Las aventuras de una birome

Por Fermín Vilela

Dibujos por Lux Lindner

 Un dibujo que le hable al futuro, y que trafique información. 

 Del presente, del pasado. 

 Que la traiga hacia un presente despelotado mientras termina de preparar, lentamente, los materiales.

 En soledad. 

 Con humor, violencia y ternura, afónico por andar gritándole unas cuantas cosas al ágora. 

 O con la vista cansada de tanto dibujarla. 

 Sin ánimos de sonar trágico, pero con ganas de hacer ruido y birome en mano, esa que recorre los aproximadamente noventa dibujos[1] de la última muestra de Lux Lindner en Espacio Una tonelada, ubicado al fondo de la Galería Larreta.

 Tengo de a ratos ínfulas de llegar a la obra de arte total, dice Lux, pero a la hora de los bifes soy un dibujante argentino furioso, porque no dominamos el mundo. Al entrar a la sala, pequeños dibujos hechos en papel inundan las paredes azules del espacio. Envueltos en folio y clavados cuidadosamente contra la pared, son como extraños proyectiles (algunos apuntes dispersos sobre ellos, escritos mientras volvía en el colectivo: escombros de guerra, lux lindner, fierro, metaverso, poesía, caricatura, historieta nacional, armamento, infantería plástica sociedad anónima, visiones del horror, osvaldo Lamborghini, cansancio, poema de mallarmé, colimba, cuánto pesa una línea). Uno de los rasgos comunes entre esta selección de dibujos a birome es, creo, una presencia doble en Lux Lindner. Como en otras obras suyas, de línea y de gesto. Un gesto historicista universal, argentino pero marciano. Y una línea consciente de sus posibilidades técnicas, línea que también da lugar a la destrucción de sí. Al desarme. Diecisiete años de trabajo fueron acumulándose hasta lo que hoy puede verse en las paredes de Una Tonelada. Diecisiete años de pintar cuadros, leer poesía, narrativa, ensayo, hacer performances -con una de ellas ganaría un premio en la Feria de Buenos Aires- y escribir notas y obras de teatro mientras Lux se iba convirtiendo en estos dibujos a birome ininterrumpida.

 Según el diccionario, a la birome se la define como “un instrumento de escritura consistente en una punta de carga que contiene una esfera, generalmente de acero o wolframio, y que en contacto con el papel va dosificando la tinta que tiene en el cartucho a medida que se la hace rodar”. Considerada como un objeto menor en la ejecución de artes plásticas, la birome parece estar relacionada con el dibujo pavo, “al costado del ticket”. Con el apunte administrativo, escolar, bancario. Y sin embargo, toda birome tiene el poder de trazar una línea dentro de la generosidad de su propio soporte. Al dibujar con ella, uno siente una herramienta cómoda, económica, al alcance de la mano. 

 Me gustaría ir al origen de este instrumento para pensar, también, el origen de la obra argentina y furiosa de Lindner.

 En 1888 se patentó, en Estados Unidos, lo que podríamos decir que fue el prototipo de la actual birome. Pero el inventor, un tal John Loud, no consiguió venderla, así que quedó en el olvido. Más tarde, en Europa, la gente empezaría a patentar y fabricar otros prototipos fallidos, pero la producción y venta masiva de biromes no empezaría hasta 1935. Ese mismo año Ladislao Biro, un inventor y periodista húngaro radicado en Buenos Aires, se cansó de que sus plumas estilográficas (inventadas casi cien años atrás) se trabaran mientras escribía. Así que junto con su hermano Jorge Biro, químico de profesión, inventaron una tinta excelente para escribir a mano, pero no tanto para el sistema de las plumas estilográficas. Cuenta la leyenda que terminaron el boceto del entrañable artefacto viendo a unos nenes jugar con canicas en una calle de Almagro: una bolita metálica para garantizar la fluidez de la tinta. Así es como Ladislao Biro le dió su nombre a la primera birome del mundo. Una birome argentina.

 La línea, escribió el calígrafo chino Sun Qianli, guía el aliento del artista[2]. También Matisse, en “Escritos a propósito del arte, nos va a decir que en dibujo, aun en el trazado de una sola línea, podemos dar una infinidad de matices en cada una de las partes que encierra.  ¿Importará la calidad de la herramienta, de la tinta, del soporte? ¿Por qué la birome, y no la tinta for export? ¿Será ese aliento, ese gesto, esa línea a la que se refiere el calígrafo chino la misma a la que se refiere Matisse? Si así fuere, y si pudiéramos darle un carácter universal a esa línea, ella recorre la birome muy poco cansada de Lindner, artista ciertamente plantado en obsesión: la parodia, el teatro político, la historia argentina reciente, los delirios maquiavélicos del poder, el desastre de la guerra, el dibujo técnico, anatómico, la tradición del cómic que da lugar al gesto cómico, el paisaje desolado, el no future aceleracionista y los cuerpos deformes por la industria del capital son algunas de las cosas que se me ocurren al recordar la muestra de Lux pero también, observando la producción de sus últimos años, al recordarlo a él. Un guía de las aventuras de su propia birome argentina. 

  Sin embargo, las aventuras de Lindner vienen, creo, de otra parte. Tratar de clasificarlo sería un ejercicio pertinente, aunque en el fondo sea imposible hacerlo. Escritor, dibujante, performer, docente, compositor teórico, pero sobre todo artista de oficio, Lindner tiene claro que para vivir, hay que producir. Noventa dibujos podrían significar, por lo tanto, noventa posibilidades de poder pagar las cuentas y comunicarse con ciertos demonios del pasado. Influencias. Acá me quisiera detener, antes de terminar, un poco en la obra y figura de Osvaldo Lamborghini. Podría decirse que empecé con los poemas de Néstor Perlongher pero con Lamborghini profundicé, dice Lindner. Me hizo reunir la fantasía y el gore con la historia argentina reciente… Tuvo un efecto liberador. Una cosa importante es esa cantidad de personajes absurdos que crea Lamborghini: Sebregondi, El Niño Taza, El Tetón Esteban, Las Espumitas sin Psicología, esas figuras que parecen filtraciones… ¡Todo ese juego desaforado me interpeló! Los dibujos a birome de Lux muestran escenas que podrían remitirnos, por ejemplo, a “El fiord”, aquel cuento espantoso en el que una orgía sadomasoquista funciona como metáfora de la política argentina. Hay, en lo prolífico luxeriano, no sólo una necesidad desaforada, un apetito, sino un trazo que busca salir de la asfixia cotidiana. 

[1] El artista afirma que “le hubiese gustado llegar a los cien, pero algunos no cumplían los requisitos mínimos”.

[2] Escrito en el año 687 d.c, el Shu Pu (“tratado de caligrafía”)  llegó a nuestro presente como pudo. El texto que se conserva es una pregunta sin respuesta: no se sabe si es el tratado completo, o una introducción  a un trabajo más extenso que no sobrevivió. La editorial argentina Seré breve publicó, en el año 2021, una edición conjunta, que reúne el Shu pu y el Xu shu pu (“continuación del tratado de caligrafía”), escrito por el calígrafo, pintor y músico chino Jiang Kui (1155-1221) casi seiscientos años más tarde, en 1208.