Una heladera llamada Arte Argentino

por Andrés Gorzycki

PRIMERA PARTE

a.

“Es lamentable que, actualmente, gran parte del aparente entusiasmo por el arte no esté fundado en sentimientos genuinos. En esta época democrática, los hombres claman por lo que popularmente se considera lo mejor, sin prestar atención a sus propios sentimientos.” 
Okakura Kakuzo citado por Gumier Maier

“Mi cabeza es una heladera desenchufada, 
todo lo de adentro se está derritiendo”
Perras on the Beach

Hace algún tiempo, leí un texto que decía que el arte argentino era como una heladera cerrada y desconectada con unos quesos adentro. Después de buscar y preguntar bastante, no encontré ni el texto, ni le autore, ni si efectivamente era eso lo que decía, pero voy a usar esa idea como mapa para hablar de algunas obras y muestras que vi en los últimos años en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 

Voy a hablar de situaciones que pasaron entre el 2016 y este año (2020); es decir que gran parte de ellas ocurrieron durante los años en que el macrismo estuvo en el gobierno a nivel nacional. Una metáfora cruda de ese período, así como de muchos períodos de crisis, es la imagen de la heladera vacía. Durante esos años hubo un aumento exponencial en la precarización laboral y existencial debido a las políticas neoliberales implementadas desde el gobierno. Sumado a esto se estableció un esquema de aumentos concretos en las tarifas de los servicios públicos, especialmente la electricidad. La precarización hace más difícil comprar comida y los aumentos en las tarifas complican el pago de la luz, la heladera está vacía y desconectada

Ahora que tenemos el contexto político económico, se preguntarán: ¿qué diantres tiene que ver una heladera con el arte argentino? Ya veremos… Empecemos por reconocer cuatro partes concretas de la heladera: un adentro, un afuera, una parte que divide ambas y las bisagras. 

La parte de adentro es oscura y está cerrada herméticamente. Si quedaron restos de comida, las condiciones son perfectas para que hongos y otros bichos puedan crecer en comunidad. Una característica fundamental para que crezcan estos hongos es el tiempo. Ellos no crecen de un momento para otro; como todo ser vivo necesita su tiempo de asentamiento, crecimiento y reproducción. Tienen que cooperar con otros hongos para compartir nutrientes y mantener esa oscuridad para desarrollarse. Dentro de la heladera cerrada y desconectada hay una velocidad lenta, un proceso de vida en crecimiento.

El lado de afuera de la heladera es metálico, brillante y duro. Muchas heladeras suelen tener imanes, papeles, dibujos, fotos, listas de precios de delivery, decoración que varía según los gustos de le dueñe de la heladera. Si alguien pasa apurade demasiado cerca de este aparato fundamental de la cocina, es muy probable que tire al piso unos imanes y haga que se caiga lo que sostienen. La parte exterior de la heladera vive a una velocidad rápida, de cuerpos que se mueven y tropiezan sobre este espacio reducido.

Las bisagras permiten el movimiento entre el adentro y afuera. Al abrirse la puerta estos hongos salen al exterior y afectan a los objetos y las personas que viven en la casa. Voy a pensar la casa como la realidad, las percepciones compartidas, el ámbito público más amplio, los sentidos comunes, la imaginación popular, los colectivos políticos. En este movimiento ocurre un intercambio que amplía materialidades y mezcla mundos que parecían estar separados. 

La goma que recubre a la puerta es el espacio que divide estas dos partes y genera las condiciones de aislamiento de adentro. Este espacio funciona como frontera entre un adentro y un afuera, y conserva las propiedades que permiten la reproducción de todo lo que está encerrado adentro. 

Ahora que tenemos la imagen de la heladera -con su parte interior llena de hongos, su parte exterior con imanes/dibujos, la goma que recubre la puerta y las bisagras-, voy a usarla como sistema para acercarme a muestras, obras e intervenciones hechas por artistas en Buenos Aires durante los últimos años. En estos cuatro espacios de este artefacto hogareño reconozco tres polos marcados por los que me voy a ir deslizando. Por dentro el Honguismo; en la apertura, el Bisagrismo; y por fuera el Need for Speedismo

Need for Speed, para aquellos que no hayan tenido el gusto de jugarlo, es un videojuego de carreras de autos muy famoso en los ‘90. El título traducido al español sería “Necesidad de velocidad”. En este juego, se compite en carreras ilegales con autos mega diseñados, de último modelo, plagados de calcomanías y neón. Las carreras deambulan por ciudades, al mejor estilo Rápido y Furioso, donde le protagonista del juego es el auto. Se juega a ser la máquina y les humanes no figuran en el paisaje cool de este videojuego. 

El Need for Speedismo (lo corto a Speedismo para ser más conciso) engloba las obras que buscan velocidad y compiten por la atención a cualquier precio. Ostentan una capacidad de reproducción que facilita un consumo rápido y canchero. La velocidad en estas obras es un bien en sí mismo. Los espacios virtuales, en especial los smartphones e Instagram, cumplen un lugar fundamental en su circulación y funcionamiento. Bajo esta lógica es muy importante la carrera, y se compite por conseguir el escaso capital disponible en el bolsillo de les coleccionistas, convocatorias de empresas privadas y subsidios estatales. En este juego de carreras, se trabaja con el fin de cumplir los requisitos para la anhelada y siempre esquiva profesionalización del arte, en pos de instaurar el sueño de una carrera artística que permita a les artistas conseguir el dinero prometido que cumplirá todos sus sueños.

La rapidez en la ejecución, lo que pega, lo hitero y lo viral son características propias de este movimiento. Se toma el gesto rápido y “mal hecho” como gesto canchero, cool, desapegado, ya que el esfuerzo -¡qué palabra!- o mejor dicho ‘el compromiso’ no está puesto en la obra sino en el social networking. Se hace “así nomás”, y se comparte en las redes porque es insoportable aguantar la ansiedad de subirlo: ser parte y no quedar afuera de la carrera. Esta obligación de exponer todo lo que se hace no permite las condiciones de oscuridad necesarias para que se desarrollen sistemas de vida y de obra complejos, ya que se estimula una rápida digestión con el fin de agilizar el consumo.

Esta corriente es la más fomentada por convocatorias y espacios “jóvenes” de los últimos años. La juventud es un capital que se pierde cada minuto que pasa. Si lo único que la obra tuviera para ofrecer es esa juventud, la obra/artista se descapitalizaría a cada momento. Eso, sumado al contexto de precarización general, hace que algunes artistas produzcan desde la ansiedad de lograr un espacio rápido en las vitrinas de galerías, ferias y cualquier espacio que prometa un poco de luz para poder capitalizar simbólicamente y así compensar la descapitalización del tiempo perdido de juventud. La categoría de arte joven ayuda a que la velocidad sea un fin en sí mismo y que todes apretemos el acelerador de las obras sin importar a dónde terminemos. En esta lógica, la posibilidad de pensar un futuro se ve anulada por la necesidad de sobrevivir el presente.  

SPEEDISMO

Empiezo por un artista no joven pero sí ejemplo en speedismo, velocidad y tabú: Milo Lockett. En una entrevista a Clarín se enorgullece de pintar 6 o 7 cuadros al mismo tiempo y a veces terminar 8 cuadros por día. A pesar de todo lo que se lo critica, Lockett provee una respuesta a la pregunta de ¿cómo vivir del arte? en un sentido económico. Aunque esta respuesta aparentemente no sirve para la mayoría de les artistas contemporánees, ya que no vemos miles de Locketts compitiendo por el bolsillo de una clase media dispuesta a ingresar al consumo en pesos del aura mágica del arte. Todo lo contrario, a Lockett se lo vuelve un paria y se lo excluye de la pertenencia simbólica a ese espacio sagrado del arte. Así muches artistas argentines gastan mucho capital económico con el fin de no Lockettear sus carreras. Milo es como un panfleto de delivery pegado en la heladera para conseguir comida rápida, segura y sin el esfuerzo de cocinar.

Otro ejemplo de speedismo es Matías de la Guerra. En una publicación de Instagram le preguntan qué es el arte, a lo que él responde: “amarillo”. Su procedimiento tiene un grado mínimo de complejidad, sacar fotos a objetos amarillos e invitar a famosos a replicar el gesto. Amarillismo puro desde donde se intenta, a todo pulmón, construir una carrera profesional que se viralice lo más rápido posible. 

De todos modos, dada la precariedad laboral y existencial característica de ésta época, es entendible que un artista se aferre al primer gesto que tenga potencial de viralización para replicarlo al infinito y así engrosar un CV que le permita acceder a las migajas disponibles por les que se benefician del sistema de extracción financiero y las herencias. Igualmente, ya que el COVID nos hace pensar en el apocalipsis, quizá sea momento para repensar lo que está sin el apuro de una carrera. Construir mecanismos para evitar esa angustia existencial que lleva a acelerarse sin otro sentido que una fama que permita sobrevivir

Otra artista que puedo encuadrar en el speedismo amarillista es Natacha Voliakovsky. En sus obras, su cuerpa se presenta como protagonista con la que busca captar la atención al hablar de temas en escena dentro de la agenda progresista, replicando una estética Abramovich para ubicarse en un espacio de consumo artístico identificable rápidamente en las góndolas del arte contemporáneo. Precarización existencial, Political Performance Artist o lastimarse para conseguir capital de atención, simbólico, y, eventualmente, económico. 

Imagino a estes dos artistas como los imanes que van pegados a la heladera y se producen industrialmente a gran escala para que un comercio tenga más clientes. Es decir, que son les agentes que se conectan a la heladera desde la lógica del Mercado

Estos imanes muchas veces sostienen dibujos, fotos y notas en la superficie de la heladera. En esta forma de colgar objetos encuentro un aspecto específico de curaduría speedista.

En las muestras de Mi Vereda curadas por Valeria Vilar durante la pandemia, se eligió mostrar dibujos, pinturas y otras obras pegadas con cinta sobre una persiana de metal de un negocio cerrado. Este criterio de exhibición respondía a la velocidad de armado de estas muestras, lo que hacía que las obras se vean como los dibujos de les niñes que se pegan en la heladera para incentivarles la creatividad. Estas muestras se publicitaron en Instagram como espacio de refugio frente a la ansiedad de no tener una inauguración hace meses y querer volver a sentir algo parecido a la ya conocida vieja normalidad. 

Otro ejemplo de esto, pero en el mundo pre-Covid, son las muestras Fiesta Municipal del Guindado que se hicieron en la galería Piedras curadas por Juan Laxagueborde. En estas muestras, las obras se colgaban rápido en un espacio de la galería Piedras que comúnmente no se utiliza para mostrar obra y se daba un lugar importante al evento social al punto de contar con espectadores especiales en cada ocasión. El montaje se hacía en un par de horas, la muestra duraba un día, se hablaba, se tomaba guindado, se escuchaba un texto leído y terminaba la reunión. Más allá de las obras de les artistas que expusieron en estas muestras, hablo acá de la curaduría como forma de speedismo. La velocidad y la simplificación como estética, como forma de estar en el mundo. 

Si el foco muchas veces está o estuvo puesto en la reunión, la inauguración, el eventismo y las personas que concurren más allá de los objetos de les artistas, ¿podríamos hacer muestras donde ya no hayan obras y así blanquear que en esos eventos lo importante es la reunión? ¿Qué rol cumplen estos objetos-obras en este tipo de muestras? ¿Qué rol queremos que cumplan?

En este sentido creo que el speedismo es el más perjudicado por la pandemia. La muestra Mi Vereda fue muy controversial al publicitar una inauguración cuando en toda la ciudad estaban prohibidas las aglomeraciones de personas. Esto activó el sistema de defensa en redes sociales donde se discutía la pertinencia o no de una inauguración en ese contexto, e hizo que exhibirse de esa manera se vuelva cuestionable para una parte de la comunidad artística. 

Post-Covid lo viral se combate con el arsenal del Estado, con cuarentenas y toques de queda obligatorios. Las calles y la noche se cierran en gran parte del mundo, por lo que quizá ésta sea la faceta que más se transforme post-COVID, si es que la reflexión no se ve encandilada por la ansiedad de volver a lo que ya conocemos. 

Segunda parte continuará en la próxima actualización

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