La incomodidad de Sentir
Por Mnemo
Dibujo por Marcelo Pombo
“No solamente los artistas sienten; también sienten los votantes de Milei, y sienten mucho”. Lo dijo Alfredo Aracil el viernes 11 de agosto, dos días antes de las PASO, en una charla con Victoria Larrosa en el marco de la exposición ¿Cómo sentir? Diarios íntimos para el presente, en la Casa Nacional del Bicentenario en Buenos Aires, curada por Nicolás Cuello. Después del domingo 13 no pude pensar en otra cosa, porque los discursos mediáticos post-electorales estaban llenos de referencias emocionales: bronca y castigo, pero también esperanza y felicidad. No pude dejar de pensar en eso, en parte porque ya lo sentía, como muchxs; sentíamos la fuerza del microfascismo empujar, salir de las tripas del pueblo, de todxs nosotrxs.
Lo sentí mientras caminaba por la sala, un rato antes del seminario. Me sentí a gusto. Me interesaban las obras, podía trazar vínculos entre las operaciones conceptuales y los procedimientos materiales detrás y delante de ellas: pinturas abstractas, afiches con consignas, juguetes intervenidos, ropa montada sobre la pared, esculturas con materiales pobres, momentos de inmersión, materiales de archivo. También rellenaba los intervalos entre estas y los textos de sala. Los discursos tenían que ver con cosas que me interpelan. Seguro a muchxs les pasó igual. La tarea no era muy ardua. Las obras estaban contenidas, aisladas, casi disecadas esperándote para tratar de responder a la pregunta infinita elaborada en el título. Nada venía a encontrarnos. Solamente había que mirar, leer, asentir y seguir ¿No creen que eso está pasando demasiado? Caminar sin cuestionar de más, en un andar ingenuo que no se pregunta por el lado b de las cosas. Eso es la ingenuidad: la vida en simple faz. Y en esa superficie encontramos comodidad.
En el texto curatorial se lee: lo ingenuo es un sentimiento muy poderoso […] que avanza ahí en la fragilidad del silencio y colabora, momentáneamente, en desarmar la crueldad política de este tiempo. Coincidimos, ¿no? Fantasías para sobrevivir, estrategias de la alegría. Pero también afirma que la curaduría incluyó emociones complicadas. Persiste la idea de lo incómodo de ¿Cómo sentir? La pregunta es: ¿incómodo para quién?
El problema de cómo sentir es uno que se viene formulando, entre la interrogación y el programa, desde hace siglos en la producción artística, desde los retablos moralizantes de la iglesia católica en el Renacimiento, desde los exaltados gestos de los monjes medievales, desde la mitología planetaria de los griegos antiguos, ad infinitum: ¿cómo sentir? Pregunta que, además, puede ser leída de manera multifocal en relación al contexto. ¿Cómo es adecuado sentir? ¿Cómo es seguro sentir? ¿Cómo es posible sentir? O, siguiendo el planteo autoral, también ¿cómo sentir cuando tu sentir es visto como un defecto, como algo que se sale de la norma? Un diario íntimo, dice también en el texto curatorial, es un lugar para la convivencia conflictiva de lo disperso, y en ese sentido es que la exposición se pretendió una suerte de trazado sobre la emotividad de cierto corpus de obras para aprender, en el espacio de interioridad que exteriorizan, cómo sentir el presente, un presente enquistado en la individualidad:
Un pasaje por un grupo de obras del arte contemporáneo argentino sobre las que trazo un mapa inseguro, una propuesta endeble, un tejido hipotético de estados de ánimo y realidades psíquicas que resuenan entre sí, multiplicándose a través de conversaciones sumergidas, contactos diagonales y persistencias simbólicas que asumen una obstinación no programada.
Resuena la obstinación no programada. El problema es que sí hubo un programa. El programa curatorial montado encima del programa institucional que, como muchas otras, no permite el uso público de la palabra malestar en sus títulos, según se comentó en Sentir el problema, sentirse un problema y el problema de sentir, el tercero de una serie de encuentros en el marco de un seminario público de la muestra, con Aracil y Larrosa. Lo íntimo, lo ingenuo, lo inadecuado, lo frágil, lo diferente. Ese es el programa que aparece en el texto, trazando una pedagogía del sentir que se materializa en una selección de artistas con nombres que seguramente bastantes conocen y que se manifiesta también en el dispositivo expositivo: los más tradicionales cuadros colgados en la pared o esculturas en pedestales; las más transgresivas institucionalizadas estéticas de lo feo cool, visualidades de archivo o amontonamiento de objetos. La comunicación, llena de carteles enormes, también daba la sensación de que estábamos aprendiendo algo. Pedagogía afectiva de museo moderno con estética de manifiesto. Convivencia conflictiva de lo disperso. ¿A dónde está el conflicto? Sí, podemos decir que la mera existencia de ciertos afectos ya los convierte, en su socialización, en conflictos. Pero cuando esos conflictos se juntan todos en el mismo espacio cultural dependiente de Nación a celebrar su conflictividad con presupuesto y un texto curatorial impreso como si fuese un fanzine, se vuelve más difícil avizorar el conflicto. Un diario íntimo también es un espacio solipsista, y eso a algunxs artistas les queda cómodo.
En una escritura en primera persona que interpela a quien lee como destinatarix y que trata de ir del yo hacia el nosotrxs, Cuello escribe contra el llamado anestésico de no contactar con los sentimientos negativos. La pregunta es: ¿Qué sentimientos negativos? Si hablamos de habitar la incomodidad ¿dónde cabe, por ejemplo, el odio de la derecha internalizado en las masas populares? Es muy cómodo sentir con otrxs cuando nuestros sentimientos son iguales: íntimos, ingenuos, inadecuados, frágiles, diferentes. Sobre todo cuando esos sentimientos son tan incómodos que son normalizados y positivizados por espacios institucionales ¿Cuándo nos volvimos idealistas de la diferencia, de lo que segrega, dejando la conjunción de la disimilitud de lado? Esa obsesión con la propia imagen desde la que construimos identidad y pertenencia manifestada en las salas de la Casa Nacional del Bicentenario y que nos ha implantado la ubicuidad del deseo del Capital y el micro-fascismo (que es cada vez más macro) es, quizás, lo que nos ha alejado del puente que nos une con esxs que son diferentes a nuestra diferencia.
Pero esto no solamente es una crítica a la exposición, al curador o a los artistas: es una auto-crítica, una crítica y una exigencia a nuestro progresismo habilitado por una estructura clasista, el mismo que habilitó nuestro devenir minoritario que anula a algunas personas que piensan diferente para después tomarnos una copa de vino en la vernissage de una muestra junto a agentes del mundo del arte expresamente conservadores y liberales.Habría que pensar sobre la responsabilidad y el privilegio de trazar en un programa público un mapa afectivo para el presente. Los afectos desatados en ¿Cómo sentir?, como plantea Cuello, son ingenuos. Quizás todxs lo somos, lo hemos estado siendo.