El juego de la cara humana
Por Laura Crespi
Dibujos por Juliana Laffitte
Dibujar. Escribir. Todo comienza cuando Juliana Laffitte, mirando un punto fijo en la pared, “se deja llevar por sus pensamientos, una presencia, un fantasma” y, sin bajar la vista, dibuja su retrato. Sus líneas se derraman con la incertidumbre de la preocupación y la insatisfacción de no poder cruzarse, no poder salir ni verse a causa del confinamiento. Así, la artista visual dibuja estos retratos delirados, líneas locas, híper expresivas. Lime noctámbulo que genera un leitmotiv para reemplazarlo todo, repensarlo todo y entregarse al juego que la cara humana —propia y ajena— en este deambular por los dispositivos que tenemos para vernos, como en un juego de espejos, en el pico del aislamiento. Por su parte, Albertina Carri, guionista y cineasta, atrapa el lazo y sigue las líneas trazadas por Laffitte, cediendo al juego de “la voz” humana, para entrar en una inspiración (en una aspiración) y escribir un poema para cada cara. O acaso sea a la inversa y cada poema tiene la cara que se merece. “Julio continuaba el grisáceo pandémico de su antecesor, no podía ser de otro modo. El 2020 se presentaba como una estrella apagada y enorme, un meteorito en caída libre que a su paso incendiaba todas las máscaras y proyectaba su sombra sobre nuestra existencia”, escriben a cuatro manos las autoras en el prólogo del libro, para reponer el contexto en el que los poemas fueron escritos.
Los poemas de Carri (los primeros que publica) se lanzan en un viaje rítmico, de fogonazos suaves y estallidos de deseo, amor, philía. Jugando a formar endecasílabos algunas veces, otras a implosionar en un poema epigramático. ¿Se trata de invocar fantasmas desde la propia cámara del cine mental: imágenes que se suceden en un envión donde también subyace lo espectral, lumina sombría? ¿O de yuxtaponer caras y poemas presas de ese acoplamiento y esa desfiguración? Aquello que conduce los poemas —anécdotas a la intemperie contadas por dos montajistas disléxicas— es la vía que se inventaron Carri y Laffitte dentro de los nuevos límites a la imaginación viajera impuestos por la pandemia, como si dijeramos: Si mirás, te ves así, como te viste casi todo el primer año del encierro: en transformación fragmentaria intentando una y otra vez activar algo nuevo, extranjero, sobre todo lo que es. Todo lo que no es.
Entonces, infinitamente mejor escribir y dibujar uniendo fuerzas en un puro divertissement, que frenéticamente contar tu vida en twitter, a través de ese constante y diario drama anecdótico, red donde algunxs prefirieron descargar sus impresiones en pandemia —si ya no lo hacían desde antes— como esclavxs del las nuevas corporaciones de la virtualidad. Por el contrario, Retratos ciegos enciende un fuego, y tiene un móvil en verdad afirmativo, al punto de que esta comprobación de la vida en la muerte, durante el tiempo en el que atravesamos este encierro, es también una forma nueva de pensar el grupo (todxs, nadie no lo padeció), y aún rozando alguna dimensión del tiempo. Lo que también prueba que la inspiración es una aspiración y es un deseo para poder producir, pensar, habitar algo más ameno. Fluido de un tiempo inscripto en esta intensidad que la poesía también es.
Y en este punto, leyendo Retratos ciegos advertiremos que el ejercicio que proponen las autoras es, además, un juego burlón, que pinta su bigote duchampiano sobre la cara impertérrita de la poesía. Pensaba en esa idea que Alberto Goldenstein señaló en una entrevista reciente: “A mí me gusta el arte cuando no parece arte” y entonces lo que resta es suplantar “arte” por “poesía”. En definitiva, me gustan estos poemas aún sabiendo que quizás Carri nunca vuelva a incursionar en el género. Me gustan como algo que no volverá a repetirse. Aunque el confinamiento demostró que todo puede ser posible. O más bien, que el mundo era algo archiconocido, redundante, y que ahora es algo que probablemente nunca terminaremos de conocer. El movimiento, emplazamiento de una idea con otra, es este armar y desarmar continuos para poder avivar un fuego (avivar el juego) y así ejercitamos siempre en una nueva dimensión. Para poder detenerse y visualizar cada imagen que se desvanece. Es un poema para cada cara o viceversa. Conexión y juego sobre el halo puro que atesora un vínculo, una amistad.