J’accuse…! el Fátima-affaire y los diarios del odio

Por Andrés Aizicovich

Por supuesto nada es casualidad. Si Daniel Gigena, periodista cultural de La Nación, se esfuerza, con las mejores intenciones (esto es, desglosando los acontecimientos, argumentando en un brochazo didáctico un siglo de experimentos de vanguardia que van del readymade al collage) a desarticular las denuncias rupestres, arcaicas y dotadas de un ensañamiento feroz hacia Fátima Pecci Carou por su doble condición de feminista/peronista, nada de esto importa al lector malintencionado, que busca titulares que destilen bilis. Si hasta ayer se ingresaba al portal de La Nación, unx podía toparse con el encabezado amarillista y clickbaitero «No creo que todos los argentinos sean como esta«; Una sentencia que trae aparejada algunas de las fantasías del autodesprecio argentino más ruin: no solo somos “el peor país del mundo”, sino que “el mundo nos está mirando, y tenemos que sentirnos avergonzados por ello”. Hay todo un género pseudo periodístico de muy baja estofa construido a partir de ese morbo tilingo y fantasioso (la idea de una excepcionalidad argentina). Vaya desilusión para el troll que busca supurar pus tras dar click al artículo de Gigena y encontrar que no solo el título original, sino el texto completo apuntaba a otro lado: “Apropiacionismo. ¿Cita o plagio en el arte contemporáneo?”. ¡Un momento! ¿dónde está lo que me prometieron? ¡sangre, acusaciones ultrajadas desde países desarrollados sobre cómo una artista de Peronia se robó un PBI!. Basta un rápido paneo por la extensión del artículo para que la cita indignada brille por su ausencia. ¿De dónde proviene la voz exasperada que clama que no todos los argentinos son como ESTA? Hay que tomarse el trabajito de rastrear el twit de la dibujante de fanart @agavoart: I don’t believe that all argentines are like this. La traducción del “like this” por el despectivo “como esta” corre por cuenta del editor web que optó por esa opción desdeñosa. La interpretación más correcta (No creo que todos los argentinos sean de esta manera/de esta forma) carecería de ese componente cáustico capaz de enardecer el colon irritable del forista colérico de LN. Detrás de la bambalina de ese intencionado equívoco podemos deshilvanar las razones por las que este affaire tomó trascendencia mediática cual reguero de pólvora, de manera inédita para cualquier otra discusión del campo del arte. Si el título y el artículo de Gigena apuntaban a plantear el debate desde un vector más propio de los dobleces del campo estético y de las prácticas más bien resbaladizas del arte contemporáneo, algún editor web detectó que esa disquisición le atañería a lo sumo a un amurallado ghetto artístico ¿a quién más le pueden interesar esos ensortijados debates? No a la turba iracunda, eso es seguro. Las antorchas del comentarista irascible de ese diario que asegura ser una tribuna de doctrina no arden por las operaciones del apropiacionismo, ni sus tridentes se afilan ante las cavilaciones sesudas sobre el copyleft, el remix, el pastiche, el pop. Este editor de LN sabe qué es lo que pone a punto de hervor a los haters que llenan de clics frenéticos su web y no son precisamente las especulaciones intelectuales ni las citas a Arthur Danto. Lo que le interesa a ese sector más irracional, enajenado y enceguecido de la oposición es “LO QUE ESTA(S)” está(n) haciendo “CON LA NUESTRA”, azuzando una y otra vez con la misma cantinela desde diversos flancos. La tergiversación de titulares amarillistas en notas que en muchos casos contradicen su propio encabezado es una práctica que fue cobrando mayor frecuencia en las web y versiones en papel de InfoBae, Clarín, La Nación, de una forma tan descarada e impune que ya parece un chiste interno de las redacciones: a ver hasta qué punto puedo titular lo que se me ocurra sin que nadie diga nada.

Es necesario entender el linchamiento hacia Fátima como una manipulación mediática con un claro sesgo político, operando desde un ámbito de la cultura como una mera excusa. Las denuncias de copia son un mero gimmick: un truco de prestidigitación empleado como distracción para incitar los ánimos resentidos. Plagio o cita les da igual: aquellas cuestiones que interpelan al campo del arte no podrían serle más indiferentes a la línea editorial de estos medios, a la alt-right liberal desde donde partió este carpetazo y al sector más obtuso de sus opinólogos y seguidores, quienes no parecen muy predispuestos a debatir los intríngulis postduchampianos. La lógica de los trolls y provocadores hace oídos sordos a las definiciones más brumosas e inaprensibles del arte, solo entienden categorías estancas y definiciones de consumo rápido para dictaminar desde sus siniestros tribunales de la Inquisición quién se salva y quién no de la hoguera: “¿Apropiacionismo?, ¡no me vengan con cosas raras! ¡córtenle la cabeza!”. Hacia el interior de nuestro campo, afrontar esa batalla cultural parece un callejón sin salida: convencer pedagógicamente cada acusación citando toneladas de teoría del arte del sXX difícilmente podrá paliar el efectismo amarillista de la palabra plagio.


Hay una suerte de desamparo del artista que intenta dirigirse hacia la sociedad empleando herramientas que a la sociedad le resultan refractarias y escurridizas, como un tipo de diálogo sordomudo que puede llevar a la frustración y el malentendido. Sin embargo, el apoyo unánime de la comunidad artística sumado a la indómita energía de Fátima como creadora nos debe dejar con la tranquilidad que los hostigadores no lograrán su cometido. La artista y sus pares seguirán dando la batalla dialéctica eligiendo sus armas: en el taller, en las redes y en la calle.