El deber ser de la pintura
Por Marcela Sinclair
Cuatro cajones de madera, llenos de pinturas que simulan objetos, giran sobre rieles en loop, impulsados por un motor. A un costado, una mesa con más objetos de tela pintada, y otros sobre el suelo. La frase Eppur si muove (Sin embargo, se mueve), se adjudica a Galileo Galilei, quien la habría pronunciado luego de abjurar de la teoría heliocéntrica, a manos (o a pinzas) de los partidarios de que la tierra fuera el centro del universo, además de plana (el terraplanismo no es invento de este siglo). Perché non parli? (Por qué no hablás?) se supone que le dijo Miguel A. Buonarotti a una de sus tallas en mármol, recién terminada. Estas expresiones, peninsulares y renacentistas, entran como una luz parásita, o una sonrisa furtiva, en el espacio que ocupa “El tren”, la instalación que Mariana López exhibe en la Fundación Cazadores como parte de la muestra que comparte con Cecilia Méndez Casariego y Leonardo Damonte, y que su curador, Sergio Bazán, intituló Los Mareados.
Curiosamente, y por suerte, de la escultura no se dice que quiere ser plana, por ejemplo. Y, aunque una vez Miguel Ángel le pidió al Moisés que hablara, por lo general no se le reclama que se levante y ande. A la pintura, en cambio, el lenguaje la presenta muchas veces como a una señora, que busca cosas, quiere cosas, dice cosas, y a la que se le reclaman cosas, todas diferentes de ella. Que la pintura quiere asomarse fuera del marco. Que se resiste al bastidor. La pintura necesita salir al espacio tridimensional. La pintura busca incorporar el movimiento. La pintura debe o debería hacer tal o cual cosa para mantenerse viva. Para las esculturas raras se inventan otros nombres, se les dice ready made, objeto, instalación, intervención, móvil, construcción, ensamblado. La pintura, en cambio, no se ha declinado en categorías. Pareciera cifrarse en ese nombre una especie de garantía, aunque no se sepa muy bien de qué. O sea: es una garantía mística. En virtud de conservar la garantía, tiene que seguir llamándose pintura. Pero para validarla, tiene que dar cuenta de que es pintura de hoy. Este aggiornamento perentorio persigue la meta de agotar las posibilidades materiales, estéticas y poéticas de una obra que pueda de todos modos reconocerse como pictórica.
En su obra, López, la pintora, aplica a pincel óleo sobre lienzo. Los objetos representados son mayormente prendas de ropa. Más algunos zapatos, paraguas, relojes, anteojos, cedés, pinceles, cajas de cigarrillos, latitas de atún vacías. Todos exhiben algún grado de anacronismo, cuando no obsolescencia, sea en el tornasol congelado de los discos o en los relojes pulsera que casi nadie usa. Mariana refiere que son elementos que encuentra en su taller. Como los que mostró tendidos en el suelo en Mi Vereda (de hecho algunos salen de allí), no se despliegan sobre un bastidor, sino que con tela, tijera y pegamento, López construye las prendas y objetos a escala real, antes de cubrirlas de pintura. La camisa, la malla, los corpiños, los pantalones y remeras tienen el tamaño, la forma y los pliegues de camisas, mallas, corpiños, pantalones y remeras. La labor mimética se esmera, enternecedora, en anteojos, colillas de cigarrillos y otras miniaturas. Es fuerte la tentación de revolver el montón, y llevarse alguna de sus cosas cargadas de mirada, óleo y, hay que decirlo, amor. Para los cajones, en cambio, rompe la regla y reutiliza maderas pintadas imitando tablas de pinotea. Antes formaron parte de un parquet, ahora construyen cuatro cajas – vagones que ruedan repetida, cansina y ruidosamente los rieles en forma de 0. 0, como la vocal que hace enarcar la boca, o como un numero cero. El movimiento reconcentrado que da vueltas sobre el mismo lugar, es generado por un motor oculto bajo las pinturas del primer carrito, que impulsa los cuatro carritos llenos de cosas. Este motor, junto con los rieles metálicos y la tabla sobre caballetes que oficia como mesa de trabajo, no fue pintado. El movimiento imbuido a la pintura, sólo para hacerla andar en círculos, viene de fuera de sí misma. Y si la pintura no tuviera mejor destino que ensimismarse?
Como dice la artista: Es su taller de pintora, las cosas que el ajetreo de una biografía (y una práctica, sumo yo) va acumulando. Así como la fotografía brega con el índice que señala al documento, la pintura no termina de elaborar esa especie de trauma, o mandato paterno, de la representación. Sea que responda con acciones de berrinche negador, geométricas maniobras de distorsión, hipérboles constructivas del soporte, maníacas incrustaciones de cultura pop o humor pícaro de duende. Debería? El realismo de estos objetos pintados por López resulta surreal, nos encanta y marea, porque la trampa para el ojo y su presentación como un objeto entre otros coinciden, poniendo en evidencia lo infructuoso de la búsqueda de ese límite, en el mismo momento del esfuerzo. A pesar de todo, se mueve. Pero en órbitas, estúpidamente, alrededor de un núcleo místico, enigma, o vacío. Por eso, la obra es elocuente en el momento en que se queda sin palabras.
Muestra: Los Mareados. Mariana López, Cecilia Méndez Casariego y Leonardo Damonte. Curador: Sergio Bazán. Texto de sala: María Carolina Baulo.
Fundación Cazadores, Villarroel 1438/40.