Los días que se confunden entre sí
Sobre Juan, muestra individual de Juan Ojeda en Oh No! Galería con curaduría de Santiago Villanueva. 22 de marzo al 24 de mayo de 2024.
por Gaspar Núñez
dibujo: montaje de ilustraciones del libro
El dibujo del niño inadaptado de Henry Aubin
Cáscaras de verduras aterciopeladas como la alfombra bajo los pies. Un lápiz HB abrigado, incrustado en su ropa de lana. Plumas sintéticas y servilletas más impermeables que absorbentes. Huevos partidos, hilachas, remiendos, chucherías. Cajas, bolsas, moños dulces y torpes. Pequeñas joyitas mínimas que la calle va dejando de lado en sus rincones menos transitados para mezclarlas con el polvo y la pelusa.
Un día me habló de los días que se confunden entre sí: que el tiempo se vuelve una baba pegajosa, que el sueño no acompaña el trayecto de la luna. Otro, me dijo que su muestra se iba a llamar Juan. Juan es su nombre, pero también es el de su padre, y Carlos es el segundo nombre de ambos.
Hace varios años, sus amigxs le decían “joven Juan”. Fue antes de que vivamos juntos; yo todavía no lo conocía. Me dijeron que en ese momento su habitación era como un museo: lleno de obras y de él. Ahora pienso si quizás a su papá le decían “Juan el viejo”. Así como a Plinio: el viejo y el jóven.
Hay algo de legado y genealogía en esta muestra, pero más aún de póstuma. Ese término que se usa tanto para un hijo que nace después de la muerte de su padre como para una obra que sale a la luz después de muertx su autorx. Juan se saca fuera de sí, como un loco o un alienado, que en un principio eran lo mismo. Intenta desdoblarse para asistir a su funeral, enmarca en la pared un autorretrato sobre su muerte. Se ve a él mismo como algo ya muerto: una cosa, una obra o una muestra.
Juan podría parecer el resultado de algún rulo tautológico de los que acostumbra el conceptualismo. Pero en la hoja de sala -un diario compartido con Santiago, el curador- aparece en varias oportunidades otra figura retórica: la antífrasis, aunque sin ironía. Genera algo y lo llama según su opuesto. Como cuando habla de la mesa de su mamá que quiere hacer en una obra: “Detesto esa mesa. Me gustaba mucho más la de madera que estaba antes. En realidad si me gusta. Me gusta porque ella la escogió y le pareció hermosa”. O cuando dice que odia el verde, pero el que él usó en las paredes es sofisticado, chic.
Las obras de la muestra arman una familia, tienen rasgos en común unas con otras. Si bien se ve ese parentesco, los objetos que Juan reúne bajo el pretexto del collage y que adhiere directamente sobre los paspartú, cartones o bolsas de papel no se organizan según la lógica tautológica. No quiere pensar uno y dos juanes ni persigue la consigna de reiterar en modos diferentes lo mismo. Sino que, por el contrario, parten del convencimiento de que lo mismo cae en saco roto y que la identidad se redirige siempre hacia lo otro y ajeno.
Sus obras presentan su programa político: el del capricho. Los objetos que Juan elige se imantan por la propia carga erótica que los acerca, una especie de glamour decadente como de escaparate decolorado por los años. Insolado, gris. Diminutos relámpagos sexuales y guiños amorosos, encuentros fortuitos sobre una mesa de disección entre restos de comida, alhajas y fragmentos de enseres. La resaca de lo vivido en los días que se confunden.