Uuuff, cimbronazos

Por Matías Heer

Dibujo por Julián Matta

A mediados de junio, mientras Massa cerraba un nuevo pago al FMI y los comentarios predicembrinos de “se viene un 2001” se anticipaban casi medio año, en un invierno de contrapuntos veraniegos, se presentó en el Moderno Uuuff OOoh La nave endeudada interpretada por Kamil GuQuin, Diana del Mal, Malicia Mirai, Florencia Breccia y Porkeria mala. La performance desde el inicio plantea un atentado a la expectación: traté de leer en redes algo que me anticipe la perfo, alguna descripción que me hiciera habitarla de antemano y me encontré con “uuufff ssal salt uuuudsz ohhhhh terret terr kolarr esteAttahsh fine semonn nufff pasfitajgh trat trat trat expirimathhhh baum Brum Baum kaaakghhhhhkaaaaotico trif traf trif truAum hord wold hoooord brick brisjhh rashhh platzzz ayayayayayyyyayyya cling crack piqutAhhh plzzzzhh”. Partiendo de esta desorientación, al entrar, la mayoría no sabíamos dónde situarnos frente a un salón casi oscuro y vacío con algunas escaleras desparramadas, un banquito aislado y neutro al fondo de la sala (tan neutro que parecía parte del museo y no de la perfo, un objeto estándar que se había dejado ahí porque sí, quizás por pereza, quizás por reglamento), más dos islas de chatarra apilada e iluminada en esquinas contrapuestas donde en una de ellas Malicia naufragaba en perillas el mar de oscilaciones sonoras. Del otro lado había una tela blanca colgada de una viga que suponíamos o deseábamos suponer, para calmar la ansiedad de situarse, que era el frente donde habría una proyección que por lo tanto ordenaría qué debíamos ver y desde dónde debíamos ver. Pero la proyección no sucedía. En esa incomodidad de lo que aún no ocurre y no nos sitúa y orienta, cada quien vagó en la búsqueda de un ancla para la atención: algunxs se sentaron en el piso frente a la pantalla, otrxs se acercaron a la isla donde oscilaba un  sonido amorfo y estridente, otrxs explorábamos la otra isla de basura vacía o algunos elementos desperdigados como un changuito de supermercado ¿Qué hacer cuando no sabemos qué va a pasar? ¿Dónde habría que pararse o sentarse para “ver mejor”? ¿Por qué quiero elegir un lugar donde sentirme segurx, por qué voy a buscar esto en una perfo en un museo? Y de golpe empezó la proyección que nos alivió con un punto fijo para el ojo, una orientación para el cuerpo, un estado conocido de expectación.

El registro

En la tela comenzó a proyectarse un video de una criatura nodosa, sin rostro, cuello, cintura y brazos, apenas con dos piernas (como si el indicio de lo bípedo nos diera el indicio de lo humano) que caminaba o más bien trastabillaba por las calles, entre los puestos de la plaza, por los pasillos del subte, se subía o desprendía de una estatua o se quedaba atónita frente a los anuncios de bienestar del gobierno porteño. En un momento, extraño y superpuesto, mientras se entremezclaban imágenes de un registro pendular que iba de festejos y desmanes mundialistas a represiones y saqueos del 2001, la criatura llega a Constitución tropezando entre millones de trabajadorxs que arriban de o vuelven a la provincia, había  quienes la esquivaban y había quienes se sacaban selfies y levantaban el pulgar ¿qué estábamos viendo? ¿una persona, nodo yoíco, o un conjunto, nodo social? ¿hay rumbo? ¿es una huída dirigida o una huída vagante, es huída o búsqueda o mera inercia? La música estalló  y de golpe la criatura se llevó puesta la tela de la pantalla y apareció entre nosotrxs quedando la proyección sin marco, a la deriva entre las paredes, el techo, el piso y las personas que estábamos ahí ya no como espectadorxs sino fundidxs en las imágenes, imágenes de saqueos, de gente, de un nodo, en nuestras caras, espaldas y pechos. Haciendo del registro un presente, un estrato del presente que emergía en un negativo de cuerpos. 

Los cuerpos

Mientras tanto la criatura se arrastraba con la tela que fuera pantalla, se arrojaba hacia nosotrxs y había quienes la esquivaban, quienes no se movían y la recibían en sus brazos tratando de no perder el equilibrio o quienes se acomodaban lo más lejos posible de los hechos para poder contemplar y preservar el estado de expectación. Sin embargo, ningún espacio parecía seguro para la contemplación aislada: entraron o notamos que estaban en ¿escena? tres o más personas encapuchadas de negro que comenzaron a circular violentemanete entre nosotrxs, casi que empujándonos, arriándonos alrededor de la sala a un grupo de personas encandiladas por la proyección desbordada y nos arrimaban a la criatura que también queríamos evitar mientras ella iba perdiendo partes de sus nodos. Teníamos que corrernos del lugar de expectación que habíamos elegido, articulando el placebo de la contemplación con la necesidad de supervivencia. Necesitábamos mover el cuerpo para alejarnos de o acercarnos a las áreas de riesgo de una situación que iba creciendo: lxs encapuchadxs comenzaron a circular con palos en las manos que golpeaban contra el suelo, añadiendo un sonido asociado al peligro, hasta que comenzaron a golpear con los palos las islas de basura, las escaleras y el changuito al que luego montaron tratando de atropellarnos, torpes, cayéndose en el intento, subiendo a la criatura, que seguía perdiendo nodos, arrojándola hacia nosotrxs, destruyendo cualquier punto de distancia con lo observado. Todo estaba sucediendo al mismo tiempo en diversos espacios y nos obligaba atravesar la sala de una punta a otra anulando la seguridad de la expectación, la lejanía implícita que implica la expectación, no éramos espectadorxs de una situación, la situación estaba entre nosotrxs, la situación éramos nosotrxs.

El acomodo

La criatura se fue desmembrando hasta quedar un cuerpo humano en una esquina, aferrado a sí, temblequeante, que como pudo abrió la puerta del fondo y se fue. Mientras, lxs encapuchadxs, montadxs a la escalera sostenían los focos de luz alumbrando desde arriba los espacios detonados, los restos de los restos y a nosotrxs que mareadxs y agitadxs no sabíamos qué hacer ¿se aplaude? Aplaudimos. Salimos con ciertas sonrisas tensas a un museo de luz pálida repleto de personas en situación turística, mirando cuadros con la seguridad que garantiza el arte, el museo. Al salir y caminar unas cuadras me fui reduciendo a mí mismo: dónde quedé, cómo camino, a dónde voy, qué distancia hubo de ese adentro a este afuera. 

La nave endeudada quiebra la observación pasiva retiniana con que acostumbramos a ver el arte sea este escénico (la delimitación escenario-público), pictórico (el cuadro manso colgado), impreso (la calma del libro y el cuerpo en reposo) o audiovisual (la escucha, el ver una proyección desde la lejanía de nuestras computadoras o el cine). La perfo además de activar un recuerdo físico y fantasmal, de forma física y fantasmal, que tenemos muchxs también nos hace emerger algunas preguntas. Si no nos está funcionando ser artistas comprometidxs que refritan estrategias pre-aprendidas del arte, jugando al ejercicio de dar vuelta conceptos, alimentándose del esquema artista/espectadorx, ¿cómo quebramos tal esquema para comprometer a lxs espectadorxs? Por el 2001 Spregelburg escribía “… el pacto representativo se ha roto. Toda representación entraña —a los ojos de los argentinos— una tácita vinculación con el Mal. No tenemos confianza en la representación y sus mecanismos, demandamos cada vez más ver la cosa en sí misma, la presentación de la cosa, y no su mediatización vergonzosamente deformante, estilizada o simbólica.” Pero para transformar la representación hay que también transformar la estructura de consumo representativo, la forma en la cual esa representación se argumenta y dispone de los cuerpos.