Como lobos encerrados
por Catalina Aldama
ilustración por Cotelito
Ahora que el 26 de abril se dibuja como un horizonte, puede ser un buen momento para conocer la historia de una manada de jóvenes que vivieron en cautiverio. Una cuarentena eterna, en la que medir el tiempo no tenía sentido, más allá del ciclo de los días. Resulta una guía práctica para descubrir que somos una mónada. Un universo contenido en un cuerpo. La vitalidad sigue su curso, aunque la encierren entre cuatro paredes.
Un departamento lleno de colchones, no muy limpio, no muy lindo. Pasillos y muchas puertas. Algo de luz. Una televisión siempre prendida. Seis chicos varones (de preadolescentes a jóvenes) con pelo negro de longitud eterna. Todos vestidos de traje, pistolas de cartón en mano. Hablan palabras y realizan acciones que no son suyas. Juegan a ser los temerarios perros de reserva de Tarantino.
Son los hermanos Angulo, los protagonistas del documental The Wolfpack. El departamento que es su casa y, a su vez, su set de filmación, se ubica en el Bajo Este de Nueva York. Poco importa donde queda, porque los hermanos Angulo no tienen permitido salir del departamento en el que habitan con sus padres y su hermana. O importa mucho donde queda, porque la ciudad representa en sus vidas una amenaza constante. Los peligros y perversiones que encierra Manhattan y las personas que la habitan es la excusa del confinamiento de estos lobeznos, quienes viven aislados, educados por su madre, sin acceso siquiera a la llave de la puerta de entrada del departamento, sin recibir visitas foráneas, sin ver a otras personas que la familia que Oscar y Susanne, sus padres, decidieron construir.
En algún momento de un amor de juventud, el persuasivo Oscar tiene una visión: tener diez hijos como el dios Krishna. Susanne suscribe o se adapta a la idea. Llegan a tener siete. Todos bautizados con nombres en sánscrito: Bhagavan, Govinda, Narayana, Mukunda, Krsna, Jagadisa y la única mujer, Visnu. Más tarde llega un nuevo convencimiento, la reclusión. Y allí están todos, inevitablemente juntos, amontonados en el departamento de cuatro ambientes. Allí también están sus más de 5.000 películas, las cuales ven y vuelven a ver. No sólo eso: desgraban sus guiones, los trascriben, arman escenografías, confeccionan vestuario y utilería, ensayan y filman. Dicen que prefieren las películas con muchos personajes masculinos para poder participar todos de la acción: ponerse en los zapatos de otra persona, al menos por un rato, y vivir esas vidas inventadas por otros que ellos hacen carne con gran convicción y rigor.
Un día, uno de ellos escapa. Esto genera una endija lo suficientemente grande como para que el mundo se cuele en la sala de estar de la familia. Al poco tiempo, y paradójicamente, la “realidad” irrumpe en la vida de los Angulo de la mano del cine, que una vez más acude para hacer más liviana su existencia. Una documentalista se interesa por su caso al ver a los estrafalarios hermanos deambular por la calle en una de sus salidas permitidas, con su ingenuidad y una curiosidad sin agenda a cuestas. El contacto con el exterior, la “extraña” que se sumerge en el mundo de la original troupe, la mirada extranjera sobre ese paranoico padre que hacía tiempo y sin ningún motivo aparente había decidido aislar a sus hijos de todo lo que escapara a su control, resquebraja el equilibrio que habían logrado mantener en aquel ecosistema privado. El proceso es irreversible. A pesar del miedo, una vez que entra el aire en aquel departamento de la ciudad de Nueva York, sopla con la fuerza de un huracán y el único camino es hacia afuera y para adelante. La caverna quedará allí por siempre con sus sombras.
The Wolfpack (Estados Unidos, 2015), dirección de Crystal Moselle, 90 minutos. (ver online)