Dando vueltas en la cama n° 3

por Imanol Subiela Salvo

dibujo por Mariano Ullua

I.

Me pregunto si Alan Pauls, o algún editor o editora de Página/12, fue la persona que tituló “Vueltas en la cama” a esa serie de tres notas random que hizo para Radar en 2014. A él le robé esta idea. Ahora se dice “citar” y no “robar”. Me pregunto si él piensa que esas notas son parte de “su obra”. Doy vueltas todo el tiempo sobre la idea de “obra”. Una vez le sugerí a un amigo artista que escriba un libro. Él me contestó que no tenía ganas en ese momento, que prefería pensarlo bien. Me sorprendió su respuesta, para mi él tenía mucho material para armar un libro y ya varios textos escritos. Su argumento fue el siguiente: “Hay que tener cuidado con lo que publicás, porque lo que se imprime queda para siempre”. Desde entonces siempre dudo cuando pienso si tengo o no una “obra”. Hace siete años que escribo y publico textos de manera permanente. Creo que nada de lo que publiqué hasta ahora considero que es parte de “mi obra”. No sé qué es “una obra” exactamente. ¿En qué momento se decide “esto sí es obra” y “esto no es obra”? Nada de lo que hice hasta ahora considero que sea “mi obra”. Todavía no hice nada de lo que me gustaría hacer. Si tuviese que imaginarme dentro de 20 o 30 años prefiero imaginarme como una persona que escribe y no como trabajador de prensa. Las cosas de ficción que hay en la carpeta “Mis documentos” de mi computadora no me terminan de convencer. No es que no me gusta cómo quedaron esos textos, sino que para mi son sólo ejercicios de una cosa más grande que todavía no sé qué es. Otra vez, no sé qué es “la obra”. Cuando fui asistente del artista Osías Yanov lo ayudé a armar y pintar una pared curva de madera. Padecí mucho ese trabajo: la pared era altísima, me costaba pintarla y pesaba mucho. Era parte de una instalación que se presentó en ArteBA. Costaba unos cuantos miles de dólares. Cuando terminó la feria la pared volvió al taller. A los dos días la tiramos a la basura y en pocos minutos un grupo de vagabundos se la llevaron. ¿Sabrían que estaban llevándose una obra de arte?

II.

Un fantasma recorre las redes sociales. Veo una jauría de perros y perras que esperan que alguien pise el palito para saltar al ataque. Si a la persona que cometió un error se la puede silenciar o cancelar mejor. Hace un tiempo vi por ahí un video donde Rodrigo Lussich hacía un chiste desafortunado sobre la pareja trans de no sé qué famoso. “Viene con sorpresita”, dijo el periodista. A pesar de que pidió disculpas, hubo una lluvia de insultos contra él y todo tipo de acusaciones: desde machista violento hasta transodiante. En efecto, el chiste no fue bueno y vale la pena condenarlo. Sin embargo, pidió disculpas y reconoció que se equivocó. Ya está. Todo lo que sigue después de eso es humillación. El objetivo es humillar al que se equivoca porque no se permite que nadie se equivoque. Alguien me dijo que eso era “una ola reaccionaria con ropaje progre”. Si alguien dice algo, los perros y las perras no van a escuchar el argumento, sino que van a esperar a que cometas un error para saltar a la yugular. El velo progresista es un arma de doble filo. Y el bulo progresista es tan represivo como cualquier pensamiento de derecha, en ambos casos alguien te dice qué pensar y qué hacer: cómo hablar de determinados temas, qué postura tomar sobre la realidad, cuál es la mejor manera de vincularse sexoafectivamente. A veces me pregunto si yo soy conservador, si efectivamente estoy equivocado, si debería ser más “progre” y festejar un montón de ideas y acciones que, en el fondo, me parecen un poco fachas. Un fantasma recorre las redes sociales y ese fantasma es el de la policía del pensamiento que, cada tanto, se transporta en patrullas del deseo. Haters gonna hate.

III.

Me fui a dormir pensando en los muertos. En mi vida no tengo muchos muertos, me refiero a esos que te marcan. Diría que solo dos: mi tía Bety y mi amigo Matías. Fui a pocos velorios, sólo tres si mal no recuerdo. Siempre me parecieron extraños los velorios, son un evento ficticio en el que se ve cómo los vivos piensan que hay que despedir a los muertos, pero el muerto está muerto y no se entera de nada de lo que pasa a su alrededor. En el velorio se inventa la ficción de cómo los vivos tienen que despedir a un muerto. En el cementerio los vivos inventan la ficción de cómo creen ellos que los muertos tienen que estar, que necesitan para estar muertos. Los tanatólogos son los que preparan al difunto para la ficción: lo maquillan, lo peinan, lo visten, le tapan sus orificios con algodón y le pegan los párpados, entre otras actividades. Siempre me pareció fascinante esa disciplina. Que exista una persona que crea saber cómo debe verse un muerto me parece increíble. En contraposición, los muertos no me producen nada, los pocos que vi me dieron lo mismo. Son un cuerpo y ya. Me gusta el signo Escorpio y el Arcano XIII del tarot de Marsella, en ambos casos representan a la muerte. Hay personas que los muertos les dan asco, a otras les dan morbo. En el secundario empecé a ver la serie Six feet under, pero no la terminé. Es sobre una familia que tiene una casa velatoria. Hace unas semanas hice un rewatch porque estoy fascinado con la industria de la muerte. Nadie nunca quiere pensar en la muerte. Es un gran tabú en occidente, a pesar de que a todos nos va llegar la hora. Nuestra nueva normalidad está rodeada de muerte y, de alguna u otra manera, todas las actividades que las personas se inventan en aislamiento tienen el mismo fin: negar eso que está ahí afuera y que es la muerte.

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