Miami es mi Fitzcarraldo

«En superficie, medido en metros cuadrados, debe ser el proyecto más ambicioso desde los muralistas mejicanos. Vi murales de Rivera en vivo, en Detroit, el que mandó hacer Rockefeller que le llevo años pintar porque es al fresco. Seguramente Rivera, Siqueiros y Orozco se hubiesen mudado de material. El acrílico que uso ahora, hecho en base a resina, con un cover de barniz sobre moléculas de cristal les hubiera encantado. La luz rebota inmediatamente sobre estas moléculas y la obra no recibe los rayos UV ¡Posta! Hicieron un barniz que protege a la obra del Sol y la arenilla. En Miami los coches se cambian todos los años, no te das cuenta de la corrosión, bah, en realidad, ahora los autos no se oxidan porque son de plástico.»

Toco el timbre, son casi las doce del mediodía pero no responde nadie. Hablo con el portero y me voy a dar una vuelta. Vuelvo, timbre y ahora sí, escucho una voz. Fabián Burgos, nos recibe en su bunker porteño, donde las paredes narran en óleo y perforaciones las telas que han sido pintadas ahí. Burgos busca algo en la cocina todavía medio dormido mientras yo aprovecho para relevar su living que por lo pronto es también su taller. Desde las ventanas se ven miles de otras ventanas. Saco de mi mochila el grabador: «¿Qué es eso? ¿Un aparato para borrar la memoria?» Fiel a una literatura que desconoce su momento histórico, le damos play y bajamos a la calle a buscar algo de comer.

«Miami es mi Fitzcarraldo. Es muy grande nunca hice algo así, es como atravesar un barco en la montaña. Soy artista de cosas chicas, soy artista de caballete, no me gustaría hacer otra cosa y si llega a haber una escalada de pedidos para que haga murales me asusto. Ya salió otro y ahora se confirmó uno más pero no creo que acepte el proyecto salvo que arme un grupo de gente, que por cierto, ya lo armé y que ellos vayan y no necesiten de mí.”

 

Miami

Como yo viajo siempre de noche y duermo en esas horas, llegar a Miami sería el paso de una vigilia a otra. Es surrealista porque atraviesa los sueños. Me duermo en Ezeiza y cuando despierto estoy en Miami. El transito es onírico. Te tomás un taxi en Buenos Aires y hablás de problemas sociales y de cómo surcar las calles. Allá, el volumen de las palabras es demasiado acelerado para mí, no entiendo tanto el inglés, lo que te dicen responde más a la imaginación que a lo que te están diciendo de verdad. Llegar a Miami no es real.

Un taxi sale 25 dólares. Hay Uber. Podés comer por 12 dólares. Ropa: buena pilcha x 20 dólares. No hay transporte público como acá pero esta la intención de hacer una ciudad más urbana. Hay dos transportes muy buenos que comparten los turistas y los pobres. Uno es Metromove: un trencito eléctrico de dos vagones como los de la ciudad de Fahrenheit que filmó Truffaut. Parece ciencia ficción, hay momentos en los que los trenes atraviesan edificios. Cubren circuitos internos y son gratis. Me pasó el primer día algo rarísimo. Llego a una estación de combinación con la mala suerte de olvidarme las bolsas de cosas que llevaba debajo del asiento. Me vuelvo un poco loco pensando en todo el esfuerzo que me había costado y lo distraído que estuve, en eso vuelve otro de estos Metromove, me siento y ¡las cosas seguían ahí! Lo que pasa es que cubren loops cortos, como si te dijera que van de la estación Pueyrredón a Facultad de Medicina y ahí pega la vuelta. Cuando yo me subí, el aparato ya había ido y vuelto por eso mis cosas estaban en el mismo lugar donde las dejé. También, hay troles que tardan más porque van en el transito normal de autos. Miami no va a llegar a ser nunca una ciudad tan urbana como Nueva York o Buenos Aires. Mucha autopista, mucho tránsito y mucha pérdida de tiempo, tiene de los atascamientos más grandes del mundo. Si llega a haber un accidente quedás a paso de hombre. El metromove es muy práctico porque como va por arriba evita todo eso.

La NBA me salvo la vida. Fui a ver 4 partidos, fui a ver fuera de temporada a San Antonio contra Miami Heat. Justo estaban probando a Nicolás Laprovittola, el hijo de Margarita Stolbizer que juega en la selección argentina. Ginóbili lo recomendó, lo probaron ¡y los 5 minutos que jugó yo estuve ahí! Fue sublime ver a Manu recibiendo órdenes de Popovich, el ruso a quien considero el mejor coach de la historia. Ver flotar a Carmelo Anthony. Pisaba de alguna forma que no se veía la diferencia de altura entre una pisada y otra. Juegan sin mirar, literalmente. Si querés investigar más, hay un tutorial de Jordan que te enseña a hacer triples sin mirar el aro, con los ojos cerrados…

 

Muralismo en ebullición

Lo que me gusta de los murales es la conexión de la gente común en la calle y después, el contacto con la clase obrera, la clase trabajadora. Estamos en la Meca del mundo donde los commodities están en ebullición. Al principio pensé esto debe ser como Nueva York en los cuarenta. ¡Dos chabones venían caminando por la calle mirando el mural y se chocaron!

Al lado del Financial District, más abajo esta Brickell, ahí trabajamos en el proyecto que tiene Pérez de llenar Miami de murales. Me siento como Diego Rivera, solamente que -obvio- no trabajo con los temas del muralismo mejicano, lo mío es abstracto. Mis asistentes cobran y no quieren gastarse la plata, es carísimo Miami.

Hicimos un curso para aprender a usar las bambas que es como los cubanos les dicen a los elevadores que usamos para pintar en altura. Suben 15 metros. El tipo en el curso nos dijo «tengan cuidado de no dejar las cosas porque hay ex convictos, gente que viene de la cárcel». Al principio para las chicas era heavy, no querían ir al baño solas. Un par de mejicanos nos verdugueaban. No sabían quiénes éramos y no querían ser invadidos. Viven trabajando y veían que éramos de otro palo: vamos trabajar más tarde que ellos. Hasta que nos conocieron, hasta que vieron que estábamos a la par trabajando tanto como ellos porque llegábamos tarde pero nos quedamos hasta la caída del sol en el piso 9 cuando, como en las películas, empiezan a circular los cuervos.

Algo que me asombró mucho allá fue que los obreros, electricistas, cementistas, pintores, plomeros, carpintero, en su mayoría latinos, negros, jamaiquinos, rusos, muchos se cruzaban conmigo en el edificio y me preguntaban que estábamos haciendo. Cuando yo les decía «pintando un mural» me insistían «sí, eso ya se pero ¿qué es lo que están pintando?'». Más o menos les contaba y a partir de ahí se largaban a opinar. Lo más asombroso y te juro que no es una mirada condescendiente con la clase trabajadora desde mi lugar de burgués, ni apología de los oprimidos, la mayoría que opinaba, se soltaba y empezaban a dar opiniones de lo más asombrosas. Desprejuiciados del deber ser del artista mandaban papos súper asombrosos para mí.

La convivencia entre nosotros también fue heavy. El equipo: una chica que trabajaba en el Macba. Esa chica me presentó al novio. El novio trajo una amiga y luego, otra chica me pidió ser asistente y también, la incluí. Les dije a los tipos que no me importaba trabajar con gente de cualquier lado pero que sí o sí, necesitábamos dos meses de trabajo para investigar la técnica. Quedó el equipo de Buenos Aires y en el ínterin, inventamos una técnica. Vos pensás que sería fácil usando un compresor pero no, porque al pulverizar el aire se llenaría de partículas de pintura y los coches al nivel de la calle se ensuciarían todos. Después, lo que llueven son juicios.

 

Convivencia

No somos amigos, son chicos de otra generación. Si fuese más parejo, si tuviésemos la misma edad quizás sería más fácil. Somos 5 personas que no se conocen tanto viviendo en un departamento de 4 ambientes. Tres habitaciones con un living grande, y ¡una sola cocina para los 5! La fricción de la convivencia se puede dar en cualquier momento. Ellos tienen veintipico, la más grande tiene 27. Y yo con 55 soy el jefe. Imaginate que vivir en Miami es perder a tu grupo de referencia, no tenés amigos para salir y cortar un poco. Son 3 meses y casi no hay afuera. Los pibes son héroes se trabajaron la vida. Intentan hacer amigos pero no fue fácil, no quieren ir a pasear. Hacen permanentemente el cálculo de cuánto valen las cosas de allá en pesos. Yo no puedo hacer equivalencias de plata, me mato. Ellos no quieren salir mucho porque se lo gastarían todo. Cuando estoy allá para mí lo peor es que extraño mucho a mi hijo Amadeo y todavía tengo un año de trabajo por delante. Estoy en una crisis profunda pero hay momentos en los que percibo que lo que hago tiene un espesor de proyecto, de pintura, de trabajo muy grande. Se construye todo el tiempo. Cuando llegué al terreno pensé ¡Va a ser como el monumento a Tercera Internacional de Tatlin! No sé, creo que al final, al mural lo van a tapar. Enfrente van a hacer un edificio de la misma altura y ya lo convocaron a Schnabel para hacer un monumento. Se está tapando todo. Esto que estoy haciendo no va a existir. Sí, va existir pero estará rodeado de otros monstruos proporcionales, con una perspectiva para mirarlo mucho peor.

 

La técnica

Lo mismo que yo hago con los renglones y sus degrades, allá les decimos blender. En el óleo son apenas 10 centímetros, bueno esos 10 centímetros en escala son 2 metros allá arriba. Fui una vez hace un año y practiqué y me resultó imposible. No se puede hacer un degrade y si lo logrará me queda el brazo como un jugador de béisbol. Tenía los blender para hacer, tenía dos pintores de pared que me daban una mano. Cuando bajé el segundo día me di cuenta que no lo podía hacer y me agarró una angustia tremenda porque pintando cuadritos no me va mal pero un proyecto tan grande no lo quería desaprovechar. Así que no le dije a nadie que no iba a poder: me propuse estudiar una técnica.

Le pregunte a varias personas y Pablo Siquier sugirió hacerlo en pixelado, es decir, armando cuadraditos y trabajando de a uno por vez. Pensé que eso era peor, que me iba a pasar años trabajando así, ¡pierdo el brazo! Pero, en efecto, Pablo tenía razón, no lo hice pixelado pero separamos el degrade en 13 franjas, fuimos mezclando los colores muy gradualmente.

Empecé a probar en mi taller y Florencia, una de mis asistentes, ofreció un paredón que hay en la terraza de su casa. Toda la práctica fina la hicimos en el taller pero la definición tenía que ser sobre la superficie de una pared exterior. Nos vino muy bien, trabajamos dos meses. La mejor pintura de acá (Williams) es la peor pintura de allá. Cuando llegamos allá, los chicos se dieron cuenta que yo había calculado mal. Entonces, significo alivio, había que pintar un degrade más angosto y la pintura era buenísima: una crema. Cuando las 13 franjas están listas, trabajamos el fundido de franja y franja porque si el valor es muy alto a lo lejos se notan las franjas. Las uniones algo se oscurecían, cuando pasaba eso, le decía a la gente que se estaba generando el «efecto Albers» para darle más seriedad al asunto y conseguir que me creyeran y siguieran invirtiendo en nosotros. Como ese, miles de problemas. Al final para acercar los colores y evitar «el Albers» se trabaja con pinceladas para unir, me gusta más que haya pincelada. Le suma algo más gestual.

Terminamos un laburo de 40 metros de altura. Y se crean efectos ópticos igual igual que en los cuadros. Increíble. Al final todos nos conocen, nos respetan y a mí me llaman «color man».

 

Macri y los zombies

En Buenos Aires fumar habanos es muy cool. En calle 8 todos fuman habanos. Los anticastristas y los que apoyan las conquistas históricas de la Revolución, sin distinciones todos fuman habanos. La calle 8 tiene una tradición muy anti Fidel, sin embargo, es donde más estoy porque vivo en la 9. La gente quiere ir a Wynwood que es el Palermo Soho, es la zona más trendy, con murales de Street art, la zona artística desde hace unos años pero ahora se avivaron, subieron los alquileres y las galerías se están mudando hacia otros sitios.

La calle 8 es lo más latino que tiene Miami y también lo más bizarro. Se comenta que es peligroso, que por la noche se llena de zombies. Una noche salí para verlos. Corporalmente caminan pero están quebrados, el indigente allá no se las puede rebuscar. Acá en la pobreza todavía hay una organización. Allá están quebrados, se convierten en zombies. Casualmente, en la calle 8 hay un negocio que vende todo para zombies, ¡es un shop que para la época de Halloween hay que hacer cola!

Me fui y estaba empezando todo el quilombo de Macri. Ahora volví y siento que se precipitó todo. Veo mucha violencia. Cada vez estoy más sensible: veo a los manteros que antes estaban distribuidos por la ciudad (Retiro, la avenida Avellaneda en Flores, en el Parque Centenario, en Once), como les fueron cortando plazas entonces se fueron juntando en los espacios que quedan. Por eso habían tantos en Once, era el último reducto. Me asombra e incluso me da un poco de temor. No tengo miedo por mí sino por Amadeo. Por el lugar en donde mi hijo va a salir a andar. Yo esta época la recuerdo bastante bien, los noventa.

 

Obra de Carmen Herrera. Verde y naranja, 1958. Acrílico sobre tela, 152.4 × 182.9 cm. Gentileza Lisson Gallery

Obras que me hacen eco en la cabeza

Antes de viajar a Miami conocí, de nombre, una artista cubana, pintora de 90 años, que vivió en Cuba toda su vida y se la descubrió hace muy poco, digamos hace 15 años. Creo que era esposa de un artista famoso. Su primer cuadro lo vendió a los 80 y pico de años. A partir de ahí, y más allá de que sea una capa total, no sé por qué empezó a pegarla. Todos, hoy en día, le quieren comprar cuadros y sus valores subieron a precios inalcanzable. La verdad que es genial. ¡Vi en vivo uno de esos cuadros y es mortal! Se llama Carmen Herrera. Lo cierto que cuando llegue a Miami, me cruce con una joven de 25 años, artista e historiadora y le conté lo que yo sabía de Carmen Herrera, me dijo que en efecto, era una capa, a ella le gustaba mucho y me contó que justamente ella estaba haciendo una tesis sobre las artistas cubanas olvidadas o nunca reconocidas por la revolución. Tapadas por ser abstractas. Parece que son varias, y una de ellas, que para la historiadora y para mí nos parece una GENIA es Zilia Sánchez. No es aún tan conocida como Carmen Herrera, pero me dijo que para su opinión iba a ser igual o más reconocida en los próximos años. Otro momento intenso para mí fue el cruce que tuve con una coleccionista venezolana que me mencionó a una escultora que también me voló las chapas, su obra y su vida. Su nombre Lía Bermúdez. Ella sí había empezado a ser muy reconocida en la década del 50 en Venezuela, amiga de Cruz Diez y de Soto, pero decidió dejar el arte, en su pico más grande de reconocimiento para dedicarse a su hijo con síndrome Down.

 

Zilia Sanchez en Galeria Lelong

 

Mi estilo

Al menos en lo que concierne a tamaño, mis murales en Miami son los más grandes del mundo. Me encanta la hipérbole. Soy el pionero del nuevo muralismo argentino.

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