Los ochenta ahora que somos grandes
por Elisa Palacio y Leopoldo Estol
El otro día en una fiesta alguien contaba que Stranger Things, la serie norteamericana, había sido construida a través de un exhaustivo estudio sobre los consumos, los fetiches y los temas de los ochenta: películas y canciones que marcaron a quienes vimos y volvimos a ver esas producciones como un mantra. La añoranza compartida de una época lejana nos atrae como imán a la hora de ver reconstruidos momentos históricos desde sus detalles más pequeños y cotidianos. No por nada, este año, dejamos de dormir un par de noches luego de exponernos a la radiación proveniente del reactor número 4.
El reactor es un monstruo recostado, un millón de piedras y fragmentos fantasmales que humean. La serie Chernobyl recrea un escenario que, para el público occidental que oyó hablar de la Unión Soviética de manera distante, resulta fascinante: los austeros departamentos y sus muebles, los frondosos parques que rodean los edificios de viviendas, los magníficos edificios públicos. Todo esto conviviendo con la inquietante ausencia de publicidad y el horror de la nube radioactiva.
El escenario en Luis Miguel, la serie se trata, en vez, de un occidente glamoroso que nos pasea por distintas capitales latinas de seductoras locaciones. Su narrativa se apoya en una línea temporal que oscila entre dos momentos de la vida del ídolo: por un lado vemos a un joven que se alza en lo más alto del espectáculo latinoamericano viajando de aquí para allá y encandilando con sus canciones románticas. Y por el otro, aparece con fuerza una infancia atípica: los intentos y fracasos del padre de ser músico, la tensión en la mesa familiar y la temprana consagración de Micki. A medida que la serie avanza, el misterio deja de ser cómo llegó a construirse el ícono pop para preguntarnos ¿qué pasó con su madre? ¿Está viva?
A Carlos Monzón no lo conocimos como campeón ni como personaje célebre devenido en actor. Los que nacimos en los 80 llegamos a él a partir del asesinato de Alicia Muñiz. La serie arranca con un tipo pobre que nace en Sante Fé y crece a los tumbos. Se forma bajo ese imperativo de la masculinidad de regirse mediante la fuerza y es testigo desde temprano de los desbordes que este mandato conlleva cuando su mejor amigo se pega un tiro después de perder una riña.
Con una Mar del Plata ochentosa en plena temporada, la serie de Monzón tiene, como la de Luis Miguel, un relato desdoblado, con un protagonista casi niño y otro actual. En el caso de Monzón hay un chico de pueblo, un poco romantizado, y un Monzón viejo, el femicida. El joven parece no tener techo, pasa del bar y la pelea adolescente, a la consagración en el deporte y a los brillos del mundo del espectáculo. El boxeador retirado carga con contradicciones: está atravesado por un sentimiento voraz e individualista de fama y éxito. No encuentra en el mundo la idealización de la vida del campeón y con eso va a descargar la violencia en su mundo privado.
Los 13 capítulos que dura la serie pueden parecer una exageración para contar la historia de un tipo que asesina a su mujer. Sin embargo, cuando unx se asoma a la historia, lo que resalta son los videos de los noticieros de una Argentina distante y las imágenes de un verano que eclipsó a Mar del Plata con dos trágicas muertes, recordemos que ese mismo verano Olmedo cae de otro balcón. En la serie, resaltan otros personajes: Soledad Sylveira se luce como la madre de Alicia, el fiscal de la causa como justiciero encapotado y el Turco, inspirado en el Facha Martel, encarna a un sospechoso representante de la nocturnidad.
Llevar estos casos que conmovieron a través de la tragedia, el éxito y la decadencia a la ficción nos da una segunda oportunidad para vivir algo que quedó oculto, o al menos postergado por los años. Algo que ahora, varias décadas después, vuelve a encontrar la luz y su lugar en la agenda actual. Esta nueva forma de ficción que sabe reconstruir el pasado con maestría y a la que nos entregamos sin dudar es, tal como marcó Claudio Zeiger, similar a lo que pasa cuando leemos novelas largas y transforma al formato-serie en la vedette de las artes actuales.
Con Chernobyl volvemos al caso con el diario del lunes, el de la tragedia nuclear consumada. Pero lo hacemos atravesadxs por la amenaza actual de otra catástrofe: la que llama a Greta a dejar el colegio y volverse un personaje público. También vemos Chernobyl arengados por la intriga de ese gigante escondido que fue la Unión Soviética, una forma del mundo que no existe más.
En Luis Miguel, y en Monzón con mucha más fuerza, revemos esos casos con anteojos feministas. En la serie del cantante mexicano hay un padre explotador encarnado por Luisito Rey que se transforma, capítulo a capítulo, en un villano machirulo. La intriga mayor, además de la intimidad de toda la vida de Luismi, radica en la desaparición de su propia madre, que la trama insinúa que estuvo relacionada con los manejes turbios de Rey.
Las tres historias se apoyan en una idea filosófica clásica que tiene que ver con la búsqueda de verdad y de justicia. Investigaciones, privadas y públicas, para encontrar a una mujer en el caso de la madre de Luis Miguel, y dos juicios públicos para Chernobyl y Monzón. Tanta es la fuerza con la que se rompe el contrato social que necesitamos de otra fuerza mediadora que repare la herida. Primero, los tribunales y, varios años después, la pantalla.