Arte después de la vida
por Pablo Rosales
Un viernes ya pasado, último día de unas vacaciones que me tomé para hacer una pintura, estaba por salir rumbo a la visita guiada por Jimena Ferreiro, curadora de la muestra antológica de Alfredo Londaibere en el MAMBA (ahora llamado también por su epíteto El Moderno, como el famoso y extinto bar del bajo porteño), pero consideré que justo había logrado un poco de concentración pintando mi propia pintura-antes-de-morir y la quise aprovechar como el bien escaso que es. La concentración es el nuevo tesoro. Salir de casa a esa hora del mediodía me cortaba el día. Si no pinto suficientes cuadros, ¿qué va a haber en mi muestra-de-una-vez-muerto?
Hace poco estaba por prometer (ya saben, en las redes sociales) que nunca voy a hacer una performance, pero ¿cómo podría asegurarlo? Recordé, entonces, esa película filosófica llamada Weekend at Bernie`s conocida en español latino como Fin de semana de locura. Apenas puedo prometer que no voy a hacer una performance estando vivo, pero luego, quién sabe. Llego así a mi obsesión de siempre (se dice tanto que todos los artistas tienen una): ¿hay arte después de la muerte? Si el arte contemporáneo es el imperio del aquí y ahora, ¿qué queda del arte cuándo los artistas ya no estamos?
Pienso una vez más en mi propia (posible) muestra retrospectiva e imagino, ahora sí, una performance que consiste en estar sentado en un sillón con un saco blanco y anteojos negros recibiendo al público pero estando muerto como el Bernie de la película. Claro que no pienso morirme con el propósito de que la muestra se lleve a cabo, sino que la exposición debería planificarse una vez que yo hubiese fallecido de una causa (más o menos) natural. Además, me gustaría diseñar al detalle esta muestra póstuma y que se llame «Ahora me dan bola».
Recuerdo el proyecto de otro Alfredo, Portillos, de hacer de su piel tatuada un objeto de museo. Sería, creo, el primer caso de peletería humana consensuada. Ahora, googleando de apuro, a dos años de su muerte, no encuentro información acerca de si su última voluntad artística fue cumplida. Queda pendiente una pequeña investigación. Las últimas voluntades dependen de las familias y muchas prácticas chamánicas suelen encontrar trabas legales en las grandes metrópolis, donde la ley impera sobre los cuerpos nacidos y criados, ocasión oportuna para que las instituciones ejerzan su poder legitimador. La intención de Portillos era, que se subastaran retazos de su piel con diversos tatuajes realizados con ese fin por su hijo, cuyas imágenes, a su vez, representaran obras de otros artistas argentinos (¿quizás más cotizados?) como León Ferrari y Yuyo Noé y luego, destinar los fondos obtenidos a la salud pública o la lucha contra el SIDA (1), o sea, que la trascendencia es pensada, en este caso, a través del materialismo de la acción social. Mi ocurrencia es más modesta, egoísta, y humorística pero, también, muy difícil de realizar, tanto emocional como legalmente. Quizás quede solo en el anuncio. (Perdón si leo el mundo como ironía, me doy cuenta de que no es normal.) Como no creo en la inmortalidad del alma, muchas veces pienso, una vez muerto ¿qué puede importarme el horizonte de eventos terrenos? Sin embargo, soy sensible a esa voluntad póstuma de los artistas, imposible muchas veces porque depende de la buena voluntad de otros; otras voluntades con sus propias miserias (que los artistas muertos las han tenido en vida, pero la muerte mejora a las personas, como se ha dicho popularmente), y los artistas, en particular, parecen servir para ejemplificar aspiraciones colectivas de mejoramiento personal incomprobable.
La exposición de Londaibere, ya la había visto el día de su inauguración y me gustó mucho porque pude ver sus obras de los años 80`s y 90`s por primera vez y todas juntas, pero quería volver porque me quedé con la sensación de que faltaban justamente, la mayoría de esas obras que sí había visto en sus muestras desde el 2000 y pico en adelante, que es cuando lo conocí. Me refiero a las témperas de planos facetados limitados por una fina línea de lápiz pintadas sobre antiguas reproducciones fotográficas, extraídas de libros de arquitectura, imágenes que recuerdan a la época figurativa de Malevich y otros artistas modernos, (en realidad hay sólo tres de ellas en la primera sala, a modo de prólogo al resto de la exposición, que en su título denuncian ser ejercicios inspirados por Joaquín Torres García). Estimo que eran las obras que Alfredo hacía para vivir, ¿deberían por esto ser consideradas menores? Confieso que yo las veía un poco así en algún momento, pero ahora las extraño. Esa insistencia durante tantos años en un formato doméstico más allá de las modas o la presión social del medio se extendió hasta los que ahora sabemos, tristemente, eran los últimos años de su vida en los que Alfredo nos sorprendió con unas obras de gran formato, con las que incluso fue premiado en un salón. Estas obras sí se pueden ver. ¿Se traicionó Alfredo entonces, al complacernos con este formato escala internacional, con esta anomalía de un arte “grande” al final de su “carrera” (aunque él no llamaría así a su pasaje por estos lares)? O quizás, esas témperas fueron una larga preparación para una simple idea postergada: acrílico, sobre tela, sobre bastidor. El día de la inauguración y en relación a otro grupo de obras de los años `90, presencié un diálogo en el que Alicia Herrero decía ¡que buena idea la de las maderas recicladas como soporte de las pinturas!, y Cristina Schiavi le repondió «¡Eso es porque no teníamos plata!». Y ahora sí, me pongo místico (?), al preguntarme ¿cuánto en la vida de un artista es voluntad y decisión y cuánto accidente y circunstancia?
Recién me doy cuenta que no mencioné que la muestra de Alfredo se llama “Yo soy santo”. No sé como encajar aquí otro fragmento disperso, me refiero a las muestras-evento del “Día de los santos y celebración de los muertos” que organizaron Ariadna Pastorini y Sebastián Linero en los años ´90 donde paticipó activamente Londaibere junto a muchos otros artistas. Ariadna reanudó los eventos festivos hace unos años y en uno de ellos en noviembre de 2017 en el Centro Cultural Recoleta un grupo de alumnos del UNA realizó un homenaje a Portillos fallecido sólo unos meses antes. Se trató de una procesión con música que llevaba una gran torta con forma de humano esqueleto que invitaron a comer entre los espectadores. Quizás el vínculo entre los Alfredos me vino de aquél evento y quería mencionarlo.
Ese fin de semana de ¿cordura?, en que fantaseaba estas cosas también se conoció la noticia y el video que retrata la última voluntad de un ex militar irlandés, quien realizó una grabación para ser emitida junto al cajón en la ceremonia de su propio entierro. La performance sonora consistía en sonidos de golpes y su voz exclamando “¡Hola!… ¡Hola!…. ¡Hooolaaa!… ¡Déjenme salir!… ¡Todo está muy oscuro aquí!”(2)
_____________________________________________________
(1) http://www.vorticeargentina.com.ar/noticias/2017/portillos/index.htm
(2) https://elpais.com/elpais/2019/10/14/videos/1571070895_176830.html