Ternura en la obra pública

por Santiago Villanueva

Es la era de las cosas con ojos, de la empatía, del amor por canal directo. Tratamos de sincronizar con los objetos directamente, sobre todo porque solo hay objetos.

Arrastramos la empatía directo al corazón y festejamos por un breve lapso de tiempo la posibilidad de ver cosas que calmen o que nos hagan sonreir. Se personifican todos los objetos como en las películas de Pixar. Si hay una referencia, sigue siendo solo una y es el Centro Cultural Rojas, que no vivimos pero seguimos imaginando. Cuando estamos en una inauguración no hablamos de política, pero después salimos enfurecidos a la calle. En la calle las cosas no tienen ojos y vamos de ahí directo al Instagram que las provee eternamente. 

Si este es un panorama apresurado de una figuración traviesa, el último trabajo de Federico Cantini en Fundación Andreani tenemos que verlo desde el reverso. 

La ternura es la ternura de la obra pública, sucia y eterna, conectada más con esos noventa de Jorge Macchi o Gabriel Orozco, los de un neoconceptualismo callejero, que con los brillos y diversiones de los noventa del Rojas: que aunque los estudiamos como antípodas, hoy los vemos más próximos que nunca. 

En Yo adivino el parpadeo, título del proyecto de Cantini, dos artefactos de alumbrado público rodean el espacio de la sala para encontrarse y coincidir. Se amoldan a los pocos metros que tienen rompiendo sus bases con violencia pero simetría. La personificación en el trabajo de Cantini aparece primero en forzar el cuerpo del artefacto a un cuerpo humano: se quiebran las piernas y se encuentran las bocas, para entrar en el genero que mas figuritas tiene en la historia del arte: el beso (que acá es el beso de la obra pública).

Un punto de contacto para este último proyecto de Cantini es Ternura radical, una muestra del artista colombiano Iván Argote en el Malba a fines del año pasado. En el sótano del museo, Argote montó un amplio abanico de posibilidades para pensar lo público como una utopía que titilaba entre la ingenuidad y el deseo de un espacio diferente. La plaza del chafleo era el video desde el cual se asentaba la muestra: una plaza sin un fin en particular (“chaflear” es un verbo inventado por el mismo artista, sin un significado en particular), que define su función respondiendo a lo que allí ocurre o necesita. Tanto a Cantini como a Argote la sala de exposiciones les da la posibilidad de “poetizar” lo que solo se piensa en términos de necesidad y presupuesto; la sala es la plaza pública de las posibilidades para las obras, en la calle hay otras necesidades o urgencias. Pero no deja de sugerir proyecciones para esta idea: sobre la pared de la entrada pequeños dibujos ilustran lo que podía ser una idea anterior o posterior donde la escena tiene lugar en la calle.

Ya aparecía la obra pública como espacio de lo sensible, y no de lo corrupto, en otros proyectos, como el gran puente que expuso en la galería UV en 2016, donde quebrado a la mitad la estructura que une la ciudad de Rosario con Victoria pasaba a tener una gran mano que recibía un goteo permanente- lágrima. Cantini introduce un espacio público donde a través del animismo, hay más confianza en los metales que en la personas, la ciudad siempre está vacía, siempre es de noche, tarde, y las cosas pasan porque no hay nadie alrededor. 

 

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