañadas tanto con música clásica, cantantes líricos o sonidos digitales distorsionados. 

Pero, ¿por qué Barroco furioso? Es inevitable pensar en las características generales de lo que denominó “Barroco” en el arte europeo del Siglo XVIII: la predilección por los espacios repletos de elementos, los motivos “pasionales”, la búsqueda del contraste, la presencia de centros múltiples en las obras y la lista podría seguir. El barroco es un movimiento que sobrecarga los sentidos y busca la conmoción sensible del espectador, la puesta en movimiento de pasiones se propone a través de una continuidad inconexa. En latinoamérica tuvo lugar el movimiento neobarroco que fue renombrado “neobarroso” por Nestor Perlongher para delimitar el marco rioplatense. El poeta y fundador del “Frente de Liberación Homosexual” lo definió como la “ilusión de profundidad que los escritores rioplatenses siempre estamos como debiéndole a eso, al producto de la «tos del tango» (…) los argentinos tienen una especie de resistencia a la superficie”. Esta «superficialidad» de la que habla Perlongher llama a lxs lectorxs a vislumbrar que hay algo ahí que puede ser pensado desde la política. Que su poesía se considerara sin referente ni fonética no quiere decir que no tuviera la potencialidad para movilizar a quienes la leyeran contra la violencia política y sexual presente en el momento histórico en el que se ubicaba. La nueva ópera-performance del colectivo Ópera periférica parece retomar estos aspectos.

Canto lírico, recitación de poesía, danza, performance, música electrónica, música clásica, outfits propios del bdsm, vestidos para concurrir a una cena, glitter, unxs chicxs usando una cortina de baño como si se tratase de una medusa de dos cabezas, alguien rompiéndose cruces contra el cuerpo mientras las luces apuntan estratégicamente para aumentar la presencia de las sombras. Todos estos elementos estuvieron presentes la noche del viernes. La multiplicidad del cuerpo, el gesto y la voz performática volvió imposible encontrar la identidad de quien performea/canta, volvió imposible fijar un sentido unívoco a la propuesta. Barroco furioso se desplegó como una suerte de montaje que no buscaba representar nada sino atravesar el espacio dando cuenta de una experiencia cruda, como un flujo de intensidades. La ópera es, en este caso, “periférica” porque descentraliza esta práctica. Barroco furioso se trató menos de seguir un relato que de permitirse dejarse llevar por el acontecimiento. A través de la yuxtaposición de diversas escenas, géneros y cuerpos lo que antes era una expresión artística solo para algunxs es vista por jóvenes sentados un viernes a la noche. Se pone en juego, entonces, la posibilidad política de la ópera y la performance en tanto cuentan (o no) con la posibilidad de intervenir estética y sensiblemente en la percepción del espectador.

La primera imagen que viene a mi mente (y asumo que a varixs más) cuando pienso en la ópera es una valkyria rubia con trenzas cantando en frecuencias muy altas. Esta imagen, gracias a Google, pertenece a una ópera de Wagner y fue reproducida en miles de oportunidades. Brunilda, nuestra valkyria, es una figura que considero sumamente camp. Después de todo, la ópera y el (neo) barroco pueden ser entendidos como manifestaciones con elementos de cierto grado de campitud (quizás haya un mejor neologismo). Hay muchas definiciones de camp y normalmente se lo confunde con lo kistch pero creo que la forma más clara de definirlo es: el gusto por las- cosas- que- son-lo- que- no- son, una forma de mirar al mundo como fenómeno estético y una sensibilidad hacia lo artificioso que, como aspecto fundamental, destrona lo serio para entablar una nueva relación con ello. Estrictamente, el camp no es bueno ni malo pero puede habilitar alternativas a los modos del arte monopólicos. Barroco furioso es camp en este último sentido del adjetivo. En la noche del viernes se pudo ver una ópera pero intervenida con elementos dispares — un cubo del cual salían sonidos de máquinas, outfits adornados con pluma de pavo real—, la representación no fue asimilación sino intervención que desplazó el arte europeo a las periferias queer del tercer mundo. La manzana de las luces se volvió un espacio camp de propia autorización y promulgación de la posibilidad de otras óperas.


En fin, esta fue la primera vez que fui a la ópera y a pesar de mis fantasías no me volví en auto manejado por mi chofer. Luego de los aplausos finales y los saludos con lxs amigxs y conocidxs nos fuimos de una experiencia extraña y movilizante a un bar porque no todo termina como unx se imagina.