No hay bienales, hagamos una bienal

por Marcela Sinclair

Misionera es un atrevido trío de artistas, tigras, no tristes, que en sus cinco años de vida fundó y montó dos ediciones de la Bienal Internacional de la Boludez, publicó tres números de la revista digital Para Mí, e incursionó en un género barroco y grandilocuente hoy redivivo como es la ópera. A la más reciente la titularon con una arenga: “Jóven, vuélvete mito!”.

Se definen como un colectivo de experimentación curatorial, musical y performática. Cecilia Closa, Melisa Rheingruber y Lilén Ferreyra se conocieron compartiendo fiestas, quizás alguna cursada, y seguro amigues comunes. Sobre todo, esos amigos con los que se reunían, con el exclusivo propósito de boludear, dos veces por semana. Esta actividad provocó que, en 2014, después de innumerables chistes sobre la importancia de la boludez en el arte, se decidieran a lanzar en redes sociales la convocatoria a la primera Bienal Internacional de la Boludez, con sede en Buenos Aires. Recibieron más de cien presentaciones de “gente que hoy es artista, gente de la poesía, y muchos desconocidos”. Eligieron las propuestas que a su criterio tenían “una chispa, una especie de chiste que se vuelve concepto. Una idea que sirve para pensar en otro montón de cosas, o que puede cambiar tu percepción, cierto tiempo”. Cattelan no lo hubiera dicho mejor.

Si la “boludez” le peleaba a lo solemne, la “bienal” le peleaba a la ausencia de espacios de pensamiento colectivo de una escala más amplia que la tertulia de amigues.“Hace algunos años hablábamos de que acá no había ciertos lugares para pensar el arte”. La segunda edición de la bienal tuvo un nuevo nombre: del Pensamiento Paralelo. El cambio obedeció al deseo de conseguir un espacio de mayores dimensiones, y a que, merced a la palabra Boludez, mucha gente pensaba que todo el asunto era un chiste. “Nadie nos tomaba en serio. Ya nos había pasado que mandáramos muchas cartas a sponsors, y claramente se hicieran los boludos”. La BIPP II, de 2016, tuvo dos sedes: la antigua casona de los Altos de Elorriaga, propiedad del GCBA, y Moria galería. Esta vez, a la convocatoria abierta se sumó un número importante de artistas invitados por los colaboradores Sebastián Desbats y Marcelo Galindo, quien habría enfatizado: “No hagamos cualquier cosa”. Esa modificación en el criterio curatorial motivó que alguno de los participantes iniciales, como Santiago Ortí, se bajara: no le interesaba no trabajar con la boludez. “Estábamos tratando de buscar un sinónimo, una esencia de la boludez, sin usar la palabra, e inevitablemente ya fue otra cosa”.

A cuatro años de la segunda edición de la bienal, no hubo todavía una tercera. Ahora Misionera está haciendo óperas. “De nuevo tomar un concepto grande, y usarlo para nuestro beneficio”.
El beneficio del gran formato, refieren, tiene tres aspectos. Uno de ellos es una afirmación de género, ante la realidad subjetiva de cierta «correspondencia boluda entre la obra chiquita y sensible, con canutillos y ramitas, y esa idea de que la escala grande es del mundo de lo masculino. El chiste de “El tamaño sí importa”». Trabajar en proyectos grandes, “sin estar enunciando que lo estamos haciendo porque somos minas”, forma parte de una práctica feminista más intuitiva que programática. Reconocen como antecedente, en este terreno, a Conchetinas (2007/2013), y también el impacto de la agenda actual en esta lectura: “Nos dimos cuenta con los años, no es que desde el principio dijimos: Somos un grupo de chicas, hagamos una Bienal”. Otro aspecto de ese beneficio es que “las grandes escalas habilitan a que entre más gente. En las óperas trabajamos con un músico, como mínimo. En las bienales convocamos gente para organizarla, y 50 o 60 artistas”. La convocatoria a un grupo amplio habilita participación y “unos links improbables entre personas”, cruces que puedan sacudir sentidos comunes estancados. El tercer beneficio es la provocación que comporta meterse con marcos como Bienal u Ópera: «Son cajas que son caras, y como son caras, nos las robamos. Eso siempre genera algo. Si hacés una muestra colectiva, nadie va a venir a decir: “A mí no me parece que esto sea una muestra colectiva, porque una muestra colectiva tiene que cumplir con bla bla bla”. En cambio, con el concepto de bienal, como con el de ópera, empezamos a ver gente que se enojaba. Y la pregunta es: ¿Por qué te estás enojando?”

Para elaborar enojos y preguntas fundaron la revista “Para Mí”, en 2018, como un modo de dar una forma más estable a sus muchas charlas privadas e involucrar más gente en la discusión. “Una sensibilidad tipo antena”, que se pregunta cómo se arman los relatos, e invita a compartir esa construcción. “Todo lo que hacemos como colectivo es indivisible de que estamos en Buenos Aires, en este circuito. Tiene 100 % que ver con la comunidad en la que estamos ahora”. Esa pertenencia empezó a extenderse también en el tiempo, a partir de la lectura del libro “Corazón y realidad”, de Claudio Iglesias, que las artistas estudiaron en ocasión de ser invitadas a presentarlo. “Pensamos mucho en Belleza y Felicidad, Jacoby, Proyecto Venus, Rosa Chancho. Ahí me anclé mucho más en la historia del arte local. Este es un camino, algo que otros artistas ya estuvieron trabajando. Es algo que va más allá de mí y de la gente con la que trabajamos, tiene que ver con muchas más personas, con una historia más profunda, más grande. Algo tipo llamado de la tierra, que tiembla y te dice: ¡Tenés que hacer esto!”

Misionera, más recientemente, responde a este llamado torciendo el destino de la que se pretendió obra total: “Si no se empieza a hacer ópera del modo en que la estamos haciendo, la ópera va a morir, como la tragedia griega. La ópera tenía una ambición muy sacada de incluir todo. Qué sería ahora la ópera?”. “Evangelion”, animé de culto cuyo estilo, algo imprevisto en el género, se va enrareciendo a medida que transcurre, fue una inspiradora hipótesis de respuesta. “Empieza a haber filmaciones en la calle, acuarelas… Se quedaron sin presupuesto, cambiaron de productora, y ahí se pone todo muy raro”. Interrogadas sobre la invocación al heroísmo, título de su ópera más reciente, responden: “Puede haber figura del héroe, en el sentido de pensar qué necesita una comunidad, e ir y hacerlo. Los mitos funcionan para una comunidad. Hay algo heroico no en nuestro trabajo en particular sino en todos los artistas que están trabajando, con presupuesto cero. Es un trabajo enorme”. Estos formatos grandes también les han servido para hablar de lo que una comunidad artística hace con lo que puede conseguir. En clave materialista analizan: “Hay un montón de condicionantes que no hacen a la obra mejor o peor, sino que la hacen”.

En su breve pero reconocible recorrido, sin dejar de compartir circunstancias, referencias, hábitos y entusiasmos con otres artistas de su generación, Misionera ofrece en su práctica y pensamiento una peculiar combinación de sentido de comunidad, conciencia de las condiciones de producción, vocación de trascendencia, humor y delirio. Una ambición que no puede más.

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