Ana Gallardo: la mamá y la puta

Por Leopoldo Estol

Dibujo por Lux Lindner

Puesto bajo la luz del entendimiento de los artistas que nos formamos en Buenos Aires en los primeros años del milenio pareciera una confusión, un malentendido gigante lo que por estos días se esgrime contra Ana Gallardo en redes y pasquines digitales porque hemos crecido alimentados por su palabra de estímulo, por su notable perseverancia y su mirada compañera. Por eso cuesta entender que haya gente que escriba grafitis en la puerta del museo acusandola de ser blanca, pidiendo que cese la violencia, que respeten a las trabajadoras sexuales, que en definitiva termine antes de tiempo la muestra de nuestra reconocida colega.

Un poco de contexto, de marzo a julio Ana realiza una muestra en donde reúne parte de su obra con un sesgo antológico en el CA2M de Madrid, poco después la misma muestra curada por Alfredo Aracil y Violeta Janeiro sigue su camino rumbo al DF que es desde hace algunos años la coordenada elegida por la artista para vivir. La apertura de la exposición en México suscita debates centrados en una de las piezas. Ésta, plasma un texto rayado con vehemencia en la pared utilizando un lenguaje exaltado, barroco en insultos donde Ana narra una experiencia que la desborda. No es un trabajo desconocido para nosotros, se trata de una pieza que fue expuesta en Buenos Aires en la galería Ignacio Liprandi en el año 2012.

La obra cifra de forma catártica las vivencias de Ana al visitar una casa hogar para trabajadoras sexuales adultas mayores. Es una narración realista y descriptiva donde se cuenta un vínculo singular, primero entre la directora de la institución y la artista, luego entre la artista y una mujer residente en sus últimos días. Gallardo exacerba su frustración insultando a troche y moche y siendo muy explícita en cuanto a lo desagradable de cuidar a alguien que ya poco registro tiene de sí, sobre el final del texto se abre un resquicio salvífico: le lava el pelo y la acaricia.

La semana pasada las acusaciones han logrado poner a la artista y a la institución en apuros. Se le reprocha hacer obras con la vulnerabilidad de una mujer que no dio su consentimiento, también usar un lenguaje ofensivo para con esta persona y la institución que posibilitó el encuentro. Y es cierto que la obra de Ana no parece dar respiro. Es un texto escrito sin puntos ni comas, con una cadencia desesperada que pone de manifiesto y dramatiza esa posición de artista bienintencionada que entra en crisis cuando tiene que dar más y más. Además del texto hay un video en donde Ana le toma la mano a la mujer. Ana Gallardo grabó a la trabajadora sexual sin pedirle permiso y usó sus imágenes para provecho ¿de su propia carrera?

Hemos debatido con colegas el porqué de esta sospecha, este abordaje tan literal, porque entendemos que Gallardo de alguna forma canaliza esta precariedad sistémica como Santiago Sierra u Oscar Bony a través de sus obras señalan la explotación capitalista o el sesgo clasista de nuestra sociedad. Pero no alcanza con citas a terceros para atender el embrollo, hay que pensar al arte fuera de los límites de nuestra comunidad, fuera del terreno seguro de su autonomía de canapé o mejor, pensar al arte sin cartelitos, sin líneas punteadas, sin guardianes de sala ni curadoras. Hay que pensar al arte inserto en una sociedad dinámica hipercomunicada y hambrienta, que se asoma desde las fauces de un pasado colonial con renovadas ansias de castigo y punitivismo.

Días atrás el Muac decidió retirar las obras polémicas y hacer público un comunicado llamando a la reflexión. Quizás así, desde una perspectiva más sociológica se pueda jugar a un quién es quién en esta ópera trasnochada, intentemos dejar claros los tantos:

El Muac es el museo, se trata de un espacio afín a los lectores de este periódico, el museo es un espacio de debate genuino así como un pedestal donde ponderar formas de ver y hacer el mundo. No es cualquier museo, es un museo público y como tal es un instrumento dialéctico del Estado, es decir un invento que le ayuda al Estado a conocer mejor a sus gobernados, como el Estado es el garante de la paz social más le vale prestarle atención a las agujas enloquecidas del museómetro. El Muac, las malas palabras y el uso y abuso del erario público ha cargado las tintas de una voz disidente, he aquí otro actor: 

Una voz que es muchas voces, en principio mujeres, trabajadoras sexuales que se solidarizan y sienten menoscabadas por el lenguaje hostil de la obra, una sensibilidad que vira a sinistra y reivindica a los débiles pero sobre todo a LAS débiles. Es un actor iracundo que tiene un fibrón moral y viene a separar rápidamente la paja del trigo, juzga a la artista como el actor social converso que es, como es converso piensa que ya lo traicionó, no capta la naturaleza ambigua del arte. 

Y por último tenemos a Ana, una mujer cuya historia vital la ha llevado de Rosario a Buenos Aires y de aquí al DF y cuyo trabajo siempre ha estado marcado por un hacer con los demás, por un hacer con el otro, en pos de una nueva verdad, no la misma cantinela de siempre sino una verdad hecha de palabras rayadas, hecha de gestos a veces sutiles y otras exagerados, gestos que salen las más de las veces de unas manos de piel pálida, unas manos delicadas con las articulaciones levemente hinchadas y las venas a flor de piel. 

Ahora el testimonio de una tribu lejana, las personas que la queremos: Ana Gallardo es nuestra compañera, una artista que muchos años antes de la sanción de la ley en Argentina denunció la carencia de un protocolo abortista pegando centenares de atados de perejil en una institución, es alguien que disfruta compartiendo su taller y se las rebusca para ayudar a sus compinches más jóvenes, la que estimula a la cantora trans a tocar en su muestra, la que lleva adelante una feria de arte autogestiva, la artista que tiene un interés genuino en la vejez porque ve en esta preocupación una lenta fuga vital que sabe es mejor vivir y aprender desde el arte. Ana Gallardo, una persona que se anima a poner el cuerpo en un espacio que durante años permanece en sombra y de pronto lo logra. La casa hogar para trabajadoras sexuales adultas mayores está en el centro de la escena. Ana lo logra a expensas de su prestigio social y esto es paradójico porque uno pensaría que las acciones realizadas por la artista buscaban de alguna manera romper ese silencio abrumador que se cierne sobre los desclasados, sobre las mujeres, sobre los viejos. Entonces el rayo vuelve muy público al asunto, solo que el portal de repente se ha cerrado y piedad  ¡¡¡¡la artista ha quedado en el bando de los malvados!!!!

Qué nos queda sino salir de este forzoso cono de silencio y abrazar la poderosa ambigüedad que habita en nuestra práctica (que nos quede claro al resto de lxs artistas que hacer la obra no nos va a salvar de la turba enfurecida). Sin saber qué hacer siempre es mejor –supongo– hacer. En ese sentido porque la conozco a Ana me pregunto como Spinoza ¿cuánto puede un cuerpo?. Primero el cuerpo de una puta y luego, esta vez y no tan lejos, el cuerpo de una artista.