El Eternauta que siempre (nunca) estuvo
por Nicolás Maidana
dibujos por Matías Muzzillo
En épocas tan oscuras para la tribu argentina, El Eternauta cayó sobre nuestros corazones patrios como un aerolito venido del espacio exterior. Necesitábamos eso, una irrupción de otro orden. Algo que hackee nuestra sensibilidad en estado catatónico. Ocurrió bajo la forma de un evento global en el que se nos expone a les argentines como protagonistas, otra vez.
¿Similar a ganar un mundial? ¿Parecido a tener un papa con sangre gaucha en las venas? ¿Haber engendrado al único presidente libertario de la galaxia?
Nada de esos anhelos propios de tribus subdesarrolladas…
Sino un desafío mayor, algo al límite de lo posible; la prueba fundamental para nuestra tan fantaseada excepcionalidad: diseñar y filmar una serie de ciencia ficción “a la manera de Hollywood” y que en su interior se trafique nuestra idiosincrasia, nuestras costumbres, nuestra fragilidad y nuestra gloria ¡Y que el mundo lo celebre!
Las confirmaciones de su éxito y de su calidad no tardaron en llegar desde el exterior: Guillermo del Toro, el New York Times, ¡Hideo Kojima! (cuyo doble adolescente actúa en la serie en una rara coincidencia Inter dimensional) celebraron nuestro triunfo, en ese campeonato mundial de la ficción que es Netflix. El hype que se generó fue de tal magnitud que convirtió a la serie un objeto interpretable de forma exagerada, como si la misma conversación mundial te obligara a pronunciarte para no quedar afuera. Durante días fue el núcleo absorbente de la batalla cultural, magnetizando todas nuestras apetencias de sentido, de proyecciones ideológicas, de semiótica salvaje (las lecturas libertarias, que se apuraron a desviar su sentido mediante IAs colorinches, no hicieron sino evidenciar la puntería cultural de la serie)
También arreciaron los cuestionamientos a punta de lupa, buscando las fallas, los agujeros narrativos:
¿Qué ya nadie se junta a jugar al truco en las buhardillas de Vicente López? ¿Qué les jóvenes ya no escuchan Sui Generis en el interior de sus carpas? ¿Que, el hecho de que Darín sea un héroe de Malvinas, aparece como demasiado conveniente para la trama? ¿Qué las situaciones rozan un costumbrismo excesivo?
¡No nos pongamos tan exigentes!
A un objeto tan añorado como El Eternauta, los argentinos no le podemos pulir los dientes. Que venga como viene, con las protuberancias y los excesos a flor de piel, bien visibles.
¿En serio nos íbamos a perder la oportunidad de recrear una invasión de cascarudos extraterrestres con música de Mercedes Sosa? ¿De deleitarnos con la escena del tren al ritmo de Jugo de Tomate Frio?
Territorialización absoluta, territorialización al palo, una sobre afirmación de argentinidad a ras del suelo, autóctona y reconocible ¡Ningún pueblo comunista alrededor del planeta podrá ya robarnos las frases célebres de El Eternauta y que no repetiré…Ya por siempre galvanizadas de titanio a nuestra idiosincrasia!
(Hago una interrupción… me cantan por cucaracha que, en estos momentos, el INCAA está recibiendo misiles termonucleares provenientes de la zona de influencia de la Casa Rosada)
Algunos youtubers de otras partes del mundo, que ignoran casi todo del comic original y casi todo de la Argentina en particular, notaron lo sorpresivo y fascinante de la evolución narrativa de la serie, muy distinta de otras como The Last of Us o The Walking Dead. En esas ficciones humanistas, el apocalipsis ya ocurrió y entonces la pregunta que sobreviene es de qué manera se reorganiza el mundo, como se planifica un nuevo mañana entre los restos de la catástrofe.
La gran intuición de Oesterheld -continuada por Stagnaro- fue darse cuenta de que para Argentina no hay “post”, sino la confrontación brutal contra un hiper presente en estado de desarrollo, sin posibilidad de escape. La ficción de un país autodestruyéndose frente a nuestros ojos.
Durante las viñetas finales de El Eternauta, el comic original (RETRO SPOILERS), el viajero inter-dimensional Juan Salvo por fin encuentra a Helena y Martita después de algún tiempo deambulando por una serie bucles temporales. Es un final inquietante. A pesar del reencuentro con su familia, la atmósfera de la situación es demasiado irreal. Juan Salvo ya no recuerda lo que le ha narrado al guionista, personificado por el propio Oesterheld, y la historia recomienza en el mismo lugar en la cual empezó, con la barra de amigos jugando al truco. El autor concluye que la totalidad de lo que le ha contado el Eternauta ha sido verdad y que, en consecuencia, el futuro se presenta ominoso, con la amenaza de invasión esperándonos en un futuro próximo.
Para los que deseamos, en lo recóndito de nuestras almitas buenas, que el héroe colectivo no sea un auto engaño más, ese final siempre produjo una incomodidad inocultable. Como si ese extraño objeto al que solemos llamar Argentina, no pudiera escapar de un loop infinito de esperanza y desilusión. Y el Eternauta, más que un caudillo, fuera en todo caso la personificación de esa fatalidad.
(Hago otra interrupción… me cantan por cucaracha que el edificio del INCAA ha sido pulverizado en segundos)
