Salir a pintar
por Piro Jaramillo
T.R.I.P.A. comenzó una tarde de diciembre a fines del 2010, mientras Maximiliano Masuelli pensaba en organizar las carpetas de imágenes de arte argentino que tenía en su computadora. “Empecé subiendo los paisajes a un flickr, al flickr de T.R.I.P.A. Me entusiasmé y seguí todos estos años, haciendo conferencias, fanzines, carpetas, exposiciones, todo relacionado al paisaje argentino del siglo XX, puntualmente del 1900 al 1985”, dice el autor pocos meses después de haber editado (a fines del año pasado) el primer tomo de su investigación a través de su propia editorial, Iván Rosado, codirigida junto a Ana Wandzik.
El primer tomo arranca casi sin preámbulos: un epígrafe de Faustino Brughetti (“Las nubes son los acordes tonales del paisaje”), una dedicatoria a Raúl Martínez (su abuelo) y una breve nota introductoria. Y luego sí: un recorrido frondoso y diverso por paisajes urbanos, rurales e imaginarios a lo largo de más de cien páginas; imágenes recortadas y yuxtapuestas, mezcla de sala de arte moderno y fanzín vendido a la entrada de un recital. “Raúl Martínez es mi abuelo, una persona que quiero mucho. Él siempre está mirando papelitos, reproducciones, catálogos, libros, es muy curioso, y eso me contagió”, recuerda Maxi. Su abuelo le dejó muchos catálagos de muestras del siglo pasado producidas en Rosario. Esa fue su primera biblioteca.
¿Qué lleva a unx artista a pintar un paisaje? ¿Qué lxs empuja al exterior de sus estudios, al exterior de las ciudades? La respuesta es más sensorial que retórica: en las obras seleccionadas los caballos hablan con los árboles, el pasto es el espejo del cielo y las ciudades son utopías arquitectónicas donde lxs trabajadorxs resisten el envilecimiento. Uno recorre las páginas del libro como conducido por un guía sigiloso a través de un país fantasmático y sensual. En ese sentido la pintura y el dibujo despliegan una potencia extraña: desnaturalizan el afuera y hacen que el paisaje pierda la normalidad.
Maxi concibió el libro “más como una galería de datos”. Tal vez por eso decidió copiar las pinturas en formato monocromático. “El blanco y negro es homogeneizante, más nivelador. El color jerarquiza, el blanco y negro se acerca más al archivo”, dice. Si uno quisiera intelectualizarlo podría encontrar categorías: paisajes industriales, racionalistas, miserabilistas, naturalistas. Pero el intento puede traicionar ese impulso vital que se ve en las obras de salir a pintar o dibujar lo que se ve. “No es mi idea participar del tema del paisaje como arte nacional, idea que viene del 1900, voy mas por ampliar el repertorio, ampliar el registro. Voy más por la acumulación de datos, nombres, imágenes que por la intelectualización del paisaje. No tengo hipótesis sobre el paisaje, lo disfruto”.
El libro no sólo es una reivindicación de la acción directa: es también un volante a favor del trabajo colectivo y una declaración de amor a la pintura como herramienta para capturar las miles de imágenes que ocurren bajo el cielo y escapan a nuestra mirada, siempre más atenta a las pantallas que a la belleza y al misterio de las cosas que esquivan un nombre.