Malo para todo
por Mnemo
dibujo por Lino Divas
Ya casi no voy a inauguraciones. Me siento inadecuado para cualquiera de las dos opciones que me ofrece ese formato: o bien esquivar la cháchara superflua y ebria de personas que poco tienen que ver conmigo -que poco tienen que ver con el arte- para refugiarme como un romántico en la contemplación de las obras, o bien convertirme en el campeón del lobby, hablar con todo el mundo con una cerveza en la mano -y después otra, y después otra-, con un decorado de fondo conformado por obras de artistas que pueden o no ser amistades mías, y de eso dependerá también lo acalorada de la charla. Carezco de la calma confianza de quien ha nacido para ocupar un rol.
El viernes 23 de agosto hizo su aparición en el CCEBA Shrek el Musical, ¿colectivo sonoro? ¿banda? ¿grupo de música incidental? En fin. Lo conforman Juli Matta, Renata Molinari y Carlos Bugnon, un trío disparatado (requetefino, medio chiflado, casi divino) que presentó una obra en cuatro actos sobre la conversión de Shrek, el ogro del pantano, en Shreck, el ideólogo de la postulación del Pingüino como alcalde de Ciudad Gótica. El concerto ruidoso funcionó a modo de activación de la muestra BUENO PARA NADA (sí, así en mayúsculas), curada por Carlos Gutierrez y con obra de Julián Matta (otra vez), Natacha Ambros y Leonardo Sánchez. Fue la excusa perfecta, la respuesta a “tenés que ir a esta exposición”. Sí sí, voy para la activación. Tocaron y pude escuchar. Pura contemplación auditiva. Después me fui.
El texto curatorial empieza con un epígrafe que referencia a Stand By Me (Cuenta conmigo), película de 1986 basada en la novela de Stephen King titulada The Body (El cuerpo): “¿Quieren ver un cadáver?”. Como buen puntapié, anticipa lo que se va a ver en las obras: un mash up de nostalgia y referencias culturales entre el pop mainstream y el gótico de nicho. Con un componente… ¿trash?
Las producciones expuestas son concisas. Apelan al collage como procedimiento, al uso de materiales de descarte (ahora volvemos), a la cita. Me encuentro una pintura que es un carrito, llego a un hombrecito de cartón con una sombra bailarina y BANG! un tótem, collage, caras y ángeles y escenas de películas. Un respiro y BANG! otro tótem, tres televisores de tubo que arman una sola imagen, BANG! estás liquidado.
Repaso el recorrido. Uno y dos carritos, una tautología. Adentro de la obra, la obra. trilogía Tiburón serie connivencia (3). Natacha Ambros. 2024.
Por lo general baila, pero durante el show de Shrek se quedó inmóvil. Una marioneta, pero por lo menos su sombra se mueve. Salió del cartón como una amenaza. Una sombra ya pronto serás. Juli Matta. 2024.
Esos ojos los conozco. Casi todo en esta obra me está mirando, viene desde el pasado para transmitirme alguna incomodidad. El eterno padeciente. Leonardo Sánchez. 2024.
Facil de cuidar. Podés no dedicarle mucho tiempo que va a estar bien. A la planta tampoco. Palo de agua. Juli Matta. 2024.
Tengo un problema, que es el problema que percibo en gran parte de la escritura contemporánea sobre arte, y es que siento que tengo mucho para decir; tanto es así que las muestras por lo general me sirven como excusa para explayarme sobre algunos temas que me generan urticaria. Terrible costumbre, esa es la Bestia Negra de la crítica, proyectar sobre las obras todo lo que queremos sacarnos de encima. Y sin embargo, no puedo pensar más que en proyecciones. Soy partidario de que el arte no refleja la realidad, sino que la construye. Inaugura mundos —la vieja ventana—. Pero hoy veo una predominancia especular, no en un sentido reflectivo burdo, sino más bien yoico. En el prefacio a la edición en libro de El retrato de Dorian Gray, en 1891, Oscar Wilde escribe: “es al espectador, y no a la vida, lo que el arte refleja”. Estamos haciendo y estamos viendo un arte inutil que refleja nuestras pequeñas vidas, o las pequeñas vidas de algunos pocos, más bien.
No voy a inauguraciones y no hablo mucho sobre obras. Prefiero hablar -en este caso escribir- sobre guiones curatoriales. Lo sospechaba y lo confirmé al leer el texto: Bueno para nada, una referencia a un escrito de Mark Fisher del 2014, uno de los más brillantes críticos culturales de los últimos tiempos. La muestra, a nivel temático, gira en torno al fracaso, traza líneas que van desde el resabio noventero y neoliberal de lo atado con alambre a la resaca de información contemporánea. En palabras del curador:
[…] es un esfuerzo por restaurar una conciencia del hacer atravesado por la clase, la identidad y el cuerpo, donde la experiencia vivida dirige la selección de los elementos que conforman las obras, dando paso a un tipo de sensibilidad compleja e inconforme, siempre cambiante y atenta.
Problema que en el ecosistema del arte porteño, para algunas personas que son (¿somos?) un poco sapo de otro pozo -aunque no tanto- podría graficarse así:
Ahora bien, si la exposición traza líneas entre la inadecuación y el hacer a pesar de ello, lo hace con motricidad fina, con elegancia, a diferencia de ciertos sectores del arte contemporáneo que, en una burda performatividad discursiva, se apoderan de un imaginario povera que no hace otra cosa que banalizar y romantizar la idea de “tener poco”, nomás preocupado por el contorno de la pobreza tematizada, a la vez que en un gesto decadentista fundan logias y galerías y lobbys y locales de ropa por toda la ciudad, mientras viven en las liminales intrersecciones de los más requetefinos barrios porteños.
Pero existen otras obras, otras muestras que dan cuenta de que no deberíamos estar ahí porque, como escribe Mark Fisher en aquel ensayo, las marcas de clase están diseñadas para ser indelebles, se transforman en una voz interior que nos repite: “sos un farsante”. Y somos farsantes porque no podemos permitirnos la inutilidad del arte pregonada por Wilde, porque buscamos constantemente su reverso, la utilidad que César Aira le achacó cien años después: la de poder transformar la realidad, desarmar la caja negra de un mundo que no entendemos del todo. Así y todo, la primera prevalece, la segunda se nos escapa.
Termina de tocar Shrek y me acerco al curador para saludarlo. Me voy a ir yendo. Hablamos un rato sobre la exposición y, canalizando el título, que por un juego de inversión también significa ser malo para todo, me confía: “no quiero hacer más muestras”. Y es entendible, porque la mera tematización formal de nuestros sentires no da cuenta de su insuficiencia dentro de un sistema basado en la competencia y la falsa camaradería. Es inutil. Creo que esa falta es lo que justifica la muestra, porque ella no basta para mostrar la eterna sensación de desmerecimiento que nos agobia, la certidumbre de que no encajamos. Para eso están nuestras vidas.