Sobre el PDF Affaire y las cosas intocables

por Federico Fahsbender

Hola, soy Federico Fahsbender, periodista y poeta. Escribo esta columna motivado por la publicada en El Flasherito por mi viejo amigo Jonás Gómez, compañero en el micromundo de la poesía porteña, muchos años atrás. La situación PDF-autores argentinos contemporáneos ya es un tanto vieja, en otros términos, hablar de esto sería como que lo inviten a uno a una fiesta de 15 para llegar para la mesa dulce, pero creo hay cosas que está bien decirlas.

Ayer a la noche hablaba con una de las autoras pirateadas, una de las varias mencionadas en todo este asunto. Se reía de la cuestión un poco, no estaba para nada ofendida, le parecía hasta un homenaje en vez de algo capaz de arruinar su economía. Hablamos de otros valores, por otra parte, que no aparecen en el debate usual sobre este tema, cuestiones quizás más altruistas que una liquidación. La literatura, para empezar, es información. Quien busque esa información, de alguna forma, la obtendrá, sea por el delito de hurto, por fotocopia o por piratería digital, lo que sea. Si alguien considera que esa obra tiene una idea o un símbolo o una imagen o una significancia que es lo suficientemente importante para su cabeza que justifique transgredir un límite, entonces, imagino, lo hará, le guste o no a su autor, editor, o lo que venga.

En otros textos y comentarios online leo definiciones un poco tediosas que suenan a apunte universitario de chico de 19 años sobre la circulación de la mercancía, el derecho y el usufructo de la propiedad. Creo que cualquier debate al respecto, por otra parte, se agota cuando se compara el precio de un libro nuevo contra el salario medio o el salario mínimo. Es decir, mucho muy caro contra lo poco que hay. Las personas, después de todo, quieren ideas. Después está el libro como objeto físico, una lógica comercial donde el texto se vuelve casi lo de menos.

Hace unos años circuló una proclama de escritores, que fue convidada entre ciertos círculos para buscar adhesiones para la lista. Tenía lo que parecía ser una pretensión de universalidad, pero no fue lo que sentí al leerla. Se parecía más al manifiesto de una liga de autodefensa, la defensa del bolsillo propio y no la de otros escritores, no la de un todo sindical. No hablaba de horizontalidad, de democratizar los accesos a fondos, concursos, becas y convocatorias, a prácticas comerciales de mayor transparencia, a cuentas claras y a proteger a las editoras independientes, desde el nivel medio a los ensambladores de plaquetas. Se lo dije a uno de los impulsores de la proclama: se ofendió un poco, no le gustó. Me dijo, un poco rígido, que mis planteos eran prematuros, que primero había que ir por otra cosa.

Entonces lo entendí. Tarde, porque soy lento, pero lo entendí: la cultura, el colectivo cultura, se basa en el privilegio, en una idea de un nosotros, donde todos vienen más o menos del mismo lugar y se defienden entre ellos mientras marginan a otros, o dejan entrar a un marginal de vez en cuando para tratarlo como a un outsider, para destacar, más allá de su obra, su condición de outsider. Ioshua, el poeta y dibujante Ioshua, tuvo que morir una muerte triste para que un montón de gente que nunca lo hubiese mirado a la cara siquiera piense en su nombre. Era el artículo genuino, le hubiese encantado ser parte de otra discusión; era lo suficientemente articulado como para librarla, no era simplemente el puto yonqui y pobre de una villa de Merlo que quisieron comprar después de su muerte. Pero existe, siempre, ese clasismo.

Nadie habla de la cadena de cosas intangibles que vuelven a un autor en un autor publicado, publicable, o siquiera digno de consideración por un colectivo que controla la representación de la cultura, nadie dice nada del gatekeeping, del tallerismo y de la lisonja tétrica que el club de amigos exige, con el hecho que no importa cuantos frentes abras, tendrás que tarde o temprano tributarle a ese frente único. Es irónico: se comportan como una secta, cuando las sectas producen una literatura propia mucho más imaginativa e interesante.

Los que están en el medio de la cadena alimenticia, entre el pasto y los depredadores, lo sufren un poco en silencio, pero no dicen nada en voz alta por miedo a que no los inviten al cocktail y se tengan que pagar el vino, o que les digan resentidos, que es el adjetivo que la Gente Como Uno reserva para los inquietos pobres. Lo que se conoce como literatura independiente, entre snobs y mantenidos, tiene prácticas mucho peores como el cobrar por publicar. Recuerdo una editora que hablaba de “coediciones”, cuando pedía años atrás un número que era mi aguinaldo y que era cinco veces el costo de impresión. Otros te hacen comprarles la tirada entera. Otros se hacen los tontos y no liquidan jamás. Hay formas. Luego se lavan la cara con cemento, porque la entelequia de la literatura independiente se los permite.

Y luego hay autores que me fascinan, artistas que están demasiado ocupados construyendo la elevación desde la elevación misma como para jugar a todo este manoseo grasiento. Sus libros se convierten en archivos PDF porque esa es su mejor chance de supervivencia. La única respuesta que imagino para ellos, para que su obra exista, es aplanar el campo de existencia de la obra literaria, como sea, con la materialización de los dones y la destrucción de los consensos, idealismo en vez de materialismo.

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