SENSUALES – (crónica de una inauguración en UV)

por Luis Garay

Julián Sorter tiene una percepción muy generosa del momento, de lo que se produce, de las personas y sus procesos, está atento a lo que pasa, observándolo con placer, está interesado y tiene muchas opiniones más allá del holu; me gusta mucho charlar con él. Conocí a Julián hace muchos años cuando me ayudaba a observar desde afuera una obra que hice, se llamaba Actividad Mental. Entonces pienso en ir a UV a saludarlo aunque voy re tarde. Me gusta ser espectador. Voy inclusive después de las inauguraciones cuando no hay nadie porque me gusta caminar y estar sólo, me gusta ver obras, me gusta ver. Hablábamos con Fer Laguna más tarde en el balcón de San Telmo sobre la experiencia religiosa-cristiana a temprana edad. A mí me pasó lo mismo, estudié en un colegio católico de varones. Además de disfrutar la vestimenta de los curas y sus cuerpos que eran bastante potros, esperaba el momento de la misa porque tenía mis rituales. Entregarse a la devoción con devoción. Estoy realmente exhausto porque dormí una hora y trabajé todo el día, pero extrañamente feliz de ver a toda esta gente que es muy afectiva y generosa, conmigo y con los demás. Y así, me voy a deambular. Me gusta casi pisar esta obra, cada gesto parece hecho así nomás, pero calculado. Hay algo vivo, una huella de la relación de la persona que hizo esto, con los materiales y con el tiempo, el tiempo de la construcción. Lo primero que siento es magnetismo, y eso es mucho, no el magnetismo de “me gusta”, es un magnetismo que me pide más y más tiempo. Colgar algo, ofrendar ceniza muerte, suspender. Algo ceremonial que choca con un revés que es ligero y casual, de esos gestos que se hacen en un instante de trance nervioso. Pero aunque estos parecen decididos, son despreocupados. Espacio adentro de espacios. Una mano que se extiende hacia su otra o sobre el vacío de la mano que es el otro. De dónde viene este magnetismo… creo que de esa combinación entre algo que se define, que se condensa en un centro y algo que se desarma y deshace al mismo tiempo. Contiene esos movimientos simultáneos, se aglutina y se rompe, se contrae y dilata, y eso armado-roto es una paradoja visual y energética muy potente. Bajo al sótano, y me quedo mucho tiempo frente a este teatro para luz, en mi cansancio no pienso en el “autor», ni en nada, miro mucho tiempo a través de estos glory holes. La feminidad masculina de esto me atrae, un diminuto teatro-telón-sado con guante y todo. Lo que más me gustó de ir a ver La Terquedad al Teatro Cervantes fue observar la bajada y subida del Telón enorme y majestuoso en el entre-acto, casi que la contracara de esta muestra: la testosterona de un telón de 20 metros de alto que subía y bajaba. Fue un momento increíble que vi en cámara lenta sin sacar los ojos de la caja Italiana mientras todos corrían al baño. Luego recuerdo, “oh, esto es de Valentín”. Con Valentín Demarco nunca hablo mucho, hay muchas personas con las que nunca hablo mucho y tal vez por eso cerré Facebook, para no armarme imágenes de las personas. Mejor encontrarlas o perderlas. Valentín tiene una media sonrisa muy seductora, entre zarpadito y dulce, me encantó ver la obra sin pensar en quién la hizo, y me gustó recordar ese chico al lado de esta obra. Disfruté mucho ese teatro lumínico… y me pregunto ¿qué significa disfrutar una obra, no? Para mí tiene que ver con lo que invade al cuerpo. Hay algo metódicamente tranquilo en este chico que emana una sabiduría, o paz, o tranquilidad, más bien una empatía. Me dan ganas de decirle que para su próxima obra arme y venda artesanías semidesnudo con un jockstripe sobre un terciopelo azul oscuro tirado en el piso. Habría que pensar qué tipo de “artesanías». O tal vez eso que me sorprendió entre el «autor» y su obra se debió al placer que se siente cuando uno aún no conoce a alguien. Un extrañamiento familiar. Con mi ex me pasaba eso, la sensación increíble de que cada vez que lo veía era como la primera vez, esa superficialidad necesaria. Después uno obviamente se cansa, y necesita romper ese respeto para poder acceder a otros lugares, y ahí todo se va al carajo.

Subo a ver lo de Juli. Siempre siento que las obras son (re)presentaciones de las personas que las construyen, espejos bastante fieles. Pero Julián hizo atajo, se fotocopió, literal pero fantásticamente, un 3D en la 4D, entre la construcción de lo hyper real y la fantasía, la duplicación y la manipulación de esa cosa que uno llama “yo”, que es una otra cosa, porque un yo en el espejo no es un “yo». Construir una mitología personal. No a través de la manipulación o transformación de la propia imagen, sino lo contrario: su reproducción “fiel”. Exceso de fidelidad. ¿Cómo procesar tanta sinceridad? El muñecote es infantil y extra amable. Recuerdo a Julián vestido de feto en la fiesta de disfraces, entre abyecto y naive. Muñecote da instrucciones, es servicial, se ofrece, bebote sexo-intelectual, Julián artista fetiche, promesa y gauchito, dispuesto a colaborar con quien sea y cómo sea. Redes de afecto un pepino. Pienso en esas energías, nos pienso como prótesis para formar entre todos superficialidades magnéticas. Pienso que tal vez todo eso es lo que hace que me haya quedado 20 años en Buenos Aires… No recuerdo quien me ofreció un porro, hace mucho tiempo que no me pegaba tan bien un porro, charlo con Eduardo Navarro de no sé qué cosas, miro de refilón un chico sexy y me tomo un taxi al otro lado de la ciudad.

Me llamo Julián, la muestra de Julián Sorter, puede visitarse hasta el mes de Agosto en UV Studios Humboldt 401