Una vida haciendo coreos

por Sofía Dourron*

Los Odonianos, dice Ursula K. Le Guin, son anarquistas, no de la clase de los que tiran bombas, aclara, sino de la clase cuyo objetivo último es la cooperación, la solidaridad y la asistencia mutua. No se trata de una utopía cualquiera, un futuro idealizado o un eterno retorno a los elementos primordiales de la naturaleza humana. En Los Desposeídos –una de las novelas más conocidas de Le Guin-, la historia es la de un físico teórico desgarrado entre dos mundos, la perfección inexistente, la utopía ambigua. En Anarres y Urras nada es lo que parece ser, la vida está atravesada por el conflicto último: aquel entre el individuo y lo colectivo. Todo lo que Gala Berger hace está un poco atravesado por este conflicto entre libertad y responsabilidad, entre solidaridad y deseo (y por su atracción hacia la ciencia ficción).

Como los Odonianos, Gala tampoco tira bombas, al menos no aquellas con la disposición para destruir edificios y quitar vidas, creemos que aún no ha desarrollado ese talento. Su práctica se basa, en cambio, en la propulsión del trabajo colectivo, la cooperación y el intercambio justo. Un camino, como bien nos ha demostrado Ursula, plagado de conflictos y tensiones, de peleas apasionadas y portazos categóricos -literales o figurados-. Con todo, a donde vaya, Gala construye espacios, físicos o inmateriales, que en su mayoría surgen de la explotación de recursos ínfimos, cuasi inexistentes, invisibles. Estrategia de supervivencia o aptitud innata, no se sabe, pero es como si con dos ramitas y un pedazo de nylon pudiera construir casi cualquier cosa. Uno de sus mayores talentos, podemos decir entonces, es su habilidad para transformar la precariedad institucional en potencia colectiva: Munguau, La Ene, Inmigrante, Urgente, Paraguay y Casa Ma, etc. Estos proyectos no son sólo colectivos, museos, galerías, ferias y demás inventos de la autogestión y la práctica artística independiente, son invitaciones para encontrarse y complotar, para asumir responsabilidades colectivas y resistir. Siempre hay razones para resistir.

Decía entonces, que Gala -artista, bailarina, whacker, creadora compulsiva de espacios, etc- siempre está juntando gente. Este impulso motoriza también su práctica individual, aunque, en su caso, individual es una palabra que no le sienta del todo bien, resulta un poco tonta. Como cuando en 2009, en una residencia en Corea del Sur, creó una pista de baile en el mercado de Anyang (sí, una de las ciudades más contaminadas del mundo). Red Bean Jello, así se llamó la pista, estaba hecha con una carpa militar, resabio de la guerra entre las dos Coreas, y montañas de basura que recolectó entre sus vecinos, los vendedores del mercado. En medio del tumulto de gente y el olor a kimchi y pescado seco, Gala creó una mini rave, de paredes de nylon rosa flúo y cortinas como melena rubia de Barbie. Los coreanos bailaron durante horas.

Un año después, de vuelta en Buenos Aires, tuvo su primera muestra individual (¡otra vez esa palabra!) en la desaparecida galería Jardín Oculto. La tierra permanece (2010) estaba regida, no por el hecho colectivo, sino por la reciprocidad y el intercambio, principios constructivos de la comunidad ideal. Se trató de una performance que tuvo lugar durante la inauguración, durante la cual Gala intercambió pinturas por plantas con todo aquel visitante predispuesto al trueque. Sin embargo, la pintura operó, no como medio expresivo, representativo, u otras de las cosas maravillosas que la pintura hace, sino como herramienta para la especulación financiera, bien lejos del ideal comunitario. Las veintisiete plantas que tomaron el lugar de las obras fueron exhibidas para la venta durante un mes, ninguna se vendió y a mí me tocó regarlas todos los días. 

El precio de la diferencia (2014), en cambio, investigó el canon histórico de experiencias colectivas y de auto-gestión artística en América del Sur. Mientras desenterraba proyectos olvidados como Colonia Tolstoyana (Chile, 1904-1905), REX (Brasil, 1966-1967), y El bosque de los artistas (Paraguay, 1970-1995), Gala especuló sobre un posible futuro de la cooperación. Pero la especulación, introspectiva o colectiva, sea cual sea la causa en cuestión (sabemos que las causas sobran), no sería tal sin el necesario re-ordenamiento de datos y elementos de la realidad en un marco de ficción, un muy necesario condicional. Sí, la ficción es a Gala lo que el aire al resto de los humanos. La rodea como un aura luminosa. La ficción, a veces la ciencia ficción, funciona como una política imaginativa, como el marco imprescindible para poder pensar no sólo un futuro posible, sino, sobre todo, otros pasados. La ficción es el bisturí que disecciona la realidad. Una realidad que muchas veces Gala encuentra en el Archivo. En Música para el audiovisual en el Reino Helado de Flash Gordon (2013), por ejemplo, la historia, la ficción y las utopías político-informáticas colisionan  en las obsoletas máquinas del laboratorio de sonido del Instituto Di Tella, construidas en 1968, dando lugar a especulaciones sobre los desarrollos de la tecnología en el Cono Sur  y nuestros devenires políticos.

De manera similar funcionó la performance e instalación La montaña que come hombres (2017), que tuvo lugar en el Museo Histórico Carlos Idaho Gesell en Villa Gesell, donde la memoria institucional de la inmigración alemana en Argentina elige omitir la violencia y el legado colonial. Ese legado, acarreado hasta la actualidad para su consumo masivo, se materializa en la mirada de Wilfredo, un inmigrante boliviano, que, como el Shevek de Le Guin, explora su propio pasado en la oscuridad. Durante la inauguración el público sólo pudo mirar desde afuera, esta inversión temporaria de las lógicas institucionales racializadas fantasea así con un pasado otro, iluminado por luces de colores, donde el adentro es afuera y el afuera algo así como una cárcel sin paredes. Sin embargo, la violencia arraza. 

Pero no hay que bajar los brazos, Gala nunca baja los brazos. Mide apenas un poco más de 1,50m pero es extremadamente resiliente. A pesar de todo, en No tengo fuerzas para rendirme (2017), el cuerpo se reconstituye. Piernas, narices, manos, vaginas, se reconfiguran en renders y collages que se hibridizan con los ministerios públicos del gobierno de Costa Rica. Desde la fantasía sci-fi de manipulación genética y distopía política, nace un “nuevo modelo humano,” 100% vitalidad, listo para batallar.

Otros datos de interés: 

  • Nació en Villa Gesell. 
  • Durante su infancia y adolescencia Gala estudió ballet, hace unos años se pasó al whacking.
  • En Buenos Aires estudió en la UNA, comparte raíces en la cátedra de pintura de Carlos Bissolino con Lino Divas, Cotelito, Juan Reos, Mario Scorzelli y Andrés Aizicovich entre otros (un grupo cuyos orígenes pictórico-surrealistas valdría la pena indagar). Por aquellas épocas, como todos, Gala también pintaba.
  • Ahora vive en Costa Rica, donde ya fundó espacios, hizo muestras y organizó manifestaciones de artistas mujeres. Cada tanto va a la playa.

* Quien escribe no es imparcial, para información objetiva googlee.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

mega888