Laberintos emocionales 2
Por Fran Stella
Dibujo por Marcelo Pombo
Muchas veces lo que guía mis ganas de escribir sobre muestras es una intuición sin forma, disparada por lo que le pasa a mi cuerpo cuando las recorro. Esta sensación física me sugiere que si escarbo debajo de ella, hay material para relacionar las muestras entre sí.
Por detrás de este ejercicio que a veces me resulta más natural y a veces más forzado, están las ganas de juntar fragmentos, de armar contextos inclusivos. Es el ejercicio de imaginar las expresiones individuales, que podríamos también llamar estrellas, como parte de una estructura (¿Por qué no matriz?) más grande, que podríamos llamar constelación.
Las constelaciones han sido depositarias de muchas narrativas y ficciones desde que miramos por primera vez al cielo de noche e intuimos que existe una profunda articulación entre quien observa y lo observado. Esa relación es un misterio y cuando nos acercamos a ella no existen la verdad y la mentira. Nos adentramos en los territorios liminales de lo que alberga dentro de sí infinitas posibilidades por más contradictorias que sean.
Esta es mi investigación como artista y astrólogx y son las palabras las que me permiten articular esos eventos que podrían parecer inconexos. Otra vez, no se trata de que sea verdad, sino de probar maneras nuevas de relacionar lo que hacemos.
Esa relación vertical entre el cielo y la tierra se expresa en el plano horizontal como la relación entre lo que está “afuera (nuestro) y lo que está adentro”. Ésta es también una dimensión misteriosa que muchas tradiciones se han propuesto investigar. Desde nuestra sensibilidad del día a día, sentir en el cuerpo que existe una articulación entre lo que creemos ser y lo que sucede alrededor nuestro parece muy lejano.
Quizás nos habilitamos esa exploración cuando vamos a la astróloga o cuando consultamos con un mazo de tarot. Sin embargo, abrir un espacio sagrado en el que permitirnos esa percepción extraordinaria se vuelve muy difícil. Como lo es sostener la pregunta “¿Qué tiene que ver conmigo lo que sucede a mi alrededor?” en el día a día.
Solo al nombrarlo de esa manera se me arman dentro de la cabeza miles de imágenes acerca de lo sagrado, de lo extraordinario, de lo profano. Las palabras traen consigo las marcas de una idea de ascenso espiritual, de iluminación, de pureza, de luz, de silencio, de pulcritud. Siento a mi cerebro realizando el corte: de un lado lo sagrado, del otro, lo mundano. El ruido, el alimento, la materia.
Es un surco colectivo antiquísimo que divide porque permanecer en la difusa zona de la ambivalencia y la contradicción resulta intolerable. La materia del espíritu, las ideas del cuerpo, el adentro del afuera, la tierra del cielo y así… Una genealogía rápida pin, pun, pam y ya pasamos por el pensamiento Griego, Descartes y llegamos a la actualidad. Una breve historia de la polarización (o de la grieta).
Pero a veces el arte nos convida ideas/imágenes diferentes, espacios/tiempos en los que experimentar la posibilidad de acortar las distancias entre lo que se fragmenta, de tender puentes entre ellas y recorrer el camino de un lado al otro de manera juguetona.
En la muestra Protolito / Limen de Sofia Durrieu en Ruth Benzacar encontré esa posibilidad y más: escribiendo sobre ella e intercambiando algunas palabras con Sofi, el rebote me mostró que la astrología también es un lenguaje atravesado por sesgos y categorías que ordenan el mundo achatando la complejidad. Algo que al escribir parece obvio pero que está bueno nombrar: ese lenguaje que tanto espacio habilita para sentir de manera diferente, no deja de organizarse alrededor de dos ejes perpendiculares: arriba/abajo, adentro/afuera.
Así que con el propósito de continuar la investigación sobre el tiempo que comenzó con esta nota y esta, agacho la cabeza y me dispongo a escribir con el cerebro más cerca del corazón.
Ride or die
La experiencia en la muestra de Sofía fue muy intensa y perturbadora. Más allá del grado de compromiso e involucramiento que las obras proponían, cada una a su manera y a partes iguales de curiosidad ligera y solemnidad sintiente, mi impresión fue que ingresé en un bucle temporal.
El rulo, desplegado a través de muchas obras esparcidas en un gran espacio blanco, llevó mi cuerpo a través de la historia pero no en reversa sino desde arriba. Como las pistas circulares de los hot wheels, un vértigo rutero acelerado, una máquina del tiempo para una historia que no es lineal.
Las obras de Protolito Limen definen un territorio muy complejo que funciona de caldo de cultivo para fermentar una bebida. Sus efectos son los de borronear los límites que dividen categóricamente la realidad en materia, emoción y racionalidad. En palabras de la artista “la constricción de lo que tiene bordes claros nos protege y nos permite movernos en un mundo inconmensurable (…) (al mismo tiempo) aplano lo múltiple a lo unívoco confinándolo a lo conociblesperable (…) mientras relega al lugar de excepción a toda emanación difusa”.
De todas las obras me interesaron especialmente dos que, para mí, funcionaron como autopistas que me llevaron a visitar algunas ideas/imágenes/mitos fundacionales de la tradición occidentalizada. Seres esféricos que fueron divididos a la mitad y que buscan su media naranja, seres autoconscientes que saben que existen porque perciben que piensan.
Pero “¡Cuidado, mi valiente!” Me dije. No sea cosa que por descuido tome la primera salida, la conocida, en esa autopista por la que la muestra de Sofi me llevó. No quiero repensar Descartes y Platón rosqueando con la palabra. Necesito, por un lado, pensar con el cuerpo. Y por el otro, expandir los límites de lo que llamo cerebro hacia una zona externa a mí. Podría llamarlo cyborg, podría llamarlo prostético y quizás, el uso de palabras de moda me impida entregarme al viaje 100%, full fantasy.
No lo llamaré entonces, pensaré con ese órgano innombrable que no le pertenece a un sólo cuerpo. Haremos jugo de naranja de a dos, con la panza, y rendiremos culto a las entrañas que producen elixir. Experimentaremos el éxtasis místico en un acto ordinario y rellenaremos con los flujos que aparezcan las grietas que separan lo sagrado de lo profano, lo extraordinario de lo ordinario, la teoría de la ficción.
Nos sentaremos en una máquina y accionaremos la palanca para que un dedo nos golpee la frente en simultáneo. Mientras, miraremos nuestro reflejo en un espejo para que a la sensación de “yo” se le sume un registro nuevo.
Varios caminos se abren ante mí. El primero, creo, es el que nos trajo hasta acá y nos dice: pensamos, luego existimos. El otro nos susurra a los gritos “¡Que chata la imagen del espejo para expresar el encuentro con lx otrx! ¡Abajo el “yo” y sus tiránicas demandas de separación con el resto del mundo! Milita las elecciones de este año por la abolición del yo como proyecto político”. Me quedo pensando entonces cómo nombrar(me)(nos)(el mundo).
Esa obra llamó especialmente mi atención por la manera en que traducía en sensaciones en el cuerpo la idea de que somos seres vinculares. Pero hagamos un zoom in en vinculares. Seres con membranas porosas por las que se cuela la información de lo que nos rodea, articulando profundamente lo que vamos siendo con lo que va ocurriendo a nuestro alrededor, siendo los cuerpos de otros seres, diferentes al nuestro, los principales agentes de ese mundo de afuera.
No me parece casual que en la sala contigua, la muestra de Ernesto Ballesteros Ahora me doy cuenta que eran autorretratos se ponga en diálogo con el símbolo de Yin Yang. Si bien acercarse a la obra de Ernesto solamente a través de ese símbolo sería injusto, el Yin Yang es una imagen para toda una tradición que explora la articulación entre los “opuestos”.
El día y la noche, el bien y el mal, el arriba y el abajo, el adentro y el afuera, lx otro y yo son también categorías que, como las que las obras de Sofi buscan desarmar, organizan el estar-en-el-mundo.
Pero los símbolos son estructuras ambivalentes en sí mismas que pueden achatar o complejizar la existencia. Es difícil poner en palabras de qué se trata la relación de oposición. Dualidad y binarismo están muy cerca. Quizás pensar en lo que pasa con los ojos nos ayude: cada ojo genera una imagen del mundo diferente que no coincide con la del otro. En la superposición, en la tensión que produce que no sean iguales, el cerebro crea una imagen 3D más compleja que contiene información contradictoria.
Entonces podríamos imaginar una relación de oposición que, antes que generar una disyuntiva excluyente, articule las diferencias (entre “yo” y unx “otrx”, por ejemplo) conformando un flujo de información más complejo. Eso sólo es suficiente para hackear nuestros cerebros y ablandar un poco la idea especular sobre los opuestos: “son lo mismo”.
Diferencias que guardan relación con algo propio y que no tienen por qué excluirse. Son un misterio, una invitación a dejarse afectar por lo que no somos, lo que amenaza con deshacer los bordes de lo que llamamos “yo”, con lo que seguro no sea una media naranja porque por qué seríamos todxs la misma fruta. ¡Y todo esto sin siquiera hablar de los dibujos en sí mismos!
Obras bellas y suaves que conforman un cuerpo imposible de situar que dibuja distancias parabólicas entre lo micro y lo macro, el paper científico y el poema. “¡La síntesis no es homogénea!” exclaman, sino contradictoria y multidireccional. Nuestros rostros son también polvo de estrellas, polvo de tiza, polvo de hadas. Qué más da, cuando soltamos la pretensión de ser seres centralizados y coherentes, sólo nos queda acelerar en el tramo final de la ruta y saltar al precipicio, entregarnos a la entropía y disfrutar de nuestra desmaterialización para que alguien, en otro bucle temporal, nos dibuje. Lx observador se reconoce en lo observado.
Hablando con Ernes me contó además algo muy curioso. Las palabras a las que los colores de los dibujos en negro están asociadas aparecieron de manera muy in consciente durante el proceso de trabajo. Un tiempo después y a la luz de algunas situaciones personales que atravesó, se dio cuenta que el lugar del que provenían no se ordenaba temporalmente en pasado, presente y futuro. Desde esa lógica, podríamos decir que los dibujos fueron premoniciones pero ¿A qué orden temporal pertenecen los símbolos?
Pista de aterrizaje
Mi maestra de astrología Pau trae una imagen que para mí es hermosa. La de los símbolos como flores que pueden desplegar pétalos nuevos a medida que la planta crece. Hace dos años escribí una nota sobre las muestras de Denise Groesman y Maxi Murad en Moria y la obra “Intimidad de lo Común”, dirigida por Silvio Lang, que se presentó en el Conti.
Comenzaba por ese entonces a percibir lo que fue convirtiéndose en estas notas: ideas/imágenes que conectaban diferentes obras que sucedían de manera cercana en el tiempo como si fueran constelaciones.
Me acuerdo que cuando salió Laberintos Emocionales en el Flashe, el mismo día, guié una visualización en la muestra de Dani Leber en Isla Flotante, Leberinto. Cuando terminamos, nos quedamos dibujando laberintos guiadxs por Dani.
Hace poco Dani inauguró en Smol una muestra hermosa en la que un carrete de hilo forma un dibujo en el suelo que funciona como laberinto. Las instrucciones son claras, hay que recorrer el camino hasta llegar a la mesa en donde espera un libro con pinturas, dibujos y algunas palabras. Primero hay que sentarse, después encender la luz, luego ponerse los guantes y listxs para sumergirse en la contemplación marcada por el tiempo de la respiración, del correr las hojas con los dedos.
Hay algo misterioso en lo simbólico que a veces se me escapa cuando sin querer lo reduzco a cierto contenido, cuando lo asocio a cierta imaginería. Los símbolos son como máquinas de tiempo capaces de afectar lo que pasó en el pasado, de conectar con una elipsis momentos distantes porque, a diferencia de las palabras del español, pertenecen al orden del espiral. Por eso pueden desplegar pétalos como flores también, porque el movimiento que emana de ellos es espiralado. Producen relaciones nuevas antes que establecer conexiones.
Hace poco leí un capítulo del libro Flowering Wand de Sophie Strand en el que la autora revisita el mito del Minotauro. Su investigación tiene que ver con revisitar ruinas míticas en busca de masculinidades no hegemónicas, por decirlo de alguna manera. Ante la falta de evidencia histórica de que alguna vez haya existido el laberinto de Creta, Sophie resignifica el símbolo como una danza, como una coreografía cuidadosamente diseñada para recorrer la distancia que separa el tiempo habitual de un tiempo sagrado, en el que la comunión interespecie con el Toro implica rendir culto a la materia, a la pasión, a la luna, a la oscuridad.
Resignificar el laberinto implica una actualización en la estructura simbólica completa: si el laberinto es una danza y no una prisión, entonces el Minotauro es un ser sagrado y no un monstruo, entonces Teseo no tiene porqué matar y Ariadna por qué ser una muchacha indefensa sino que quedan libres para ser otra cosa.
Creo que la muestra de Dani resuena mucho con esta lectura. En primer lugar por el efecto que el recorrido del hilo sobre el piso tiene sobre el propio cuerpo y por cómo nos invita a cambiar de estado y dejar atrás el ruido mental que la ciudad produce. En segundo lugar porque en este laberinto no hay paredes, hay una coreografía marcada por un hilo. Es decir, el elemento tradicionalmente asociado a lo “””femenino””” es en este caso el límite que dibuja la estructura de la danza. En tercero, esta danza vuelve el cuerpo disponible para establecer nuevas relaciones, uniendo como lo hace el hilo, lo que en las pinturas aparece como la luna y el sol (grabadas cada unx en uno de los guantes).
Y resuena mucho con las muestras en Benzacar, creo yo, porque apuesta a inducir un estado diferente en el cuerpo que haga tambalear las categorías con las que usualmente percibimos el mundo. A dejarse atravesar por el vértigo de suspender las ideas habituales que tenemos sobre él. A funcionar como el último bucle de esta autopista enrulada, el que nos lleva al silencioso centro desde el cual contemplar el universo que nos rodea de una manera diferente.