Dos en una

por Juan Laxagueborde
dibujo por Toto Dirty

En la obra de teatro Animal Romántico estaban dispersas y en primer plano las obras de Denise Groesman. Un poco le dictaban lo que tenía que decir y otro poco se reacomodaban hacia atrás o hacia los costados del escenario, pero no tenían el protagonismo que se le exige a una obra de arte en una muestra como tantas. La que hablaba era un personaje, porque Denise no protagonizaba un biodrama. Eso se notaba hacia el final de la pieza, cuando con otro tono y con ademanes nuevos, Denise invitaba al público a subir al escenario para ver todas las obras que se habían ido sucediendo y descubrir en el fondo unos túneles que se inauguraban tras cada función.

Lo que pasa es que toda obra de arte es un poco «biodramática», ya que no hay manera de no terminar diciendo de ella que está canalizada por las fuerzas reprimidas y abyectas de quien las hace. Con esto quiero decir que la obra era una ficción para rastrear de qué forma vive una artista en lo que hizo, pero en lo que está haciendo también. Las obras plásticas le hacen acordar quién es, la impulsan y la estimulan. La obra de teatro sucede en los interregnos de la realidad, se encorda en el sueño de la carne de una vida con lo real (un personaje de padre que la embola) y todo lo imaginario del mundo (la perversión y los anhelos de la protagonista).

La obra de Denise viene de copiar fotos familiares (niño esponja / niña observador, hacia el principio de esta década)  y va hacia la extravagancia del cuerpo enloquecido por romper los tabiques que agrupan en circunferencias las relaciones afectivas. El mimetismo se supera con delirio. A la familia se la recuerda en el punto en donde se la necesita y se la rompe. Como en los cuadros de los parientes de la señora que trabajaba en su casa cuidándola, la familia es lo que nos focaliza y condiciona, no tiene que ver solo con la sangre.

Es que detrás del sujeto no hay nada, pero hubo un invento teatral (dramaturgia y acción) para que se le arrime al personaje la mismísima Denise. Que era y no era ella. Ella lo contenía para que el personaje no se expanda con la soberbia del que sabe que está solo. Es en ese momento donde se abre la pregunta por la relación entre lo que puede hacer la ficción y cómo lo que no es ficción la transforma. La ficción es el personaje, la realidad es Denise y lo que no es ficción ni realidad son los cuadros. Animal romántico mostraba (pero no demostraba) el despiole de la relación en lo que hacemos y lo que queda para los demás: lo que hace «de más» Denise. No habría que leer estas disquisiciones tratando de explicar, sino ver las pinturas cuando puedan, van a estar por la ciudad para siempre. El «de más» es lo interesante, lo inaudito de una obra. No es lo que explica una obra de arte, sino lo que viene de la relación entre la voz de la obra y la catarsis del que la ve.

Denise es pintora pero tiene familia, claro. Entonces tiene problemas, llantos, todas las inseguridades del origen, todas las culpas de los destinos precarios.  Lo registran sus obras y lo registra su voz en la obra de teatro. Registrar todo esto es darle la vuelta a los lazos sociales sin querer asfixiarlos pero queriendo dejarlos ahí -no hay recurso escriturario para demostrar de qué manera digo este ahí. 

Esto me hace pensar que el interior del exterior de las personas es cualquier cosa que haya pasado sin que nos enteremos. Aunque las peripecias generales de nuestro vivir provengan de ahí. En ese punto la acción es paradójica y sus consecuencias siempre no buscadas. El resto de lo que hacemos va a parar al arte, al relato dramático, a lo que se hace porque sí para ver qué pasa.

En un momento Denise muestra la escultura del modelo de su cabeza y su rostro. Me gustaría ser un buen psicoanalista para decirlo bien pero no lo soy. Entonces me pregunto ¿Cuál es la identidad que se embrolla en esa cadena de rostros, el modelado, el de la actriz, el de Denise “misma” y el de quienes la conocen y la ven y la hacen ser de otra manera porque la estructuran? Lo que esclaviza deja librada a la voluntad la liberación pero liberarse (no someterse) es dificilísimo. Es por esto quizá que a Denise le gusta tanto el Deleuze del Antiedipo.

Pero en esta obra de teatro había una muestra de sus obras adentro. Una antología de obras pasadas y a la vez una otra cosa, algo nuevo. Materiales y esquemas que el espectador podía transitar cuando el teatro terminaba y no empezaba la realidad, sino que se postergaba. Era un laberinto de plástico que parecía carne. Este maridaje es la vuelta de tuerca de la relación de esta época (moderna o pos moderna; o pos-posmoderna) con el romanticismo. Porque la aventura de hoy,  que ya no es aventura, está diseñada con materiales sintéticos o porque lo único no artificial son los animales salvajes que vemos poco, la carne al aire libre con muchas chances de ser cazada y comida por otros –incluye esto, claro, a nosotros. Ser romántico hoy en día, atravesar la naturaleza con sensaciones sublimes todopoderosas, debería ser ir hacia atrás. Adelante está la industria de la pavada. Se puede seguir viviendo, caer en la forma inevitable del tiempo hacia adelante, pero hacerlo como si se viviese para la antigüedad, volviendo a rastrear las perlitas y las intenciones pasadas que nunca son viejas porque son genuinas.

Ese túnel-laberinto del final, sobre el escenario, se llama «Corno Chat». En el centro tiene una pintura que Denise parece haber ido pintando a lo largo de la obra pero no. Es la ficción de algo que no es ficción, porque la pintura es más real que la palabra. Encontramos en el centro del Corno una pintura de paleta marrón con una pirámide en falsa escuadra y perspectivas poco claras con personajitos manteniendo relaciones sexuales como animales o como personas en actitud anterior a que Dios las traiga al mundo. El laberinto está hecho de un material artificioso, que simula carne cruda, pedazos de cuerpo. El alcance de algo blandito que tolera la adaptación y las metamorfosis. Nada que ver con una estructura. Hay un problema en las estructuras. Parece ser que para salir de ellas hay que agregarles otra estructura más; ya la frase suena pesada y violenta. Así que no. Para eso vale la pena seguir viendo lo que hace Denise, que sale y entra de la melancolía cada vez más rápido. Porque el calor del cuerpo (que incluye a la cabeza y al corazón) le genera la rapidez de la que escapa, de la que quiere enfrentar su vida.

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