Remolino originario

Por Leopoldo Estol

Dibujos por L.E, Leonello Zambon & Ariel Cusnir

Muchas cajas reposan en la primera planta de esa bella casa, pocos metros separan las cajas de la energía del mar porque la casa está muy cerca de la rambla, en Montevideo. Hubo que esperar todo el día hasta ver al pequeño auto doblar en la esquina, detener su marcha y bajar, una por una, las cajas provenientes de la imprenta. Adentro de ellas hay cientos de revistas en cuya tapa sólo se lee una palabra grande escrita en mayúsculas: MUSEO.

Museo da nombre a la publicación y también es el cuaderno bitácora del MACMO (Museo de Arte Contemporáneo de Montevideo), una institución sin edificio pero con su propia mitología que llevan adelante Eugenia González y Agustina Rodríguez. Cobijando en su haber tanto investigaciones sesudas como formas alternativas de institucionalidad que van de textos que se ponen a pensar qué significa que tantxs artistas hagan reenactments a dossiers sobre la educación artística en Uruguay o debates en torno a la originalidad y la autoría a propósito de una exposición inspirada por el célebre proyecto DO IT. En resumidas cuentas, es una de las publicaciones para el gremio artístico más interesantes que se editan en el país hermano.

Volvamos a la casa y a las cajas recién llegadas porque a todo esto, una de las revistas luce envalentonada y asoma un filo para cortar la cinta marrón que impide su salida y como poseída por una suerte de conjuro se anima a la proeza, mira para ambos lados, se acerca a una mesita, colándose luego en la mochila, una de las pocas mochilas que cruzan por estos días el Río de la Plata en lancha. Se preguntarán entonces ¿cómo llegó esta revista a mi escritorio? La revista que me la pasó Leonello Zambon y a él se la dio Eugenia González,  artista curadora que navega el Río de Plata un día de mucho sol en el que el enorme caudal de agua se muestra especialmente calmo o tal vez la calma está en ella que deja a su familia otra vez a salvo, su papá se bancó la internación en el momento más pesado de la pandemia. Eugenia mira la revista con orgullo, el verde pleno de la tapa la encandila, es el fruto de muchas horas de trabajo, de investigación y desgrabaciones, “está bien -piensa- que la revista tenga su propia vida”. Zambon, Nicolás Bacal, Ariel Cusnir, Tomás Ciccola, Tom Werth, Jerónimo Bujman y más compas* habían pulido previamente acentos y dibujos. La revista es un objeto raro, suerte de documento testimonial y a la vez un diario íntimo, un manifiesto de una forma de estar en el mundo. Me sumergiré en ella pero primero quiero hablar de unas clases.

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Conocí a Leonello Zambón en los albores del año 2000 en un salón reciclado del Centro Cultural San Martín. Era un aula oscura cuya escasa iluminación tal vez se debiera a las cortinas, las cuales tapaban las ventanas de posibles fisgones; después de todo, estábamos tomando clases de dibujo con Marcia Schvartz y ella traía modelos cuyos cuerpos eran no hegemónicos (ese término no se usaba tanto entonces) para luego describir con fruición esos cuerpos liberados de sus vestimentas: brazos, torsos, la corporeidad toda.

Esa fue la época donde me percaté que dibujar gente desnuda era mucho más que un género académico y empecé a ir un día aparte a la Asociación Estímulo en Esmeralda y Córdoba, ahí todas las semanas cambiaban lxs modelxs si bien los cuerpos eran más normados e iba una señora que vendía empanadas, así que se podía dibujar gente desnuda y comer empanada al mismo tiempo (el poliamor vino después). Marcia trabajaba con carbonilla y nos animaba a empastar con los dedos el trazo, hacía un elogio del cuerpo, una vez fue una chica corpulenta y ella se encendió. Hizo un discurso de cómo dibujar ese cuerpo que nos daba más, me gustó esa Marcia saturnina que también comía en las clases, claro, comía por los ojos y modulaba con vehemencia las palabras. Era la primera vez que yo veía a alguien hacer eso que años después se llamó activismo gordo. Tragué saliva cuando Marcia posteriormente empezó a hablar pestes de otros artistas, había una fuga o quizás era su forma de hacer política… Me abstraje, ¿qué iba hacer? Miré al otro lado del salón, donde había un chico con cresta punk que me sonrió como diciendo “ella es así, es una genia y también le gusta putear”. Estábamos en la misma. Era Leonello.

Nos volvimos a encontrar muchos años después (Leonello como profe y yo como invitado charleta) por iniciativa de un amigo en común, fue Nicolás Bacal quien me incentivó a llevar un cd con imágenes a Caseros, un municipio cerca pero lejos, con una universidad con aulas 0 km y una libertad de cátedra en principio curiosa para mi registro personal. Había huido de Puan y sus claustros cuando se empezó a atestar mi mesa de pilas de fotocopias y más fotocopias. De pronto, llegar a otra universidad pública donde se podía entretejer la experimentación y algunos saberes nerd del dominio de las máquinas fue una sorpresa. Una libertad macgiveriana para unir dos cables y poner en marcha la clase desperezando con parsimonia a lxs presentes. Asocio esta transmutación a la impronta de Leonello y Nico, también al trajín de Micaela Paz, Ignacio Guerra o Alma Laprida que subían apuradxs la empinada escalera hacia la cafetería.

¡Permiso! Pido disculpas anticipadas si interrumpo, entro en una suerte de revisionismo personal tal vez alentado por el imán de una edad nueva (los 40) que en breve estaré cumpliendo y lo cierto es que se hace difícil separar el afecto dispensado por algunas personas de las gestas en sí mismas. Cuando se piensa la crítica como un hacer objetivo casi quirúrgico siento que el piso cruje. Sobre todo, siendo nuestra práctica tan efímera, siempre anda rondando una pregunta: ¿cómo empeñar la energía? ¿En dónde? ¿En compañía de quienes? Qué imprescindible que las universidades nacionales habiliten espacios de pensamiento, de búsqueda y reflexión. En ese sentido, me podría reconocer en torno a ese periplo vitalista que implica abrevar, nutrirse, llevar lo propio, errar, escuchar, recapitular para tal vez algún día sentirme cómodo recibiendo a otrxs en esa ronda mágica que es enseñar porque no hay que olvidarlo, enseñar es dar tanto como recibir. Sí.

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Ronda. El filósofo español Amador Fernández Sabater, en ocasión de su última visita al país fue invitado a dar un charla y pensar un Parque Paradigma, un espacio de investigación en una suerte de triángulo de las bermudas del campus de la UNTREF, donde dos locomotoras de tren carcomidas por la lluvia dan una pista de la vida anterior del predio. Crecen yuyos y los mosquitos hacen nido mientras lagartos de gran tamaño se los comen, el abandono de estos bólidos es excusa para hacer un ejercicio de arqueología. Un grupo de docentes y estudiantes realizan una exploración en una zona del campus quasi baldío, dan charlas y construyen un mobiliario para este sitio. En ese sentido, la libertad de abrir nuevos caminos expresivos en lxs demás, el leitmotiv de cualquier carrera de arte, ha ido más lejos en su ambición y ahora, la intemperie y la historia nacional están enchufadas y se retroalimentan. En uno de esos raspados prados, con sillas y banquetas sacadas del aula, en ronda nos sentamos en torno a ¿quién? Ah, Amador, cierto, un filósofo.

“Tenemos que darnos formas para organizar, formas para cuidar, que no se pierda la espontaneidad, sino que el desafío esté en dar formas. Yo creo que es el máximo desafío, buscar formas para que la potencia pueda pasar.” Amador seguía de cerca lo que pasaba en un Chile hiper movilizado, recordemos que durante el 2019 se vivió un tiempo sostenido de protestas reformistas y el ánimo asambleario empujó a los dinosaurios hacia una nueva constitución. A mi juego me llamaron, habrá pensado el español, con su capacidad de compartir ideas y fomentar horizontalidades. Al respecto se podría ahondar mucho en este tema tan actual, donde pareciera inherente a la práctica del arte promover una grupa activa, hacer arte sería equivalente a forjar tu propia tribu, en este aspecto la charla de Amador (documentada también en la revista escabullidiza) es muy rica porque piensa lo colectivo desde experiencias políticas recientes como el movimiento 15M, que ocupó la Puerta del Sol en Madrid, donde él tuvo una participación activa: “ser capaces de crear un clima de conversación, de pensamiento, de acción, una manera de hacer, que eso sea lo que nos mantiene juntos, no unos signos que veneramos. Sino que nos da vida una manera de hacer, de pensar, de estar, de relacionarnos, que hemos inventado en común, y eso queremos contagiar, no nuestra identidad…”. No termino de leer la frase que la revista se cae al piso, da un salto y de pronto está lejos. Qué cosa más rara, me asusta. Agarro un palo y la empujo. La muevo de lugar. Qué tonto. Me agacho y la levanto.

Y sigo leyendo. A la cuidada desgrabación de la charla del español (que tiene una luminosa cantidad de notas al pie) sigue un análisis de Leonello que pasó buena parte de la pandemia estudiando antiguos mapas de los bosques de Palermo, durante siglos terrenos inundables que fueron nivelados y cuyo aspecto de jardín data de los tiempos de Rosas. Imagino un Planetario azotado por una crecida con los cimientos sumergidos en las corrientes, es de alguna manera una forma de recuperar los bañados, es decir un hábitat que acompaña al río en su fusión con la tierra. Entonces, esta problemática de los humedales es algo que tiene larga data entre nosotros y eso de ganarle tierra al río es un arma de doble filo, ¿no?.

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Leonello postula un concepto: el transterritorio, lo digo en voz alta y lo imagino como algo holográfico, parecido a las reglas que supimos usar en la escuela, que tenían imágenes que cambian de acuerdo al ángulo desde el que se las mira. Un espacio donde muchas líneas de vida confluyen y forman algo muy particular parecido a todas la capas de sentido que tiene un espacio. Un espacio con sus múltiples tensiones. El momento en el que Julio Argentino Roca decide convertir a las milicias nacionales en una suerte de estado nómade y para eso les saca peso a los soldados, aliviana sus cargas para igualar en agilidad al malón, también les da fusiles, convalidando la expansión de una Argentina X, de la que hoy nos arrepentimos porque se hizo a expensas de la matanza de nuestros hermanxs mapuches. Y ya no podemos decir Mari mari peñi, mari mari lagmen* sin sentir un poco de vergüenza. Lo cual habla de una tristeza que nos constituye.

De nuevo, ¿qué sería un transterritorio? Varias coordenadas temporales confluyen, por ejemplo donde hoy está el galpón de artes electrónicas antes había un taller de reparación de trenes.

Otro ejemplo, el nombre de la universidad es la fecha de una batalla, un vórtice, un remolino originario, o sea la batalla forma parte de la universidad y los trenes que viajan hacia la mesopotamia se superponen con el choque de caudillos, Urquiza y Rosas con sus miles de soldados guerreando, matándose unos a otros. Leonello investiga cómo la mentalidad de un tiempo y la oportuna hegemonía de una clase logra la transformación de un bañado en quinta, como Roca perfeccionando su máquina de muerte construye el mapa de Argentina que coloreamos en la primaria y a medida que profundiza se va quedando sin aire porque mira el mundo lleno de paradojas, de familias que se asientan sobre cementerios y eso le hace mal, le hace mucho daño pero al rato está de nuevo dibujando y se convence que la historia duele así que mejor seguir andando.

Escribe: “Los enfrentamientos políticos y económicos se vieron amplificados exponencialmente bajo la forma de guerras estéticas y formales.” Amador recalca la importancia de hacer formas y cuán pertinente es el trabajo meticuloso de lxs artistas, su apuesta vital, construir con lxs demás, explorar el pasado, las antinomias desde el lugar donde acontecieron las batallas, las apropiaciones territoriales, las operaciones discursivas tendientes a convalidar un nuevo poder. Tal vez, una de las reyertas de nuestro tiempo sea esa, una vez que el río cede en su bravura y vuelve la calma de qué manera aprendemos de lxs demás, qué tomo del otre y a fin de cuentas qué dejo.

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Aquí se puede consultar las revistas MUSEO y su último número con la tapa verde esmeralda dedicado al Parque Paradigma.

*1 integran el grupo de docentes y estudiantes que investigan la zona baldía del campus universitario: Nicolás Bacal, Jerónimo Bujman, Tomás Ciccola, Ariel Cusnir, Nicolás Da Mommio, Rosario Espinoza, Leandro Garber, Mercedes Sánchez Dansey, Julián Sardi, Yennyfer Tellez, Tomás Werthein, Leonello Zambon y quien escribe estas líneas.

*2 en lengua mapudungun quiere decir: hola hermano, hola hermana