Basura entre comillas: Sinceramente y el kitsch como vida eterna
Los otros días le escribí a una amiga que milita en el peronismo para preguntarle qué pensaba sobre el revuelo provocado por el hecho de que la tapa de Sinceramente fuera producto de un ejercicio conceptual de intertextualidad, sampleo, “cita fiel” o como quieran decirle. Esta amiga, además de ser muy inteligente, se identifica como una odiadora del universo de consumos liberales que entendemos son el arte actual y su aparato, así que buscándola a ella supongo que estaba queriendo reafirmar la capacidad del arte para provocar algún tipo de daño.
Para aquellxs que no lo saben, la portada del fenómeno editorial de la década (que fue además, durante un breve tiempo, el fenómeno político del año, al menos hasta que se anunció la candidatura de Alberto Fernández a la presidencia) es obra de Agustín Ceretti, encargado también de darle cohesión visual a ese universo de perpetua primavera del perineo llamado UV Estudios.
Algún pícaro redactor de multimedios asoció, a pocos días del lanzamiento, el elemento caligráfico presente en la tapa del libro de CFK con un disco grabado y editado a principios de los 60 en México. De inmediato las notas que indexaban memes producto del supuesto plagio se posicionaron como las más leídas en La Nación y Perfil, por encima incluso de aquellos reportes que señalaban que el dólar estaba pasando a valer 47 pesos.
Más allá de haber acompañado con su diseño un nuevo grial de doctrina y un éxito de ventas, me interesaba saber si el ángulo desde el cual Ceretti encaró el trabajo podía ser interpretado como un sabotaje involuntario contra Cristina Fernández en pleno año de definiciones electorales. Digo, de golpe el inocente adverbio escrito a mano alzada servía como excusa para perpetuar esa continuidad acusatoria que se da contra el kirchnerismo en términos de eterna malversación: económica, espiritual, gráfica y todo lo demás. No es que el oficialismo mediático necesite verdaderos argumentos para atacarnos a nosotrxs, que somos sus enemigxs, pero esta vez, y gracias al arte, se puede plantear un escenario más ligero destinado a la observación y a la posibilidad de ensayar quizás algún tipo de réplica.
En este sentido hay dos cosas que sería interesante pensar: una tiene que ver con la eclosión definitiva del kitsch como fuerza transtemporal a partir de Internet y la otra con el contacto entre arte y estética de Estado hacia el final del macrismo.
El ojo marica
Para aquel redactor fue muy sencillo hacer una búsqueda inversa de imágenes o encomillar “sinceramente” en Google para encontrarse con la tapa del disco de Costa. Es un procedimiento estandarizado en los portales de noticias a esta altura, literalmente lo primero que hacés para encontrarle mugre a alguien. Pero también, supongo, googlear es lo primero que hace la mayor parte de lxs diseñadorxs-artistas a la hora de empezar a darle forma a una imagen. En este caso es curioso cómo a través del procedimiento se enciman las razones productivas: lxs operadorxs políticxs de bajo rango y lxs diseñadorxs-artistas que trabajan desde el kitsch buscan ambos algún tipo de basura en internet para encomillarla y reconvertirla en capital político.
No tengo la confirmación testimonial de que Ceretti se haya inspirado en el disco de César Costa, ni tampoco de que haya usado Google Images como punto de partida para encarar su trabajo, pero tampoco tengo motivos reales para dudar de eso. ¿Entonces qué separa puntualmente a un artista como Ceretti de un redactor de Perfil, si frente a la computadora hacen más o menos lo mismo? ¿Alcanza con decir que uno se dedica a subvertir las expectativas de la sociedad implementando recursos conceptuales de punta y bla bla bla bla?
Habría que decir que Ceretti, como cerebro kitsch, trabaja para multiplicar lo prohibido por nuestro sentido común progresista, mientras que los medios lo multiplican en tanto sentido común conservador.
Al igual que la de otros varios artistas de su generación, su aproximación a la intertextualidad es tanto un derivado del meta-kitsch sesentero de Dalila Puzzovio o Allen Jones (el redescubrimiento de lo prohibido por la moral modernista) como del consumo orgánico de la basura que flota en Internet. Gracias a trabajos como el suyo podemos hablar del kitsch como una sensibilidad en expansión constante, alejada ya definitivamente de la nostalgia y de las dimensiones restrictivas del pasado y la tradición. El kitsch ahora es el proceso inagotable donde se mezclan modernidad y tradición, progresismo y protervia; por eso Ceretti está un paso adelante del redactor de Perfil, porque puede entrelazar ambos sentidos comunes.
El kitsch hoy se articula a partir de Internet en visiones complejas que mezclan lo políticamente indeseable para la imaginación progresista (la frivolidad neoliberal, el pop, la ironía, Raúl Flores) con lo políticamente deseable (la militancia marica, el surrealismo pictórico, Deleuze, Cristina Fernández). Así, el kitsch es nada más y nada menos que un reflejo curado de la reconfiguración atomizante y deforme que la cultura de masas del siglo XX sufrió a partir de Internet. Gracias a Internet, lo prohibido y lo cursi se replican sin fin, se funden con lo deseable y es el ojo marica el que lo organiza todo.
Por eso la tapa de Sinceramente es una obra kitsch al igual que Años Luz de Manuel Abramovich (una meditación sobre la figura de Lucrecia Martel en clave aspiracional, con un foco insistente en los característicos anteojos que adornan la cara de la directora y “El Cardenal” de Violeta Rivas musicalizando los créditos finales). Es una obra kitsch al igual que la portada del falso disco de Valentín Demarco, otro recuento de emociones con un adverbio por título. Va de la mano con el kitsch en tiempo presente (millenial, informático) de Alfredo Dufour y con las óperas-rock podológicas de Emilio Bianchic. Incluso la banda Miranda! -que para muchxs de mi generación fue un primer educador en términos conceptuales vinculados a la intertextualidad (se llama Miranda por Osvaldo, un ente demasiado lejano para cualquiera que haya nacido en la posdictadura)- podría ser entendida como una unidad integrante de este mismo universo.
Ahora bien ¿deja expuesta políticamente a CFK el ir, desde la tapa kitsch de su libro, en contra del sentido común?
Ingenuidad antropofágica
La lógica macrista con relación al arte se dirime casi exclusivamente en el terreno del coleccionismo, no hace falta dedicarle mucho tiempo a ese análisis. Los funcionarios compran, pagan en cuotas infinitas y muestran en las revistas; los coleccionistas macristas no-funcionarios también pagan en cuotas pero no salen en revistas, así que hacen cenas donde el kitsch aparece con fuerza en forma de pintadas agraviantes y anti-cheto con lápiz de labio sobre el espejo de un baño, convertido así en lo deseable. Las Bellas Artes del macrismo son sentidos coleccionados incapaces de reformularse jamás, por eso el MNBA tuvo los 4 años más opacos de los que haya recuerdo y por eso el museo larretista de arte moderno tiene empleados kirchneristas y aborteros, porque son los únicos que pueden ponerlo en movimiento.
UV y su kitsch dialogaron con el macrismo desde un lugar, como se dijo, ambiguo, de licuefacción. Pero no se consolidaron desde aquella lógica macrista de aproximación al arte -que es una lógica estática y no puede dinamizarse: es puro sentido común- sino que más bien lo hicieron desde una especie de retórica escapista. La frivolidad, el consumo irónico, la pérdida de contacto con la realidad material y política expresada en la discursividad ingenua de UV se acercan demasiado al registro que emplean las comunicaciones oficiales del macrismo. Pensemos por ejemplo en las encuestas vía twitter que hace la Secretaría de Cultura de la Nación:
Estos tiernos interrogantes podrían ser perfectamente el texto de sala de una muestra cualquiera de la casa-disco-galería de Villa Crespo. En este sentido se produce un pliegue sobre la retórica de estado, porque el kitsch de UV consume la expresión política contemporánea tal cual es (lo indeseable macrista) y la mezcla con lo político-deseable (en forma de una fiesta con md donde podés conocer a alguien, besarlx, hablar mal del gobierno y quedar para ir a una marcha la semana que viene, o para hacer una obra en conjunto, o para armar un trío).
Como el kitsch, el peronismo también resignifica políticamente la cosas con una existencia o un sentido social previo (a veces deseable, a veces indeseable) y las mezcla. No solo eso, sino que también se reinterpreta a sí mismo en esa clave, como si fuera un estilo arquitectónico pasado de moda que encuentra una manera de volver depurado y útil al presente. El kitsch y el peronismo le dan una vida eterna a las cosas, curiosean con una ingenuidad antropofágica que la tradición liberal conservadora no tiene y por eso se exponen políticamente. Esa es su naturaleza: la exposición.
Por eso desde este momento y gracias al diseño que Ceretti hizo para Sinceramente, el kitsch intertextual y puto pasa a ser también una posibilidad estética de la política que vendrá. Basta medir las reacciones oficialistas (que hablan, como siempre, de choreo cristinista) o las opositoras (quienes encuentran en la tapa un arma de autonomía estética diseñada para devolver un ataque político: cuaderno Rivadavia contra los cuadernos Gloria) para entender que el adverbio escrito a mano sobre fondo azul francia, como cualquier obra que se precie, afecta el sentido común.
El factor evento de la reaparición de Cristina Fernández en forma de libro desintegró en pocos días cualquier crítica reaccionaria sobre el origen de su portada. Supongo que un militante diría que el peronismo, como el kitsch contemporáneo, tiene que ir siempre contra el sentido común para unificar visiones contradictorias. Me limito a suponerlo porque mi amiga militante me respondió el mail, muy cortésmente, diciéndome que no tenía tiempo para hablar de estas cosas.