Cruzar el río
dibujo por Octavio Garabello
La intemperie no es un espacio físico para este grupo de artistas; tampoco es uno virtual. Es más bien una voluntad de salir y no de atravesar paredes sino de conquistarle vida al tiempo. Quieren jugarle por izquierda a un campo de acción expulsivo, como es el campo artístico en Argentina, y salen a pelearle a lo contemporáneo ese lugar de culto al que queda relegado el arte dentro de la cultura visual. Su nombre pone de relieve un estar librados a la suerte en tanto artistas jóvenes dentro una economía tan frágil. Hacen del obstáculo un medio y se agrupan bajo el liderazgo de Constanza Chiappini y Gonzalo Maggi para pensar proyectos expositivos que parecen tener como eje un deseo de cuestionar los modos de hacer y de ser público desde el arte. Salen a buscar y lo hacen con una voluntad instituyente que es única hoy en la institucionalizada escena porteña. No se contentan con hablarle a los mismos de siempre, a la endogámica comunidad, ni ocupan el espacio público por moda porque entienden que éste no se ocupa; se construye y se disputa desde otra sociabilidad.
Se hace evidente desde la sorpresa cuando recibo una carta de su parte, dejada en el pallier del edificio. Al contar con mi dirección de antemano, no hubo previo aviso y la carta se convirtió intempestivamente en la primera etapa de esta experiencia. El sobre venía sellado con el título del trabajo y el nombre del artista-remitente: “Cruzar el río, Francisco Vázquez Murillo”. El sobre tamaño oficio, el papel madera y el sello de tinta recuperan una estética burocrática que cayó en desuso con la digitalidad. Pienso en los setenta y en el arte correo como estética del confinamiento, sea estado de sitio o aislamiento obligatorio.
Al interior del sobre hay dos hojas de calco. La primera porta un texto que recorre el pasaje del nomadismo al sedentarismo para terminar con una oda al monolito como antena afectiva, piedra que arraiga y que, a la vez, proyecta hacia el cosmos. La otra hoja presenta una maraña de líneas impresas. Cuando queda apaisada, descubro que son todos los ríos del mundo en un planisferio cuyo centro lo ocupa el Océano Pacífico.
Contra la rigidez de ese mapa al que llamamos político, esta cartografía arrancó a las divisiones imaginarias los trazos negros de línea gruesa y los posó sobre los cursos de agua. No hay más que ríos pero veo al mundo con una claridad inusitada. Los continentes son delineados por sus arterias. No puede decirse que haya una distorsión en este planisferio que incluso mantiene la proyección de Mercator con ese sur acorralado que la distingue. Aún así, el desplazamiento de centro y de líneas plasma en la hoja, con una sencillez extremadamente precisa, un pensamiento ecológico. Imprime un sistema de interrelaciones sobre la visión del mundo más enraizada, ese dibujo mental que más niega la co-dependencia. Hay una búsqueda similar a la de Agnes Denes con sus dibujos de mundos-huevo, mundos-dona o mundos-pancho(1) o a los esfuerzos imaginativos del Decolonial Atlas por construir cartografías con fuerza subversiva.(2)
Advierto otro elemento en una esquina del mapa: la inscripción “CJM3+P5 Buenos Aires”. Basta googlearla para que me indique, justamente, una coordenada junto al Río de la Plata bajo el título de Intemperie. El contraste del mapa todo abierto de Francisco con el compartimentado de Google Maps marca el inicio de la siguiente etapa. Ahí me dan cita les Intemperie para ver lo que consideran su primera exhibición individual. Me convocan un lunes a las 7:30 AM para contemplar el amanecer sobre el río. Jamás habría aceptado ir una mañana de invierno a una zona abierta de la costanera de no haber sido por el encierro de seis meses que arrastro en los músculos, pero de ahí nacieron las ganas. Para la aplicación de Uber, esa coordenada no existe; tengo que indicar el boliche más próximo para poder arrimar el bochín a destino.
Entiendo, solo al caminar hacia allí desde la puerta de Punta Carrasco, que se trata efectivamente de un lugar caído del mapa. Es un filón de tierra entre dos predios privados, con algo de pasto y una proximidad atípica a la costa: un rincón desmarcado del que se apropian algunos habitantes de esta ciudad de playas públicas sin agua. Me reciben varias siluetas contra el sol naciente y la de Francisco me lleva a recorrer la instalación mientras mis ojos se acostumbran a la luz. Me puede el oficio y consulto por la logística. Responde: “No pedí ningún permiso. No pido permisos para mi obra.” Llegó y se instaló donde quiso, igual que en la playa cuando los madrugadores marcan terreno con sus reposeras. Como en el mapa-invitación, acá también hay un dibujo de líneas pero sobre el paisaje.
Varillas de hierro, rectas y otras curvadas manualmente, se alzan sobre la costa, apoyadas en bases de cemento y cortadas perpendicularmente por el horizonte que divide cielo y río. Como los antiguos monolitos, las esculturas también establecen su conexión cósmica a través de unos dibujos sutiles, inscriptos en sus bases, que sugieren una astronomía primitiva. Todo alrededor, sobre la línea costera, asoman construcciones varias con grúas poderosas y ejércitos de obreros. Son rumores de una inteligencia colectiva abocada a la clausura de ese espacio circundante. Mientras con los mismos materiales, ellas parcelan y alambran negando lo dado, las puntas de lanza de Francisco afirman, desde la precariedad, otro modo de habitar. Él me cuenta que cada día las encuentra fuera de lugar: volteadas, arrumbadas o arrojadas a la orilla. La gente, por la noche, juega en ese callejón costero que también reclaman como propio. Juegan porque les nace y porque pueden hacerlo.
Es una expresión de deleite que haría feliz a Guy Debord como deriva situacionista y que me lleva a Henri Lefebvre y a su sentencia de que el espacio no es sino un producto social. Francisco me habla de otro mapa que envió por carta a les invitades y que está formado por los flujos migratorios del homo sapiens. En superposición con el que me envió a mí, ambos mapas descubren a los protagonistas de Cruzar el río, hecho posible sólo tras la reunión física de uno o más invitades. Juntos componen la base de la memoria genética y muscular que él busca activar. Pienso nuevamente en Lefebvre y en esa herética inversión con la que buscaba descolonizar el cotidiano desde la vivencia del cuerpo:
En el principio era el Topos. Antes - mucho antes - del advenimiento del Logos, en el reino claroscuro de la vida primitiva, la experiencia vivida ya poseía su racionalidad interna; esta experiencia se producía mucho antes de que el espacio del pensamiento y el pensamiento espacial comenzaran a determinar la proyección, explosión, imagen y orientación de los cuerpos.(3)
Cruzar el río es una modesta invitación a seguir construyendo un espacio público y a no atenerse a las reglas del que nos proponen como tal. También es una suerte de manifiesto artístico. Les Intemperie procuran que sea la mejor vernissage que yo recuerdo: en vez de vino, hay café para despabilarse y medialunas. Todes en ronda, entre conocides y desconocides, habitamos literalmente la propuesta y toda la atención está en les presentes por el mero hecho de que están ahí, que es un montón de por sí y que constituye la mayor potencia del trabajo. Sin grandilocuencia e instintivamente, elaboran otra forma de ser públicos: una visibilidad que opera menos como condición para posicionarse dentro una lógica mercantil y más como una necesaria irrupción en la esfera pública.
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1 Ver Radin, Joshi. Agnes Denes y el imaginario sobre la esfera terrestre: miradas visionarias de la imagen del mundo a la interdependencia. Estudios curatoriales. Año 6 N° 9 Primavera, 2019. Disponible en: http://untref.edu.ar/rec/num9_art_5.php
2 Ver Anania, Billy. What Would It Look Like to Decolonize Cartography? A Volunteer Group Has Ideas. Hyperallergic. Publicado el 11/08/2020. Disponible en: https://hyperallergic.com/580642/decolonial-atlas-jordan-engel/
3 Traducido del inglés por el autor: Lefebvre, Henri. The Production of Space. Malden, Oxford, Victoria: Blackwell Publishing, 2009, p. 174.