Monolitos que vienen del futuro

entrevista por Piro Jaramillo

El nombre de tu editorial reúne dos términos: uno que es posible vincularlo directamente a la literatura; y el otro es un color, que obviamente nos remite al espacio visual, donde se despliegan la pintura y el arte. Pero no es justamente “cualquier” color: por lo menos desde Antonin Artaud hasta acá el amarillo se convirtió en un color maldito, ligado a la descomposición y la decadencia, como dice el propio poeta. En el teatro hay una superstición muy arraigada respecto a su uso y también es el color de la alianza Cambiemos. ¿Por qué entonces ese nombre?
Me gusta el color amarillo. Cuando lo elegí para titular mi blog, en el 2007, el nefasto Macri recién era jefe de gobierno pero no recuerdo que el amarillo fuera el color oficial de sus campañas. Por ahí en el recuerdo me confundo. Igual, los odio también por eso. En parte mancharon el nombre de mi editorial. Entre motivos más importantes para odiarlos el mío es bastante mezquino. Pero es mío y lo preservo intacto. El nombre se me ocurrió en el 2007 para nombrar a mi blog. Como te contaba, lo saqué de una traducción que Claudio Iglesias por ese entonces estaba haciendo de un libro de Tristán Corbière, Los amores amarillos. También sale, en parte, de una cita de Las olas de Virginia Woolf. Muchas veces confundieron el nombre de Palabras amarillas con el de Páginas amarillas. Yo amo mi blog y las posibilidades de publicación y tráfico de textos que supone. Y la editorial es una continuación de ese romance. Ojalá el nombre pueda tener el peso del malditismo de Corbière y no la ridiculez de los estúpidos que están hoy en el gobierno.

El catálogo de la editorial pone a lxs lectores frente a autores marginales o poco conocidos (José Sbarra, Bernando Carey Jorge Quiroga), en libros con formato de bolsillo que se pueden llevar en el saco o la campera. ¿Cuál fue tu punto de partida al momento de pensar los libros de Palabras Amarillas desde un punto de vista objetual?
La categoría de poco conocido o marginal es tema de discusión. La idea de los márgenes también es discutible. Me parece que está de moda la idea de lo marginal. Prefiero los cruces. Creo que Sbarra es un autor de culto, que se mantuvo como un secreto oculto pero que nunca se dejó de leer. Y que parte de su magia es esa capacidad de transitar los bordes. De ir y venir. Mi interés por Bernardo Carey está más relacionado con su obra sobre Carlos Correas, un autor fundamental en mi vida. Aunque leí otras obras de Carey que también me gustaron. Y en el caso de un poeta como Jorge Quiroga, que me parece excepcional y que quizás hoy no tenga un lugar de privilegio en la orgía de los reconocimientos sociales del mundillo literario, poder publicarlo me resulta un acto de justicia poético. En cuanto al tamaño de los libros, tiene que ver con eso que decís. Que sean artefactos móviles, óperas ambulantes, monolitos que vienen del futuro y que sean fáciles de traficar.

La impronta visual de las tapas (antes que tipográfica, por ejemplo) también es un elemento distintivo, que  emparenta a la editorial con otras propuestas que cruzan arte y literatura, o arte y poesía, como la de los rosarinos de Iván Rosado y Editorial Mansalva.
A esas casas editoriales que nombrás las sigo con mucho interés. Conozco sus catálogos. También me flashea la estética de editoriales como Tammy Metzler, Vox o Socios Fundadores. Hay muchas editoriales independientes muy copadas.

¿Cómo pensás la vinculación, el diálogo, entre palabras e imagen o ilustraciones al momento de pensar y maquetar? Tenemos el libro de Nadia Gómez (Bichos Raros) ilustrado por Muriel Bellini, por ejemplo. También el de Javier Barilaro (Partituras y Mi Diario Chino), que es prácticamente un libro de artista en formato pocket. Y el de Claudio Iglesias (Cosa de gringos), con dibujos de Florencia Böhtlingk.
Lo pienso como un diálogo de hemisferios. Muchas tapas y contratapas tienen un hilo conductor: la línea y la ilustración. En el caso de Nadia Gómez y Muriel Bellini se dio una especie de contrapunto en sintonía. Imaginarios en común. Hay un factor azaroso en los cruces y otro de búsqueda. Encuentros y hallazgos que siempre encubren la posibilidad del derrape y el desacierto. Las acuarelas de Florencia Böhtling dialogan con las imágenes que despliega Claudio Iglesias para desarrollar sus ideas.

Volviendo al libro de Claudio Iglesias: me sorprendió por un lado la propuesta (ambiciosa y modesta a la vez) de historizar el arte argentino desde un lugar marginal, desde el lodazal de San Isidro, por mencionar una de las imágenes que él utiliza. ¿Qué te interesó a vos?
La prosa de Claudio Iglesias es hipnótica. Desde que lo leí por primera vez, hace más de diez años, sentí eso. Publicar un libro suyo es una fantasía total. Y más Cosa de gringos que es genial. Lo leí desde que era un manuscrito como si fuera un tratado de la descripción. No me interesó tanto seguir la línea de sus argumentaciones como perderme en su manera de mostrar el mundo a través del lenguaje.

El de Barilaro también cautiva desde un lugar extraño, sobre todo porque es un libro sin tipografía; un libro caligráfico, hecho a base de dibujos y escrito de puño y letra por el propio artista. 
Barilaro es un artista de la letra del molde  y de la tipografía que se merecía un libro caligráfico como Partituras / Mi diario chino. Fue un trabajo muy lindo poder ver sus cuadernos de dibujos y elegir un recorrido junto con él.

¿Qué diferencias encontrás (si ves alguna) entre la relación que tienen los escritores con los libros, por un lado, y la de los artistas?
No sé por qué habría que dividir entre artistas por un lado y escritores por el otro. Como si el escritor no fuera un artista. Quizás haya en el caso de algunos artistas más desparpajo para escribir. Pienso en Guillermo Iuso, Santiago Erausquin o Claudia del Río. Quizás tengan más libertad. La figura del escritor está en parte sobrevaluada y a la vez menospreciada. Como si, por un lado, un escritor no fuera un artista sino un empleado municipal de la escritura o algo así, tipo oficinista de las palabras y los párrafos. Lo que en el caso de los que hacen periodismo cultural lo veo así. Como personas aburridas que quieren aburrir y bajonear a los lectores, si es que realmente alguien los lee.

¿Estás satisfecho con la manera en que circulan los libros en Argentina hoy? ¿Creés que en este momento del país el interés por la lectura es el mismo respecto a algunos años atrás, más allá de la evidente reducción del poder adquisitivo?
Me sorprende que haya tantas editoriales con proyectos tan interesantes y heterogéneos. Como si el factor adversidad fuera un motor extraño para hacer cosas maravillosas. Me gustaría conocer más cómo es la movida en el interior y en otras provincias.

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