Los efectos

Por Flor Cugat

Dibujo por Lino Divas

La muestra del artista Guido Contrafatti fue la última realizada en Moria, en la sede del barrio de Villa Crespo. Según Lucía Evangelista, directora, curadora y galerista, fue una muestra espontánea, una propuesta que le hizo al artista a finales del 2023, lo que lo obligó a producir todas obras inéditas durante aquel verano de cambio de gestión política. Así, en los primeros meses del 2024, Guido fue planteando una muestra para acompañar y celebrar el fin de ciclo de aquel espacio que funcionó, por más de tres años, sobre la calle Thames.

Durante los meses de diciembre, enero y febrero, el artista pensó en aquella exposición como en un laboratorio. Tenía poco tiempo y un estado de las cosas diferente o, al menos, inédito: los primeros días del gobierno de Javier Milei se presentaban desconcertantes, disparatados y con un pesado manto de angustia y miedo sobre el lado progre-humanista de la sociedad. En aquellos días, que conformaron la antesala del nuevo clima social, político y económico, surgieron una serie de imágenes con intenciones efectistas, que encarnaron un objetivo particular: el de exponer un estado de ánimo social, muy personal y a la vez, colectivo. Cierto dar cuenta de, proponer una atmósfera, un clima de época, una instalación. Y a la vez, ubicarse en un lugar, poner un alfiler en el mapa de lo colectivo, auto-asumirse de un modo determinado, establecer un rol. 

La muestra contó con obras de técnicas variadas; dibujo, pintura y escultura, de límites borrosos, de pequeño y gran formato, emplazadas en las dos salas de la galería. La variedad en el modo de producción y del uso de que cada materialidad podían hacer pensar que era una muestra colectiva, si de antemano no se sabía que se trataba de una puesta en escena de un único artista, Guido Orlando Contrafatti, quien en sus redes se hace llamar El Falsificador.¹

En la primera sala de la galería habitaban tres producciones visuales disímiles entre sí. Una pintura instalativa, que reposaba en una esquina, realizada con aerógrafo sobre durlock y aluminio. El material se plegaba sobre sí, del techo al piso, desprendiéndose en trozos. La imagen: una noche estrellada, rota. El resto de las obras sucumbían bajo el mismo tono, un mal que acecha, algo que rompe, se lo ataca o muere. Un dibujo en pequeño formato realizado en una línea limpia y perfecta, sobre papal crema, en el cual  un perro de gran tamaño, agoniza al ser atacado y devorado por pequeñas criaturas. Otra pintura de gran formato, como en una maxi ventana de cómic, en la cual se esboza una escena trazada por líneas gruesas, de borde difuso y alto contraste, de esas que facilita el aerógrafo. Varios fotógrafos apuntan al espectador con sus cámaras, luces y flashes, mientras un personaje se escabulle entre entre ellos y nos apunta directamente con un arma. El efecto de esta imagen estaba tan bien logrado que, podias no ver lo que estaba pasando, salir de la muestra y no registrar nunca el arma apuntandote, ni al reconocer al perfecto francotirador. 

Luego, en la siguiente sala, una de las obras consistía en la apropiación de “Sin pan y sin trabajo” (1894) de Ernesto de la Cárcova. Realizada en gran formato y pintada con una pincelada ondulada y brumosa, de gesto redondeado y atmosférico al estilo de Munch. En las veladuras se podían divisar unos rostros fantasmales, una cara al lado de otra,  como en una manifestación. Un efecto que en el lenguaje audiovisual es utilizado para dar cuenta del mundo de los sueños, las pesadillas y los recuerdos. Guido Contraffatti, a esta obra le agrega un punto rojo vivo, como de láser, sobre la frente del personaje masculino de Del la Cárcova. Y aquí se suceden dos acciones al mismo tiempo, mientras él corre la cortina para mirar por la ventana, es al mismo tiempo apuntado con un arma que ingresa por la misma. 

A esta obra la acompañaba una pieza amurada a la pared: un cajón del que brotan globos intervenidos con aerógrafo, que en ellos dibujan/pintan caras aterradas de hastío, miedo y terror. 

Quizás, el denominador de esas obras haya sido el uso del aerógrafo, aunque sorprende cómo fue utilizado, de formas tan disímiles, desde el esbozo de un dibujo, al hiperrealismo pictórico, hasta la representación de una noche estrellada. También, cabe destacar que el tono general de la muestra es ante todo alegórico, se puede arriesgar que incluso contiene rastros de la cultura memética. 

O sea, digamos. 

Esta muestra se tituló “un gusto el averno conocido”, en referencia directa a la frase amable que una persona puede decirle a otra “un gusto habernos conocido”. Ese habernos, es acá averno: un lugar de castigo eterno, un abismo, un infierno profundo. 

Al salir de las dos salas y sobre la escalera te despedía una pintura de formato medio llamada “Los Puttis”. Esta obra se diferenciaba de las demás por el tema, el nivel de impacto y violencia parecía reducido, quizás por esta razón se encontraba fuera de las dos salas. La obra muestra cómo sobre la barra de un bar o boliche, dos personas con rasgos indistinguibles y difusos reposan pensativos. Parecen sí, ser un chico y una chica. Comparten la postura, el rostro desdibujado y un gesto sórdido, melancólico, triste. 

Esta obra tiene como referencia a los angelitos de la Madonna Sixtina de Rafael, como en juego memético, kitsch y camp. La chica lleva puesta una camisa, como quien sale de una oficina; y el chico una clásica campera de cuero rocket, como la que usó Marlon Brando en el filme “Rebelde sin causa”, prenda que se volvió ícono de la contracultura, primero del rock y luego, del punk de la mano de Los Ramones. Estos personajes estan pintados en un sórdido blanco, negro, y gris, a contraluz de la fiesta. Sus rostros aparecen desdibujados, zombies, como en una referencia al surrealismo tenebroso de Mariette Lydis o incluso al espesor desfigurado de los rasgos faciales de las pinturas de Edvard Munch. En contraposición a la mirada contemplativa de los ángeles de Rafael, ambos tienen la mirada disociada, casi perdida, en un gesto de preocupación y desgano, en una total pérdida de fé. Sus copas están vacías como un signo de austeridad y anhelo. Ya no se encuentran las nubes celestiales en colores pasteles de Rafael, el fondo es en esta pintura un mezcla brumosa del espesor del humo de máquina y de cigarrillos, con rastros de luces de boliche, en altas horas de la noche. Los destellos en forma de estrellas simulan los efectos que permite el aerógrafo, técnica pictórica muy utilizada en los 70s por el pop art, pero que acá recuerda a los años 90,  a los paisajes populares pintados por artesanos y artistas callejeros, ofrecidos en calle Florida o en las peatonales de las ciudades balnearias de la costa argentina. La escena recuerda de forma casi inmediata a las situaciones nocturnas, de bares y cafés, clásicas en todas las películas del director finlandés Aki Kaurismaki.  Allí es donde los estados de ánimo  de sus personajes más se manifiestan, melancólicos, tristes e introspectivos. Sin salida, sin futuro y sin esperanza, mientras de fondo suena un blues  o un tango; en clave directa al estado emocional de los personajes.

Algo en “Los puttis” de Guido Contrafatti, responde quizás, al sentimiento o al rol del arte o la contracultura en estos primeros meses del 2024, en el que lejos de un estado de resistencia, hay una actitud de derrota profundamente melancólica. No podemos con lo nuevo o como canta la banda de letras apocalípticas de la ciudad de La Plata, nuestro estado de ánimo definitivo quizás sea  “La depresión sin épica”. 

¹Guido Contrafatti estudió la carrera de Dirección de Arte en la ENERC y en la actualidad trabaja como utilero en equipos de arte y en distintas producciones cinematográficas.