Con-fábulas

Por Fran Stella

Dibujo por Fran Stella

En 1949 se publicó El héroe de las mil caras, un libro de Joseph Cambell que a través del psicoanálisis nos acerca la estructura que subyace al mito del héroe a través de las edades y en todas partes del mundo. “La telaraña del sueño mítico cayó” escribe para contarnos que los símbolos que heredamos de la antigüedad colapsaron y sobre todo, los rituales asociados a ellos. Como si los hubiésemos barrido. 

El libro mismo podría incluirse en el colapso de los símbolos del que habla el autor. A 72 años de su publicación, elegí , desde mi pequeño y humilde casillero, tres muestras para pensar hipótesis que funcionen como velas en las tinieblas des-simbolizadas que el último siglo nos dejó. 

Hoy parece innecesario ahondar en el abismo que separa nuestra realidad afectiva y deseante de los relatos mitológicos. Basta decir que los nombres de “varón” y “mujer” resultan insuficientes para nombrarnos; que hay cuerpos gestantes que no son mujeres, que la sensibilidad trasciende el límite de lo humano, que las tareas de cuidado también son trabajo. 

Es aliviante saber que algunas partes de los relatos mitológicos ya no van más. Pero mientras escribo pienso en  ficciones como El Señor de los Anillos, Harry Potter, Game of Thrones que en los últimos años se han transformado en grandes mitos civilizatorios. Relatos en los que, un poco más acá o allá, la batalla entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad, se actualiza con apenas algunas diferencias con respecto al mito de San Jorge y el Dragón. En este, el dragón ocupa el lugar de la criatura ancestral que representa la sombra, aquello que negamos porque resulta imposible para la consciencia reconciliarse: pulsiones, sexualidad, muerte. San Jorge, el héroe identificado con la vida y la luz, encarna la misión de matar al dragón pero ¿Acaso no podríamos hacernos amigxs de él?  Diferente es ahondar en aquellas ficciones más pequeñas que nos invitan a descubrir paisajes menos claros, más abiertos, en los que pensar y sentir no son tan diferentes y los mundos nuevos están mucho más cerca nuestro de lo que pensamos. Por ejemplo, El Nombre del Mundo es Bosque, de Úrsula K. Leguin. 

¡Juguemos a que los mitos son ficciones que nos permiten conectar lo pequeño con lo grande y resonar entre todxs! Necesitamos relatos que le den curso a nuestros sueños más hermosos: identificarnos con todas las existencias, hacer alianzas interespecie, devenir máquinas-planta-insectos deseantes.

Entonces, aquí lo que me interesa: algunas muestras que prescindiendo de las palabras o aliándose a ellas, nos regalaron imágenes que pueden ser leídas como ficciones abridoras de mundos. Dos de ellas comparten desde la investigación y la línea curatorial, la pregunta en relación a los mitos y qué lugar ocupan en nuestras vidas y cómo nos relacionamos con ellos. La tercera es la frutilla del postre.

La primera es Fantasíaficciónmitoilusión de Caro Martínez Pedemonte en Galería Grasa, con curaduría de Larisa Zmud. Si el mito es aquello que subyace en estas obras, Caro se vuelve canal y hace aparecer formas valiéndose del archivo autobiográfico, de recreaciones escenográficas y de escenas de la vida cotidiana. La estructura más allá de la forma, la fuente que origina los objetos y los hechos de la realidad que habitamos. 

Sus pinturas se inscriben dentro de la tradición mitológica griega con el gesto de volver a juntar lo que alguna vez fue separado. Una persona escalando en una pared se vuelve entonces Ícaro acercándose al sol. No es metáfora ni representación, ES una de las tantas formas que la función cuerpo-que-se-acerca-al-cielo puede adoptar. Se deshacen un poco las fronteras entre los tiempos: así como la pared cubierta de terciopelo y los marcos dorados invocan los salones de siglos pasados, el puente entre el relato arcaico y Caro escalando en Perú Beach en el 2007 está tendido. Nos encontramos ahora en la lógica del fractal con la posibilidad de recorrer, si tenemos suerte, alguno de los caminos que van de lo uno a lo múltiple y que atraviesan los tiempos. Y por supuesto: de inventar nuevos desenlaces para los guiones arquetípicos.

Trinidad Metz Brea sitúa la investigación en un territorio distinto. Su muestra La Motherboard en Fundación el Mirador, con curaduría de Irene Gelfman y texto fantasía de Toto Dirty, nos propone un relato cosmogónico, la génesis de un mundo queer en el que pensar en términos de utopía y distopía carece de sentido pues el devenir de la vida trasciende los binarismos. La lógica del acoplamiento enlaza las existencias permanentemente en todas direcciones como el micelio de los hongos.

La invitación es clara: descender al subsuelo, dejarse hipnotizar por el bajorrelieve y rendirle culto sin saberlo a lo desconocido. El bajorrelieve entonces no le da forma a lo que no la tiene sino que lanza un deseo: “así” es el mundo que deseamos, donde el así es como la X en una ecuación con infinitas soluciones. Una foto congelada de un proceso continuo, de un verbo innombrable que da cuenta de cómo todas las existencias se entretejen en otra cosa. Así, lo que emerge es la contracara del discernimiento: la totalidad, la inteligencia que percibe la realidad a través de los vínculos. Trini también vuelve a ligar las partes.

La última muestra es Las Intrincadas Desventuras en el Camino hacia lo Inevitable  de Feli Álvarez Parisi en Rosas, con texto de Feda Baeza y la guía espiritual de Andrés Gorzycki. La muestra empuja los límites un poco más allá: no es un mito en torno de lx humanx lo que interesa, sino el ejercicio de imaginar una mitología de, por y para las verduras. Lo humano es desplazado del rol protagónico del guión arquetípico y las hortalizas y las frutas ocupan el centro del escenario. Reivindican su derecho al goce, al descanso, a ser retratadas, a hacer historia, a escribirla. Cansadas de haber venido al mundo para alimentarnos y redistribuir la energía solar que logran fijar a través de la fotosíntesis, se hacen eco de lo que Eduardo Viveiros de Castro nos cuenta en La mirada del Jaguar: que la humanidad es la posibilidad de pensarnos como sujetxs y producir, desde esa única cultura, múltiples naturalezas. La humanidad, entonces, es algo que puede redistribuirse ¿A dónde fuimos a parar las existencias “humanas”?

Me pregunto si Feli será una verdura disfrazada de persona o si su spirit animal es alguna fruta. Al ingresar, vemos acercarse desde el costado y por el rabillo del ojo nuestra sombra, la que invitamos al caminar por ese pasillo que nos recibe en Rosas, la que quizás quede atrapada en la telaraña gigante de la sala para que la miremos cara a cara. La muestra contiene para mi, ficciones posibles en torno de las alianzas inter especiales. Empuja los límites de las que conocemos invitándonos a pensar un mundo en que las verduras son sujetxs de derecho. 

Quiero invocar para el cierre las palabras de Feda “Pero esta es sólo una fábula, un huerto cerrado, un jardín secreto, una fuente escondida. Un espacio que es otro, pero también puede ser nuestro, porque toda fantasía se alimenta del colapso que vivimos todos los días”.