Una guerra en miniaturas

por Inés Marcó

dibujo por Ariel Cusnir

Voy a escribir sobre cosas que no sé, a tratar de indagar sobre modos de vida que me resultan lejanos en el tiempo, sobre los que apenas leí algún libro hace más de diez años, sobre los que escuché hablar alguna vez. Escribiré sobre las pinturas de Cándido Lopez que vi en el Museo Histórico Nacional, de las que ya había visto bocetos en algún momento pero no recuerdo dónde ni cuándo. Me embarco en este desafío porque me invitan a hacerlo, es una invitación generosa para alguien que se reconoce inexperta en el asunto. Pero de eso se trata. Y para colmo, voy a hacer todo esto sin usar palabras propias de una conjetura, como “quizás”, “tal vez”, “es posible”, “es probable”. Voy a hablarles como si yo supiera fehacientemente todo lo que les voy a decir. 

Sobre la Guerra de la Triple Alianza sé lo que sabemos todos: que Argentina, Brasil y Uruguay se aliaron para luchar contra Paraguay. En las salas del Museo Histórico Nacional una infografía cuenta sucintamente cómo se desencadenó la Guerra: Paraguay interfiere en la política de Uruguay apoyando al Partido Blanco, Argentina le declara la guerra, se suman el Imperio del Brasil y el Partido Colorado de Uruguay. Por algún motivo Cándido López se enlista para ir a combatir. No puedo conjeturar, así que voy a decir que Cándido se enlista porque en esa época todos lo hacían, se sentían patriotas respondiendo a su deber, porque matar o morir era cosa corriente y porque además Cándido estaba aburrido de vivir en San Nicolás y casi no tomaba daguerrotipos (que era su profesión habitual). 

De modo que lo tenemos a López metido en una guerra voluntariamente. Tiene la buena o mala suerte de que una granada le vuele la mano derecha. Esto es decisivo. Diré que tuvo buena suerte porque no murió como su compañero González que sí lo hizo mientras le vendaba la mano. Tuvo mala suerte porque perdió la mano derecha siendo López diestro. Ascendió como Teniente 1º del Cuerpo de Inválidos y pudo mirar la guerra desde lejos, como los generales. Se le gangrenó la herida y le amputaron el brazo por arriba del codo. Pudo educar su mano izquierda y pintar las obras que apenas había bocetado durante la guerra. El destino de López era hacer esas pinturas como las hizo, eludió su primer oficio de daguerrotipista, salvó su mano menos hábil y años después pintó de manera neutral las batallas que había registrado en su cuaderno (pero quién podría olvidar imágenes tan crueles como ésas). 

El conjunto de pinturas que se presentan en la sala del Museo Histórico Nacional comparten formato, técnica, escala y manera de narrar. López nos cuenta lo que vio, él estuvo ahí, vio cómo sus compañeros marchaban, cruzaban ríos y arroyos, montaban tiendas, arreaban caballos, faenaban vacas, fumaban cigarros, gritaban de dolor, y morían. Vio esas cosas y muchas otras. Vio cómo el cielo se tiñe de distintos colores, cómo el río se funde con el cielo, cómo las nubes se amontonan, cómo el agua refleja la luz en pequeños destellos, cómo las vacas pastan tranquilas, cómo la humareda de los cañones desdibujan la línea del horizonte, y cómo la oscuridad cubre a los hombres en los bosques. Las pinturas de Cándido López tratan de eso: la Guerra se desarrolla minúscula mientras la naturaleza reina exultante. Los paisajes siempre son hermosos, triunfantes: conmueve el río, el cielo, el pastizal, el bosque. Lo que les pasa a los hombres que se están jugando el pellejo son menudencias, la vida cotidiana de hacer un fuego, lanzar una granada, contar una historia, marchar hacia un lado o hacia otro. El continuo de esos movimientos se inscribe en la naturaleza que fluye a su manera en una corriente paralela. Las escenas se narran de manera neutral, no hay ni una pizca de heroísmo que se pueda atisbar en algún gesto. Lo que hacen los hombres es contingencia pura. Cándido López mira la guerra desde un punto de vista pero podría haberlo visto desde otro. Él también es minúsculo y empatiza con todos esos seres, vencedores o vencidos, que se mueven de acá para allá y de allá para acá. En los grandes campos de color, los cuerpos escriben la caligrafía de la guerra; repleta de cuerpos que yacen, muertos o heridos, que se agrupan, se separan, que avanzan o se esconden. Sólo vemos sangre derramada en la batalla de Tuyutí que habrá sido atrozmente grande. Pero Cándido no deja de pintar una guerra llena de palmeras, de agua y humedad. 

Con estas pinturas pasa lo que suele pasar en el arte: los menos hábiles son los que hacen obras sorprendentes, ésas que genuinamente reemplazan la madurez del oficio con la laboriosidad de la voluntad. Se dice que él no las consideraba obras de arte sino registros de lo que había visto. Seguía siendo el daguerrotipista de su juventud, se valió de dibujos y apuntes para dar cuenta de lo que había presenciado. Pero el dibujo y la pintura están inmersas en el tiempo, transcurren con él, y no dan otra opción más que pensar y conjeturar los hechos, reconstruir las escenas, tratar de explicarlas y entender.

Sé que se empeñó en que el Estado Nacional le compre el conjunto de obras, gestionó la compra él mismo escribiendo cartas y pidiendo apoyos. Lo logró: más de 20 años después de comenzada la Guerra, el Congreso autorizó la compra de los cuadros y los destinó al ministerio de Guerra y Marina, pasando con posteridad al Museo Histórico Nacional. Y ahí están, custodiadas por leones y cañones para aquél que se anime a franquear el patio y se adentre en el relato mítico de la patria. 

Si supiera de estrategia militar entendería qué están haciendo todos esos hombrecitos, cuál era el plan. Si es que lo hubo. Descifraría la geometría de filas, hileras y cuadrados que formaban los soldados. “Se les escaparon los caballos”, le escucho decir a un niño que visita la sala en horario escolar. “Parecen bichos bolita”, dice otro. Todo es cierto, tan cierto como lo que yo puedo saber sobre lo que quiso pintar Cándido López. 

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A propósito de La Batalla de Tuyutí de Cándido López

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Este dossier se realiza en el marco de las becas Activar Patrimonio 2021 de la Secretaría de Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura de la Nación.

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