El Bufón del Rey

por Amadeo Gandolfo

dibujos e imágenes por Muriel Bellini y Santiago Rey

1.

En la revista Comiqueando #20, de marzo de 1996, se publicó una entrevista a Miguel Rep en la cual el dibujante, ataviado con su traje de enfant terrible, vertía conceptos controversiales sobre una multitud de temas, desde el estado del comic en los 90 hasta el oficio del humorista gráfico. Una opinión, sin embargo, destacó por sobre las demás: lo que Rep tenía para decir sobre Cristian Gustavo Dzwonik, más conocido como Nik. Ante la pregunta sobre si se robaba mucho en la profesión, Rep contestaba: 

«Tenés el caso de esta gente llamada Nik. Los humoristas tienen una especie de elegancia que linda con lo hipócrita. Con la excusa de que el humor disfraza, hay cosas que no se dicen en público. Pero yo no soy así. Esta nueva estrella del menemismo le ha choreado el humor a Rudy y a Daniel Paz. Yo no lo sigo, porque no leo La Nación y porque además me parece muy flojo el dibujo. Pero roba, roba y roba. Rudy y Daniel Paz tienen una carpeta de 20 o 50 chistes de ellos y al lado chistes de Nik que son copiados (…) También sé que le robó a Sendra y a Yacaré. El famoso gato ese, lo dibujaban Cascioli y Nine en las tapas de Humor. Es todo un compendio de robos y no-creatividades. Incluso me contaron que el tipo fue a la Casa de Gobierno a regalarle un original a Méndez [sic] y salió una foto en La Nación con un elogio de Méndez. ¡Ya está! ¿Cómo un humorista político, que supuestamente es opositor, que tiene la tarea de estar en contra, le va a llevar un original al presidente más corrupto de los últimos siglos?» (Comiqueando #20, 1996, p. 20) 

En el número siguiente, se le ofrecía el derecho a réplica al dibujante del gato que todavía no era Gaturro. En la misma, contestaba a las acusaciones una por una: “Primero dice que Rudy y Daniel Paz tienen una carpeta de nosecuantos chistes copiados. Pues bien, a esa carpeta ya la estudiaron abogados de las respectivas partes encontrando sólo similitudes de temas. Yo me pregunto: Si se trabaja con los mismos temas de actualidad, con los mismos personajes (Menem, Cavallo, etc.) ¿cómo no se van a encontrar coincidencias? Yo también tengo recortados montones de chistes de varios humoristas parecidos a los míos, sin embargo lo hago como curiosidad y no como paranoia.” Luego: “Dice además que fui a regalarle un dibujo al presidente, cuando fue un pedido de él mismo y yo solo fui a entregárselo, junto a varios periodistas del diario que tenían una entrevista pautada”. Y también: “Dice que mi personaje, el gato, es copiado a Cascioli. Si fuera así, es extraño que el propio Cascioli me haya editado una agenda con el mencionado felino como protagonista” (Comiqueando #21, 1996, p. 9). 

La polémica se extendió un número más. En el número 23 aparecía una solicitada de Rep ya escrita en inconfundible lenguaje legal: “Solicito la publicación de la presente, a fin de que cumpla los efectos de formal retractación de cualquier término que haya podido resultar injurioso para el mencionado profesional, dejando sentado que de ninguna manera fue mi intención ofender su persona” (Comiqueando #23, 1996, p. 9). 

En esa anécdota y su desenlace se encapsula una relación tortuosa de ya más de tres décadas entre Nik y el campo de la historieta argentina y sus participantes, un desprecio mutuo y larvado que fue creciendo con los años al calor, de un lado, de las acusaciones de plagio y de creciente derechización; y, del otro, del resentimiento de quién ganó todo el dinero que es posible ganar con la historieta, pero, aun así, no conquistó el respeto de sus pares. ¿Qué explica que Nik sea simultáneamente el dibujante argentino más exitoso de las últimas décadas y, a la vez, un paria artístico? ¿A qué responde su extraordinaria sincronía con el actual gobierno argentino? Este artículo busca una respuesta a esos interrogantes. 

2. 

Nik nació en 1971. Cursó la secundaria en El Colegio Nacional de Buenos Aires y estudió diseño gráfico en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanística. Comenzó a estudiar dibujo muy joven en la escuela de dibujo de Carlos Garaycochea. A principios de los 90 entró al diario El Cronista y creó su primera tira, El Crucero de Noé, una sátira divertida, y bastante bien dibujada, sobre las personalidades contrastantes de los animales que viajaban en la famosa arca. En 1992 entró en La Nación y en 1994 en Noticias. Su status constante de colaborador en el diario de los Mitre le permitió construir su imperio, que complementaría con el espacio en la revista de Jorge Fontevecchia para opinar políticamente. Sus dibujos de los 90 atacan jocosamente al gobierno de Carlos Menem por la corrupción. 

El humor de Nik siempre descansó en el diálogo. Un personaje dice algo, otro le retruca, el primero contesta, y se produce el remate, a menudo reforzado por un comentario irónico del gato. Su estilo de dibujo es redondeado, de líneas curvas, cartoony. Sus personajes no están pensados para agredir al lector, no existe el grotesco y la exageración. Quino siempre fue una de sus grandes influencias y se nota en el trazo detallista pero amable, que con el tiempo además incorporó influencias marcadas del diseño de animación moderno, con sus personajes cute, cancheros y, sobre todo, reproducibles. Sus habilidades caricaturescas no eran desdeñables, y en general sus políticos eran reconocibles en base a algunos elementos gráficos que repite incesantemente: los ojos grandes de Cavallo; la quijada, frente y pelo prominente de Menem; el pelo, los ojos y la boca de Cristina; la peluca descontrolada de Milei (es curioso la dificultoso de encontrar un dibujo de Nik de Macri). Con el tiempo su planteo de página se simplificó al máximo, como es esperable de alguien que maneja un emporio en el cual los dibujos diarios son una parte muy secundaria: no dibuja fondos, que son suplidos con un degradé de Photoshop, emplea una fuente estándar y bastante fea en vez de realizar los textos a mano, y sus personajes están esquematizados al mango. Lo que importa es el mensaje, que es siempre simplista y bajalínea en la dirección ideológica que prefiere desde hace décadas: la derecha. Sus dibujos de los 90 son más detallados y ejercitan la crítica de una forma comparativamente más intensa. Nunca se dedicó a experimentar gráficamente, a ejercitar el absurdo o a jugar intertextualmente. Si su estilo gráfico denota la marca de Quino, el mecanismo de su humor está 100% influenciado por Fontanarrosa y Crist, dos grandes humoristas del retruécano. 

En 1996 apareció la que se convirtió en la piedra angular de su imperio: la tira de Gaturro. Al principio se llamaba “Gaturro y su familia”, pero luego el gato (cuyo nombre surgió de una competencia entre los lectores) se ganó la titularidad. Previamente, el personaje había servido de coro griego en las tiras que aparecían en Noticias, comentando las iniquidades de la década menemista y actuando como el peluquín del entonces presidente. La popularidad de este gato completamente anodino, de personalidad cuasi nula más allá de su aversión al trabajo y su amor por la chantada, fue enorme. A partir de 1999 comenzaron a salir los libros, publicados originalmente por Ediciones de la Flor, que con el habitual buen ojo para el potencial comercial del humor gráfico que caracterizó a sus editores durante décadas, encontró acá una nueva gallina de los huevos de oro. Pero el batacazo transmedia se daría a finales de la primera década del siglo XXI, cuando el personaje llegó a la película y a algo mucho más importante: Mundo Gaturro, su propio juego de video, un MMO en el que los niños podían diseñar su propio avatar, comprar productos, decorar su casa, ir en misiones, chatear con amigos, etc. El juego fue un éxito absoluto. A partir de ese momento Nik ya fue mucho más que un dibujante: fue el dueño de un imperio mediático que rivaliza en volumen con el de la Turma da Mônica creado por Mauricio de Sousa en Brasil. Los monitos de Nik fueron adoptados, por un lado, por infinidad de niños como puerta de entrada a la lectura y como consumo cultural autóctono. Por otro, y esto tendrá mucho que ver con el futuro, sus dibujos para adultos cayeron decididamente del lado de “la grieta”, ese concepto hermenéutico que parecería estar pasando a mejor vida, antikirchnerista, un tipo de humor que comparte rasgos con esas páginas de memes muy poco graciosos como Coherencia Por Favor y El Viejo Garca, una estética de la denuncia “indignada” en placas de colores que pone a lo gráfico y lo humorístico en un muy lejano segundo lugar, y en la cual lo único que importa es la confirmación de las opiniones similares y furibundas. Así como Mafalda o Piolín son los personajes que se utilizan para mandar buenos deseos, Gaturro se fue convirtiendo en el personaje que se utilizaba para enojarse con algo que había hecho el gobierno o la oposición. 

Este crecimiento del dibujante y su personaje, esta cuasi omnipresencia transgeneracional, la construcción de un imperio comercial basado en la historieta, la conversión de su creador en, quizás, el historietista más rico del país, fue antagónico a su aceptación por la comunidad historietística argentina. La actitud de sus pares fue homogéneamente contraria a todo lo que producía, y Nik se convirtió en un paria del mundo del arte y el mundo social que lo vio nacer. Su página de Wikipedia es un conjunto de detalles falopa y premios oficialistas, con el acento puesto en su precocidad y genialidad temprana. Parece una página movilizada por el resentimiento de “les demostraré”. El resentimiento es un sentimiento muy poderoso y profundo, pero cuando proviene de alguien que ha triunfado se vuelve un tanto singular. Es el enojo de un empresario al que no dejan entrar al antro de los punkies mugrosos. 

El argumento principal a su rechazo por parte de los dibujantes e historietistas argentinos se resume en una palabra: plagio. Como la declaración de Rep recuperada al inicio de este texto muestra, a Nik siempre se lo acusó de robarle ideas a sus colegas. Si uno googlea “Nik+Plagio” aparecen listas bastante nutridas que muestran similitudes con chistes de Rudy y Daniel Paz, Quino, Caloi, Fontanarrosa y otros. En X (ex – Twitter) incluso se colgó un pdf con los casos más resonantes. Es difícil determinar cuántos de todos estos son realmente plagios, porque en muchos casos no se computa adecuadamente la fecha de publicación del original y la copia. Pero en algunos casos es notorio. Uno de los más conocidos es la tira que copia descaradamente una de Mafalda en la cual Guille se burla de su padre que construye castillos de arena, cuando él está haciendo departamentos. Más allá del volumen y la precisa datación de las fuentes, lo que descansa detrás de este desprecio es algo moral: como en el stand-up, en el humor gráfico no se roba. Es parte de un acuerdo de caballeros y damas entre sus cultores que descansa en el hecho de que la comedia es un arte que debe ser trabajada arduamente y proceder del genio creativo, de la individualidad. Enfrentarse al cuadrito en blanco y encontrar el mejor chiste dentro de una serie de parámetros restrictivos ES el oficio y cualquier otra cosa una perversión del mismo. 

Sin embargo, la labor del humorista gráfico comporta una productividad constante, atada a los temas del momento y, también, a un puñado de convenciones y lugares comunes. Chistes de náufragos, de fantasmas, de suegras, de parejas, de cavernícolas, de animales, son algunos de los temas a los que recurren los dibujantes a la hora de sacar un chiste de la galera. Más de una vez encontré chistes casi idénticos entre dos dibujantes (y a veces por el mismo dibujante, en casos de autoplagio) y nunca se registró un escándalo del tenor que se produjo con Nik. Creo que hay algo sociológico detrás del continuo señalamiento de sus plagios. Hay una consciencia de que Nik no es “uno de los nuestros”, sino un error, una mácula, dentro de la escena de la historieta argentina. Y ese desprecio solo se puede canalizar señalando lo más preciado para un artista, su originalidad, y aniquilándolo simbólicamente, ya que no se puede hacerlo económicamente. Lo cual me lleva a preguntarme por las formas en que la escena de la historieta argentina ha lidiado con Nik en los últimos años. 

«Si la probaste de grande cagaste» -Santiago Rey – Leche Muerta, galería Moria, 2019

3. 

Una barrera invisible se erige entre Nik y el resto de la escena del comic argentina. Adentro él es persona non-grata, un desagradable, un ladrón. Afuera está él, solo, pero rodeado de millones, rosqueando con el poder político, escenificando actuaciones de valiente defensor de la libertad de prensa perseguido por un régimen opresor (el kirchnerista) y por una identidad política (la peronista) que no puede soportar sus pungentes verdades. Afuera, también, Nik es un alegre e inocente proveedor de materiales para niños de cuyo historial de afanos poco y nada se sabe.

En la última década hubo dos acontecimientos en los cuales la percepción de Nik hacia el interior de la escena comiquera se entrecruzó con la percepción hacia el afuera. Estos compartieron algo del carácter carnavalesco bajtiniano: “El carnaval es la segunda vida del pueblo, basada en el principio de la risa. Es su vida festiva.” (Bajtin, 1965, p. 15) “el triunfo de una especie de liberación transitoria, más allá de la órbita de la concepción dominante, la abolición provisional de las relaciones jerárquicas, privilegios, reglas y tabúes.” (Bajtin, 1965, p. 17). Un momento en el cual las escalas se intercambian y el resentimiento de los dejados atrás se convierte en burla al triunfador y a la autoridad que, en el siglo XXI, adopta las prácticas del remix, la parodia y la sátira.

El primero, sin embargo, tiene los ropajes del viejo y buen vandalismo. En 2009 se inauguró la estatua de Mafalda, Susanita y Manolito en Defensa y Chile, la esquina de la casa donde Quino vivió y de cuyo barrio tomó el paisaje urbano tan reconocible, tan porteño, de calles embaldosadas, edificios de puertas de hierro, plazas con caminos de cemento, casas antiguas y viejos almacenes que resisten. A partir del 2012 esa estatua se convirtió, por iniciativa del Gobierno de la Ciudad junto con el extinto Museo del Humor en Puerto Madero, en un paseo al que se fueron incorporando nuevas estatuas, algunos murales (hay uno muy hermoso de Oski en la fachada del Antiguo Teatro Colonial, en Paseo Colón y Avenida Belgrano, uno bello del gatito de Landrú sobre fondo verde, y uno de personajes tangueros de Calé) y cuya idea era llevar a los turistas del centro de San Telmo hasta el Museo. La selección de personajes es muy interesante porque se encuentra particularmente orientada hacia el humor gráfico, con uno solo, El Eternauta, perteneciendo a la tradición de historietas de aventuras dibujada en blanco y negro. 

Entre personajes clásicos, pero quizás olvidados por el público general, como Don Nicola o Negrazón y Chaveta, y popularísimos, como Clemente e Inodoro Pereyra, hay una estatua de Gaturro. Se inauguró en 2013, muy poco después de que el Paseo se organizase, con lo cual desde un principio hubo una conciencia del lugar central que el personaje tenía, quizás no en la historia de la historieta argentina, pero sí en sus números de venta. La pusieron en la Plaza Juan Domingo Perón, sobre Avenida Belgrano, cerca de estatuas de Patoruzú, Patoruzito e Isidorito. No se sabe bien cuando, pero en algún momento se inició su vandalización y para 2021 la estatua estaba irreconocible: mugrosa, le habían arrancado la mano izquierda, pintado un bigotito de Hitler y sobre los dientes gigantes de Gaturro alguien había escrito “Nik Amigo de la Yuta”. Ninguna de las otras estatuas, afectadas sin embargo por el paso del tiempo y los elementos, había sido vandalizada de esa forma.

Nik se quejó en Twitter y pidió que se la restaure, lo cual inmediatamente causó un vendaval de respuestas, algunas burlándose, otras señalando que las otras estatuas estaban bien. La queja de Nik llevó a que la estatua sea retirada y restaurada, operación que incluyó el rocambolesco aditivo de una “pintura anti vandálica”. La estatua fue re-colocada el 16 de julio de 2023 y debió ser retirada menos de 48 horas después: su vandalización se había convertido en un happening en el que todos querían participar, quizás el evento estético-político más interesante y vibrante en el cual había participado Gaturro. Botellas de agua y cajas de pizza Ugi colocadas sobre sus bigotes, pijas dibujadas sobre su cara, firmas, colores vibrantes de pintura vandálica, una latita de cerveza atada a su mano. El Gobierno de la Ciudad había colocado unas vallas amarillas a su alrededor, que permanecieron impolutas, como para que no se pierda el mensaje que lo que se buscaba destruir era el ícono. Luego de que fuese retirada, alguien armó una lápida improvisada, a la manera de una estrella de rock muerta, que recibió petacas de whisky y memes impresos para “llorar” al Gaturro caído. 

Es inevitable preguntarse por qué. En Reddit se hicieron la misma pregunta y el usuario Thelmholtz respondió: “Es un perejil que se llena de guita robando y siendo títere político; cuando el odio no viene por ahí, viene por el lado de la deshonestidad intelectual, y los que lo odian están en todos los lados del espectro político.” Nik pareciera un pararrayos que concentra todo tipo de enojos y molestias. Se odia de Nik la falta de disculpas por sus transgresiones artísticas y, como corolario de este inexistente acto de contrición, porque no haya sido castigado por sus ofensas y transgresiones. Se lo desprecia por hacer dinero porque se sospecha que lo hizo sobre el trabajo de otros. Se concibe la comunidad historietística como una especie de gran familia en la cual la llegada de Nik actúa como una cuña que rompe la armonía preexistente, apropiándose de plusvalía de forma impenitente. Es por la carencia de instancias legales de castigo que debe ser castigado socialmente, convirtiéndolo en un paria, y destruyendo las marcas físicas de su dominación por sobre un oficio en el cual quienes no son él están cada vez más precarizados. 

Cualquiera que conoce un poco la escena de la historieta argentina sabe que el componente familiar y comunitario está presente, pero que a menudo se expresa en la forma de un ramillete de luchas intestinas que son mayoritariamente estéticas y explotan el narcisismo de las pequeñas diferencias. Ante Nik el veredicto estético es unánime: es un ladrón y su obra es de ínfima calidad. Es uno de los pocos puntos en los cuales todos, o casi todos, se ponen de acuerdo: expulsión del paraíso de los pobres. También vale preguntarse si algunos jóvenes lectores de Nik que, de adultos, revisitan el material y conocen el trasfondo, experimentan una sensación de engaño y lo encuentran plagado de lugares comunes, hecho con el mínimo esfuerzo, una fábrica de hacer chorizos que vuelve los cerebros pulpa. 

El segundo acontecimiento fue la muestra Gaturron’t. Una muestra muy inspirada en el historietista Nikgaturro, organizada por Proyecto Piranha, un proyecto gráfico que se dedica a multiplicidad de actividades, desde paquetes de comics por suscripción hasta organización de eventos y publicación de libros. La muestra, realizada en abril del 2024, reunió a 53 historietistas e ilustradores, con un ojo puesto especialmente en aquellos historietistas jóvenes que no son contemporáneos de Nik, si no que crecieron con la imagen de Nik como la gran bestia negra de la historieta. En algunos casos se aportaron historietas de una página, en otros ilustraciones, pero todas las contribuciones compartían un profundo ánimo desacralizador. Gaturro bizarro en una especie de viaje de ácido (Iván Riskin), Snoopy quejándose de que Gaturro le tomó la casa (Gabicoco), la efigie de Gaturro involucrada en un ritual voodoo (Wendy Niev), homenajes a Goya en los cuales Gaturro es fusilado por Mafalda y Felipe (Pitucardi), Gaturro como un incubo parado sobre el cuerpo de una durmiente con la leyenda “Dibujos tan feos que destruyen tus sueños” (Pedro Mancini), Gaturro siendo patoteado por Don Gato, Garfield, Pu’er de Dragon Ball, Doraemon y Felix (Covvabunga), Gaturro realizado en digital con un porro gigante en la boca (Jo Murua), Nik y Gaturro a punto de ser atropellados por Alejandra Pizarnik (Panchopepe), un Mundo Gaturro en donde los avatares ofrecen Play2 chipeadas y preguntan “Quien pa culia” (Jazmin Varela), Gaturro dibujado como “Miss Gatito Mimoso del Poder” (Flor Meije), etc., etc., etc. 

La muestra se montó en Cooperativa Cultural QI y tuvo un carácter punk y fanzinero, con las imágenes impresas, sin enmarcar, y colgadas sobre paneles de madera. Y fue un éxito inmenso. La sala se llenó de gente que tenía intenciones de celebrar la eterna caída en desgracia del gato más despreciable de América. La inauguración incluyó una reproducción en papel maché de la estatua de Gaturro, previamente vandalizada, que se destruyó en un acto de catarsis colectiva. 

Si uno observa los aportes existen varias estrategias que se repiten. La primera es una deformación de la figura de Gaturro: mal dibujado, mal pintado, con su cabeza estallada, con las extremidades colgantes como una zapatilla, mezclado con otros personajes, cubierto de excremento o produciendo excremento. Hay un deseo de destrucción icónica, de volver ese dibujo tan reconocible algo mutante, cercano a la basura. Esto se vincula con los procedimientos de deformación propios de la caricatura política, pero también con una larga tradición en el dibujo de historietas que apunta al dibujo feo y amateur. Rory Hayes, el heta-uma japonés, Gary Panter. Detrás de esto repta la idea de que Gaturro es una plantilla: un dibujo sin alma y sin factura artesanal, una cadena de montaje, una estampilla, a la cual la única forma de insuflar algo de espíritu es incorporando el error propio de una mano humana que no refinó su estilo hasta que sea simplemente una imagen más del capitalismo tardío. 

El otro recurso es la censura a través de la totalidad de la historia del arte y de la historieta. Goya, Charles Schulz, Akira Toriyama, Alejandra Pizarnik, todos se unen para golpear, atropellar, quemar, descuartizar, encarcelar y fusilar al gato de Nik. Este mecanismo complementa al anterior: mientras que en aquel el error humano es visto como lo único capaz de “humanizar” al monigote y simultáneamente arrastrarlo por el barro; en este las autoridades del arte, las voces con peso, expulsan al díscolo del paraíso de la creación, y lo condenan a vagar por el desierto del desprestigio.

Ambos procedimientos, sin embargo, comparten una similitud de espíritu: la pregunta ¿cómo puede ser que esto sea tan popular? Todos ustedes deben haberse enfrentado a ese sentimiento familiar cuando un fenómeno de masas les parece no solo incomprensible, sino espantoso, cuando no pueden entender que millones de personas lo consuman y sean feliz con él. Es un odio, una furia, de un carácter muy especial. Estar afuera de un fenómeno masivo no solo es ofensivo para la individualidad por la sensación de estar mirando una fiesta con la ñata contra el vidrio, sino que además genera una sensación de incredulidad: “¿cómo puede ser que a todo el mundo le guste ESTA MIERDA?” Y de ese sentimiento al deseo de destrucción, y al afán de convencer a aquellos que no están de acuerdo con vos de que están equivocados, hay solo un paso.

Pero, por otro lado, la masividad del evento no puede ser explicada solamente por la animosidad que despierta Nik. Pocos meses antes de su celebración Argentina había elegido al primer gobierno liberal-libertario de su historia. Y Nik había sido un converso desde el minuto uno. 

«Quema de Pijurro» – Santiago Rey – Nunca hicimos amistades, galería Isla Flotante, 2017.

4.

Nik es un gran exponente del sentido común anti-popular y anti-peronista, que también se expresa en cuentas como Coherencia Por Favor, y que ha ido copando la centralidad del discurso público en Argentina en la última década. Un discurso que dice que el Estado es ineficiente, que la política está desconectada de la realidad del ciudadano y el trabajador, que cualquier iniciativa tendiente a la justicia social es un robo, que cualquier político peronista es corrupto, y que el desbarajuste de la economía argentina de los últimos 10 años es exclusivamente su culpa. Pero que también dice que la única salvación es individual, que pregona una ética del esfuerzo calvinista, en donde lo que les llega a quienes triunfan es producto de un mérito que parece estar inscripto en el ADN. 

Nik primero depositó su fe en el gobierno de Mauricio Macri. Durante esos años las críticas fueron mínimas. Pero su rol durante ese período presidencial no se parece en lo más mínimo a lo que Nik está haciendo desde que asumió Milei. En su cuenta personal de Instagram, que a la vez se confunde con la cuenta de Gaturro, alternan buen miércoles, buen sábado, buen fin de semana, saludos motivacionales premasticados y prediseñados para ser compartidos con la menor reflexividad posible en los círculos sociales más distantes; victimizaciones varias; el dibujo del mundo llorando que emplea cada vez que muere alguien considerado “bueno” e “importante”; fotos de niños compartiendo sus libros de Gaturro; y un vendaval de posteos a favor del gobierno de Javier Milei. Algunos son reposteos pero muchos son diapositivas realizadas por el mismo Nik. Se suceden dibujitos en donde un Milei cabezón y decidido avanza contra todas las iniquidades y los “curros” de la “casta”. Otro favorito es un dibujo de Adorni con un Gaturro chiquito al lado diciendo “como doma” al cual se le superpone cualquier cosa que haya hecho el gobierno con el miserable “Fin” que Adorni emplea para cerrar cada uno de sus twits. También comparte imágenes de Milei como si fuese sido pintado por Van Gogh y una caricatura que muestra una grieta que ordena, de un lado, a “los argentinos de bien” y del otro a la “casta culo sucio”. El dibujante, en una cuenta a la que seguramente tienen acceso muchos niños que son fanáticos de su gato, reproduce el discurso soez y vulgar del gobierno, y proyecta el odio que el régimen existente siente por todo aquel que no encaja en su mundo de referencias maniqueo y simplón. Muchos de estos posteos, propios de un sicofante nivel dios, son, además, reposteados por el mismo presidente. 

Hace ya más de una década en Argentina se discutía sobre el “periodismo militante” en el sentido opuesto: periodistas comprometidos con el proceso político kirchnerista que blanqueaban su lugar de enunciación. Sobre esto se derramaron verdaderos regueros de tinta y pixeles que se cuestionaban si estaba bien o mal opinar desde una posición convencida. En contraposición a ello surgió el “periodismo independiente”, que alardeaba de una independencia de opinión que le permitía cuestionar verdaderamente al poder. Pero nunca, en toda esta discusión, se vio una simbiosis semejante entre un opinador público y un presidente. 

A lo largo de la historia los humoristas gráficos argentinos sostuvieron convicciones ideológicas mientras trabajaban más o menos prolijamente para ocultarlas en los medios en los que publicaban. Landrú expresaba ecuanimidad, pero sus convicciones estaban próximas al liberalismo de derecha. Brascó contribuyó a la campaña de Frondizi de 1958. Caloi fue parte de la Juventud Peronista y dibujó en revistas específicas del movimiento. Rudy y Paz dibujaron aquel Néstor diciendo “Fuerza todos” desde el cielo. En general, había una fina separación entre las convicciones políticas, que se expresaban en acciones particulares por fuera del ecosistema de medios en los que trabajaban, y su oficio, que por definición tenía que desplegarse en revistas y diarios en donde hubiese un cierto equilibrio de opinión. Lo de Nik es diferente. Por momentos su cuenta de Instagram parece un canal de comunicación no oficial del gobierno. Y no pareciera que lo haga por dinero. ¿Por qué lo haría por dinero si sus libros venden millones y Gaturro es, en sus propias palabras, “el personaje más popular de Latinoamérica”? Recientemente algunas noticias lo vinculan a un proyecto de obtener del gobierno nacional el financiamiento para realizar una “Expo Gaturro”, pero esto parecería estar vinculado a la tradicional cualidad predatoria de nuestra alta burguesía, siempre dispuesta a pedir salvatajes del Estado cuando las cosas se complican (o pueden ahorrarse un mango) mientras que minan cualquier capacidad de regular y controlar la actividad económica cuando no les conviene. Además, el pedido de fondos tiene la forma de una clásica devolución de favores militante: una recompensa por su trabajo propagandístico en pos de “Las Fuerzas del Cielo”. 

Su compromiso, por intensidad, apunta a la convicción. Hay elementos de afinidad estética y psicológica que dan algunas pistas de la simbiosis. En primer lugar, la estética de este gobierno, cuyas innovaciones gráficas propias han sido mínimas (ahí está el logo de la presidencia de la nación, una burda copia del sello estadounidense) es la estética de la reproducción, de la imagen generada por inteligencia artificial, de la gráfica sin artistas, del arte cuyo único objetivo es cumplir una función, manufacturado en bloque sin acciones artesanales, una mezcla de vulgaridad, agresividad, grosería y shitposting. El régimen libertario pareciera incapaz de concebir al arte en su dimensión de conmoción de la sensibilidad, y lo piensa como una extensión de su principio de máxima bulleabilidad: si no sirve para domar a los mandriles no sirve para nada. Es una estética que se complementa muy bien con el Nik tardío, también un hijo de las redes, pero del uso de las redes hecho por los boomers. El que usa la misma imagen de un mundo llorando para cualquier muerte, el que recicla los escenarios de los chistes, el que más que dibujos genera sellos para copiar y pegar en diapositivas de Instagram. Ambos se apoyan en el trabajo de otros ocluido. Es como si Nik hubiese abrazado su condición/acusación de ladrón y hubiese convertido en virtud el ser un canal de comunicación para las tías, ese segmento imaginario de la población que representa el kitsch de la estética de internet: su vulgarización, su grado cero de diseño, su carencia total de ironía, su consumo de fake news. Un populista a su pesar. Un Anti-Quino que abraza todo lo que este despreciaba: la mercantilización de sus personajes, su uso político, la reproducción en serie de su trazo, el carácter de estampita de sus diseños.

El segundo elemento es psicológico: el resentimiento. Este sentimiento surca de igual manera a Nik y a Milei. El uno por ser bulleado primero por su propia familia, luego por la sociedad y finalmente por el establishment de las ideas económicas, que asienta su potencia en una venganza metódica contra todo lo que siente que alguna vez lo injurió. El otro por ser un paria del campo en el que decidió participar, señalado por colegas y fanáticos como alguien que rompió las reglas del oficio. Un campo, además, que mayoritariamente se alineó con el kirchnerismo en sus años dorados y agradeció las iniciativas de difusión de la historieta que este implementó. Es imposible no sentir que en la puesta al servicio de su figura pública y de parte de su imperio comercial al proyecto político liberal libertario se esconde, también, un ajuste de cuentas de alguien que se observa a sí mismo como víctima, incluso cuando tiene el poder económico. 

5.

Hay una negativa, dentro del campo de los estudios de la cultura masiva, a pensar y analizar a Nik. ¿Cuántas etapas tiene su estilo de dibujo? ¿Cuáles fueron los pasos que dio para construir su imperio mediático? ¿Cómo se trabaja en la factoría Nik, qué derechos tienen y qué miserias sufren los que producen imágenes para él? ¿Qué dicen exactamente de la política sus dibujos a lo largo del tiempo? Todas estas preguntas solo se pueden contestar con vaguedades y generalidades porque luego del juicio sumario hemos renunciado a lidiar con él. Es un rinoceronte en un circo romano: quisiéramos que no esté ahí y pensamos que ignorándolo desaparecerá. 

Hace varios años creamos junto con Pablo Turnes una revista de crítica de historieta llamada Kamandi. Una de sus secciones de corta vida se llamó “Bestias Negras de la Historieta” y su primera columna se la dedicamos a Nik. Allí, Andrés Accorsi lo describía como un “ruiseñor en una jaula de oro: está encerrado en ese mundo idílico en el que él es el más grande, el indiscutido. Un mundo del que no puede salir para no enfrentar a sus colegas, pájaros que no gozan de las comodidades y los lujos del ruiseñor, pero sí de la libertad de desplegar las alas y la capacidad de volar”. Mientras, Martín Muntaner hablaba de Nik como alguien funcional a la grieta política (que también era una grieta estética) que definió a la sociedad argentina durante la última década y media larga. Y escribía, sobre el automatismo en el desprecio al dibujante argentino: “Convengamos primero que Nik es popular y como suele pasar con los productos culturales populares o exitosos, por lo general reciben esa mirada de desprecio de cierta intelectualidad, de la gente más formada o enterada. Pasa con Marcelo Tinelli. por ejemplo: alguien que disfruta de su programa escucha a un enterado hablar de mediocridad y difícilmente no sienta que lo llaman mediocre; el resentimiento generado no solo no logra el alejamiento de Tinelli sino más bien lo contrario, porque al sostener esa diferencia se posiciona frente a quien lo desprecia. Pasa lo mismo con Nik y creo que, como ocurre con Tinelli, es una tentación para un demagogo político querer aprovecharlo.”

En esta Argentina extraña y salvaje en la que vivimos en el 2025, en la cual los contornos de esta grieta que tiene tan cansados a propios y a extraños parecen estar redibujándose, Nik decidió comprometer su capital económico y simbólico (porque también tiene de este, aunque no nos guste, y aunque lo tenga entre gente de cuyo criterio estético dudamos) en la defensa de un demagogo de nueva cuña, un outsider político convertido en ángel de la destrucción movilizado por un celo ideológico disfrazado de revés de la trama, de verdad revelada y oculta durante mucho tiempo por “la casta”. No es cuestión de mal o buen gusto o de habilidad artística o ladrocinio: he aquí un sujeto reducido a objeto de burla eterna que encuentra su perfecta representatividad política, como tantos otros que vieron la luz en el excéntrico que gritaba en la tele. Allí van, a la par, comprometidos con una destrucción que creen creativa, dispuestos a fundar un mundo nuevo en el cuál tengan razón. Y nosotros los miramos desde el desamparo de nuestra superioridad estética y moral, reducidos a esperar una hipotética caída por su propio peso, divorciados de los métodos políticos de combate. 

«Gaturro» – Muriel Bellini