¿Qué pasa después de la muerte?
Por Leo Estol (enviado especial a Rosario)
¿Qué pasa después de la muerte? Una pregunta infantil que aún en la madurez conserva esa pátina resbalosa; quiero decir: nadie sabe, nadie de este lado puede hacer demasiadas conjeturas al respecto. Quizás por eso buscamos otro lenguaje más allá de las palabras que nos ayude a vislumbrar o tan solo a mover –como mueve el viento los árboles– el interrogante primero. ¿Acaso será eso lo que atrae mis pasos al Museo Castagnino de Rosario?.
Por más que sé que llego temprano dado que el museo abrirá después, más tarde, ya estoy aquí mirando el celular y mandando un mensaje. Fue algún tiempo atrás por intermedio de este mismo aparato del demonio que me enteré de la temprana partida de Gilda Di Crosta, poeta y compañera de Daniel García. Unos años después, leo el post de agradecimiento de Daniel luego de que la inauguración de su muestra fuera colmada por la presencia de amigos, parecido a esa expresión “un baño de pueblo” o quizás un funeral alegre, imagino y se hacen las 12 así que ahora sí me dispongo a ver, a entrar en esta muestra que tiene algo para mi.
En principio es muy ligera como tonteando, cuadros sin una vocación clara: la cabeza de un alce y sus cuernos pintados con ánimo pop; luego un jarrón y la poeta aparece. Los cuadros están rayados con crayones como siguiendo la pulsión de los niños por crear, por marcar el entorno de su temprana vitalidad. La “película” se va volviendo más densa y mi sensibilidad se aferra porque para eso vine. Retratos de Gilda haciendo una contorsión con las tetas que caen como gotas por acción de la gravedad, otra pintura sobre Gilda parece la foto de un portarretrato y en la pared de enfrente personajes nos acompañan con cierto misterio y denotan el ingreso en otra dimensión o quizás una zona del museo que se rige por normas herméticas en donde el cuerpo ya está extrañado, guiños de humor en forma de un disfraz calavérico con la mirada de ella espiándonos, más adelante la muerte se narra de forma grotesca en la falta del control de esfínter y dejemos de ser tan explícitos para no anticipar la experiencia. Sobre todo la última sala.
La última puerta, esos movimientos dignos de Lars von Trier, la iluminación teatral para ese cuerpo en fuga que es el cuerpo del ser amado. Quizás el único cuerpo que pueda ser narrado desde afuera y sentido desde adentro. Y esa sugestión es potente porque delata mucho de lo que nos hace humanos. Por ejemplo la empatía pero también la capacidad de distanciarse, de volver al otro un algo distante, de extrañarla en lo emotivo y de volver ajeno ese cuerpo otrora símbolo del amor. El tono con el que lo digo es frío pero la investigación es caliente; por eso la multitud se acerca y abraza una vez más al artista en este funeral que no es del todo triste. Porque es una danza conocida por todos y a la vez, por nadie. Por eso la multitud se acerca y mira las obras con aturdimiento. Es el momento más triste en la vida y es la consagración. Las energías de la vida se revuelven, los bastidores sostienen las telas tersas, el aire de la sala entra en los pulmones y vuelve a salir.
Gilda eterna en los libros y en el arte.