Por un mundo lleno de deseos personales
por Liv Schulman
ilustración Constanza Giuliani
En la película sobre la vida de Steve Jobs un Aston Kutchner desproporcionado camina encorvado por los luminosos pasillos de Apple y se dedica a entrevistar a los Apple Colaboradores. Les pregunta: ¿por qué estás en este trabajo? Los diseñadores industriales emocionados responden que por fidelidad y devoción a uno de los más grandes genios de la historia, el mismo. Nadie supo generar un objeto tan cercano y funcional al cuerpo como una Mac. Nadie supo inventar un estado que nos haga sentir tan modernos e integrados, tan intuitivos y seguros como cuando usamos Mac. A ninguno de los diseñadores se le ocurre confesar que están en ese negocio por el dinero. Nadie lo hace por plata, pero sí todos lo hacen por amor.
Una de las contradicciones comunes en el lenguaje del neoliberalismo y del arte es la premisa: “no es personal”. Esto es seguido por la imposición de jurarle fidelidad al trabajo de uno como si fuera su vida, y esto seguido por la obligación de no irrumpir en un ataque de llanto ante el rechazo o el despido. Esto es seguido por la aceptación a ultranza de la empresa y la cultura que más tarde y al envejecer nos traicionará. Pero si no es personal, una se pregunta entonces por qué pasa catorce horas de su día ahí adentro.
En el consenso occidental del discurso sobre arte es lo mismo: no es personal. En la escuela de arte cunde el: no es personal. Por ende aceptar la tendencia, hacer networking, volverse una artista profesional implica no ser una artista personal. Esto se explica en la escuela de arte: Si es personal es que es autobiográfico, si es autobiográfico es que es patológico, si es patológico es que es terapia. Si es terapia es que es antiestético e innecesario, nadie lo quiere ver, no le sirve a nadie, no transforma la vida de nadie la muerte de tus mascotas, tu infelicidad, tu esfera privada de sentimientos, de nuevo: a ningún nivel es personal. Después cuando el jurado ridiculiza tu visión del arte, tu patética (y es verdad que es patética) exposición de desnudez y mala practica artística, tu falta de visión materia y tu feminoide sensibilidad te dicen: igual no es personal. Yo era del gusto occidentalizante-tendencia. Yo hacia transcurrir el arte en la frontera de la repetición de lo que no es personal pero de los temas universales. Sólo que después me di cuenta de que los temas que yo creía universales eran en realidad vaga teoría francesa, no hay temas universales, la universalidad no existe. Solo es discurso hegemónico. Pero así la vida era aburrida y deprimente, nada tenia jugo, no había verdadera tensión.
Yo ahora digo: por donde mire yo solo veo cosas personales. Todo es personal. Seamos patéticos, es una manera de ser prácticos, lo ideal es la mezcla inteligente, no la tendencia educativa.
Es más, no creo que haya buenos artistas que no sean personales, sino nada le aportaría al minimalismo cuya subjetividad masculinizante cambió para siempre Felix Gonzalez Torres, nada hablaría de la relación entre sexualidad e infancia como hizo la obra de Robert Gober, de nada servirían los muebles de la abuela de Dahn Vo. Nan Goldin no existiría y Fernanda Laguna tampoco. ¡Hasta los minimalistas eran personales! Aunque veamos superficies cromadas y materiales del futuro de los años sesenta, estas personas no nos estaban mostrando mas que la creencia de la aceptación de la masculinidad normada como universal. La forma pura, el legado de la industria, la patria del zen asexuado. La poesía del metal, el concreto y la arquitectura no eran temas universales, eran solo unos tipos midiendose los cuerpos como esculturas.
La vida y el arte son personales, no son otra cosa que personales, y no son sino relaciones entre personas, flujos de deseo e ideas compartidas.
El arte transforma la vida, no es bueno ni malo. Es muchas cosas más.