Hipnofilia: travesía bestial
por Sofía Guggiari
Una obscenidad chorrea por los trazos finos y delicados del lápiz. Deidades místicas y engendros sensuales que habitan en las gigantografías. Entre la basura del riachuelo, orgias de monstruos con pelirrojas de blanco y negro. Espejos rotos que deforman la imagen, al lado del ritual de pelos humanos y humo. Con prefectos y policías como pájaros. Y un bosque atrás. Hecho de audios, sonidos que acompañan el viaje sexual y abismal. El casco espacial puesto, sintiendo el vaivén de una hamaca paraguaya. Estoy fascinada, angustiada, delirante. Estoy en contacto con un pedazo de materia del cosmos: estoy en Hipnofilia.
La exposición de Florencia Rodriguez Giles funciona como un portal en el barrio de Villa Crespos, en la galería Ruth Benzacar. Con la curaduría de Alfredo Aracil, se trata de un recorrido híbrido entre dibujos, objetos, collage y experiencias sensorio auditivas. Y es el efecto de un encuentro vibrátil. Hecho de conversaciones, acompañamientos y tráficos múltiples sobre experiencias de vida, historias, amores con Marcia Farias de Lazzarini y sus memorias, escritas en el libro Mar de Río. Las dos son integrantes de C.A.O.s; un espacio que funciona como proyecto experimental entre prácticas de creación artística y prácticas de salud mental, ubicado en Villa Elisa, en las afueras de la ciudad de La Plata. Florencia trabaja y vive ahí desde el 2020.
Hipnofilia abre en su experiencia, otra dimensión de lo terapéutico y la salud. Vemos lo que surge a partir de los contactos afectivos mutuos. Materia singular donde lo más propio es del otro: donde no nos reconocemos. Una práctica terapéutica que no está aliada a la búsqueda de cuerpos y vidas curadas, equilibradas y aptas. Sino, una terapia que funcione en abrirle paso a la fuerza creativa y delirante como proceso de salud. Que entiende que lo que enferma es nuestra normalidad, la quietud de las cosas, la identidad que resiste en falso a los flujos invencibles. Esos que permiten paisajes floridos de sentidos: la multiplicidad. Una terapéutica que trabaja para habitar de algún modo los mundos que coexisten con y en nosotros. Mundos expulsados por la moral y que insisten como latencia. Una terapia que se dedique a producir territorios donde consista nuestra más aberrante, peligrosa y desobediente imaginación.
En Hipnofilia se despliega una erótica del sueño. Aquel que es máquina del tiempo y el espacio. De la interrupción y el viaje. De la pregunta y lo vivo que brota. Hecho de maravillas y espantos. Sustancia secreta que nos hace, nos destruye, nos vuelve hacer de otro modo. Sueño y delirio como posibilidad plástica y subversiva de la invención trans y post humana. Y en el erotismo del trabajo de Florencia se revela una transgresión. Una sensualidad adictiva y monstruosa Una invitación al placer como gesto radical. Intervenir, interrumpir y descarnar la vida. Esa que necesitamos recuperar. Hacer del orgasmo un dibujo. Parir un universo distinto.
¿Qué lenguas nuevas surgen en la experiencia compartida y deseante? ¿Que producen en el tacto anímico con lxs otrxs? ¿Qué valor terapéutico está contenido en el acontecimiento del encuentro y la espontaneidad del sueño?
En la travesía bestial de Hipnofilia, murmura entonces una pregunta por nuestras maneras de percibir los malestares, los delirios, las historias de vida, los disfrutes, los encuentros. Poder de creación que inaugura una salud distinta. Y lejos de los mandatos de normalidad, de silencio, de obediencia; la pregunta por la salud es una pregunta por los modos en los que producimos, pero especialmente que queremos producir vida con otrxs. Un modo de ser y estar, en contacto con las fuerzas pulsionales, inventivas. Más cerca de lo lúdico y de lo caótico de la creación. Una salud que se produce en la práctica de la poética. En la erótica del riesgo. Y en la fuerza del delirio como insumisión. El acto creador: exceso necesario para nuestra revuelta vital.