Generación Iron

por Magdalena Petroni

Ayer antes de acostarme volví a mirar Pumping Iron II: The women. Soñé con ellas, esas fisicoculturistas hermosas, exhibiendo sus cuerpos con orgullo, porque saben que son de otra realidad. Me desperté pensando en todos los prejuicios morales y estéticos que tenemos sobre la alteridad. ¿Qué es hablar de alteridad hoy sin hablar de las más deformes otredades? De esa forma alterada es muchas cosas pero definitivamente incluye lo deforme, no solo lo negro o lo marrón.

Sandro se autoconstruyó gitano, latino y guarango cuando nadie hablaba de apropiación cultural. Él era la sexualidad, el hombre lobo, el monstruo insaciable por los placeres de la carne. Una criatura que se movía entre lo más profundo de la cultura popular hasta los más altos niveles de la sociedad. Él supo hacer su transición hacia un nuevo ser obligándonos a repensarnos, enfrentándonos a nuevas formas de vida. Eso fue lo que tanto repugno a los puristas que les encanta condenar a las que no nos importa la herencia, la biología o la geografía y vamos en búsqueda de un nuevo género o de nuevas identidades donde podamos sentirnos plenas. Sin tener que conformarnos con lo que se nos asignó, como si realmente fuera posible que alguien o algo nos asigne un cuerpo, una identidad o un rol que tengamos que cumplir como mandato. 

El arte de transformarse va más allá de las reglas sociales totalmente obsoletas, no porque las ignoremos, sino porque no nos interesan. Sabemos que la experiencia extática apunta hacia ser otro, o hacia fuera de nosotros. Esto implica entendernos como un proceso abierto, aunque por momentos parezca monstruoso o deforme. Sería hermoso que todos nos abandonaramos al horror e ir contra aquellos que quieren detener el tiempo sosteniendo normas, dejando la melancolía y el malestar para construir nuevas utopías. 

Biohakiarnos, modificandonos para terminar de extinguir esta humanidad, y todas las reglas implícitas que alimentan los racismos que encarnan estas formas de vida. Re escribirnos, repensarnos, asumiendo la responsabilidad de ser los autores de nosotros mismos. Tanto miedo da la otredad que solo podemos destruirla, calificarla y adjetivar con palabras como grasa, groncho, berreta, baja cultura. Que importa la música o el arte si no podemos ser libres de la normatividad. 

Transformarnos, transvestirnos y transuhamizarnos son ejercicios que todas deberíamos hacer. Cómo no pensar nuestros cuerpos en relación al bioterrorismo. Frente a este presente aséptico, donde el otro es una amenaza de muerte, abrazar la otredad es cada vez más difícil. Se generan ficciones sobre la amenaza de los cuerpos externos, se cierran fronteras terminando de consolidar la idea de que los migrantes o las que nos consideramos nómadas no solo llevamos pobreza e inseguridad sino también somos agentes enfermos, mortales. Todo lo externo es una amenaza. En este contexto debemos más que nunca pensar estrategias para mutar. Resistiendo las comodidades de adaptarnos a nuevas realidades mediadas por protocolos de seguridad, que nos alejan de todo contacto físico. Esta vez queremos adaptar la realidad a nuestros cuerpos tunneados, ensayando nuevas formas de utopía en un tiempo en el que la utopía está en decadencia. Porque volver al cuerpo también es una forma de disidencia. Quien no extraña bailar con cuerpos desconocidos que se rozan debajo de los estrobos. 

La generación de Agus, como la mía, son contemporáneas a los géneros de ciencia ficción más infames. No hablo de Volver al Futuro o esas películas retromaniacas, sino del horror corporal o el horror biológico. Esos cuerpos orgánicos viscerales que se transforman y se mutilan con la acelerada tecnología. Me gusta resistir la tentación de ponerle un nombre a estas formas, y permitirme pensarlos simplemente como cosas. Cuerpos que recuperan su soberanía y funcionan como superficies de placer, permitiendo que ese placer los mute y los deforme. Ese placer tan intenso que es capaz de perforar la carne y mutilar los órganos que ya no tienen sentido. Seamos el sexo aberrante o la sexualidad degenerada, sin limites para el biohorror, ensayando todo tipo de otredades. Reconfiguremos los límites de lo real pensando nuevas formas posibles de existencia, como estrategias de supervivencia en este aterrador presente. 

En la lógica del rígido pensamiento categórico binario entendemos que lo que no tiene función es disfuncional, pero creo que lo que no tiene función es libre. Como los dibujos de Agus, que sin sentidos operan como bocetos, como si estuviera autodiseñandose, pensando estrategias para habitar el placer. Diseñando un cuerpo híbrido entre lo que conocíamos como un cuerpo humano siendo penetrado por partes no humanas, maquínicas, orgánicas. Ahora sin género, sin color y sin identidad conocida. Hierro, huesos, carne y sexo. Porque para disidir tenemos que transformarnos, como dice el Nicki Brand, el personaje de Debbie Harry en Videodrome

Les has hecho daño pero no los has destruido. La muerte no es el final. Tu cuerpo ha sufrido muchos cambios, pero sólo es el principio, el principio de la nueva carne. Tienes que llegar hasta el final. Transformación total. ¿Crees que estás preparado? Para convertirte en carne nueva primero tienes que matar la vieja. No temas. No temas dejar tu cuerpo morir.

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