La mutual del misterio

por Juan Laxagueborde

Este ensayo parte de otro que escribió Marcela Sinclair y pueden leer acá. Quizá leerlo antes ayude en parte a comprender mejor lo que quiero decir. Sería difícil reponer lo dicho por ella. Es mucho mejor leerla a ella que leer mis glosas sobre sus hipótesis. Escribo desde lo que dijo Marcela y propongo un ejemplo.

Me parece que el arte chico estaría, entre otras cosas, para disimular que existe la realidad en el momento en que crea una nueva. No se trata de su autonomía, sino de su capacidad de proponer mucho con poco. Son obras que dan ganas de algo y las ganas son una sensibilidad donde vivir. También podría decir que no se trata solo de decir “arte chico”. Otra manera de plantearlo sería: existe lo chico en el arte. Esto tiene, como bien dice Marcela, una tradición, un linaje y un montón de referencias distintas, arbitrarias según cada quien. El arte chico tiene antecedentes pero intentamos que ese pasado no impida pensar.

El arte chico no se brinda solamente a la estabilización de los tamaños. Se relaciona con la escala económica, espacial, espectacular y colectiva. Muy de acuerdo con lo que dice Marcela, vería al arte chico en trance con estas cualidades: precariedad, formas domésticas, mersas o artesanales, rescates de artistas perdidos en la historia cosificada por el tiempo, cierta indiferencia con respecto a paredes o salones donde disponer las obras, insistencia en el pequeño o mediano formato y así siguiendo. Supongo que no es lo mejor pensar la ubicación espacial del arte chico, porque es más una predisposición que una estabilidad. Digamos que puede haber rasgos de arte chico en momentos bien diversos, aunque tendientes a habilitar otro lugar para lo artístico. Creo que conversamos sobre esto para urdir la imaginación en lo que extrañamos, en lo que siempre falta, en lo que está por verse. Se conversa para que venga el perfume, que está cruzado por la tradición de lo que vimos y vivimos como regocijo o drama, y las ganas de honrar esa deuda.

No necesariamente las obras, o las relaciones sociales que las obras y les artistas y las instituciones fomentan, tengan como fin disputar la centralidad del mercado o de lo masivo. Una Sociedad de Fomento, una Mutual o un club barrial, por ejemplo, no disputan a escala central. No disputan nada de hecho, están fundadas en la convergencia de personas, que viven cerca y hacen cosas en un edificio determinado, con miras a la solidaridad y la comunión vital. En la historia del anarquismo a eso se le llamó y se le llama Grupo de Afinidad, son organizaciones de pocos miembros a los fines de algo particular sin demasiada voluntad de llegar a ningún lado. Se reúnen porque confían, miran parecido lo que hay. De alguna manera se juntan porque sí. Como si dijéramos que algunes se pasan la vida tratando de llegar a no se sabe dónde y otres tratando de estar juntes. En el primer grupo hay una voluntad fortalecida por la idea de que la alegría está más allá, posterior al sacrificio y al desarrollo. Para el segundo grupo la cosa es más simple, escasa y manejable: el día a día, la permanencia en ciertos lazos reconocibles, el manejo de una sentimentalidad regularizada por la confianza, sin paranoia ni competencia ni lucha. Si eso llega a más gente, si alguien se entera de ello, si hay contactos inesperados, mejor. Pero no es lo más importante.

No necesariamente la escritura sobre arte diga lo suyo en torno a obras que tienen algo de narrativo, infantil o maravilloso. Lo que pasa es que cuando una obra nos gusta, o nos muestra el espacio poco visitado de lenguajes que intervienen en lo que éramos, para volvernos atípicos en la forma de pensar y ser, al menos por un rato, su estatuto tiene poco nombre y lo que antes era preocupación de espectador se convierte en la tentación del encantado. Esto no tiene nada que ver con qué título universitario tiene –si tiene- la persona que mira y luego escribe, ni cuál cree que es su función en el mundo, ni si es especialista en algo. ¿Acaso no están las obras de arte, incluidas ahí adentro todos los géneros, para hacernos cualquier cosa? Poco importa de dónde se viene cuando se dice algo, lo que importa es a dónde se va después de atravesar los objetos artísticos. Por suerte, siempre hay muchas más obras de arte que textos sobre ellas.

No creo que haya que, necesariamente, encontrar un término superador de una dicotomía que es en sí misma efectiva y artificial, y que, como toda dicotomía es provisoria, sirve para luego ser desechada. Me interesaría parar un poco la búsqueda de una tercera posición, de una fusión de términos que hagan progresar el problema y bajar la espuma, pensando todavía desde lo chico como rasgo de un montón de cuestiones que pueden encerrar a la vez simplicidad, intensidad, misterio, ternura, extrañeza, estupidez, hermosura, facilidad, austeridad, detalle, pericia, formalismo, arbitrariedad, prudencia, cercanía y delirio. Todas palabras que yo relacionaría con el arte chico.

El arte chico es una manera de hacer. Pero es también una manera de mirar, personal, digamos literaria, digamos ensayística, algunas obras. Son muches les artistas actuales que me impulsan al entusiasmo por lo chico como lo que hace acordar a una promesa estética sin fundamentos más importantes que hacer lo que se quiera con lo que se pueda. Cuando me refiero a lo chico no pienso ni en una doctrina ni en un protocolo, es más bien una insistencia, un mito. Eso chico puede estar en cuestiones bien distintas. Por ejemplo, las pinturas dibujadas de Carla Grunauer. Para constatar la parte chica de sus obras, no hay más que apersonarse a la Casa de la Provincia de Tucumán sita en la calle Suipacha. Tiene horario de microcentro y se puede ver de lunes a viernes. La curó Belén Romero Gunset y se llama “Carta para un animal que sueña”. Un rasgo entre varios me interesa dejar apuntado: las obras, con su capacidad de discutir el estatuto de pintura y dibujo en el mismo movimiento y poner en el misterio qué pasó con los materiales, están colgadas en medio de un salón donde la gente pasa para hacer trámites y gestiones burocráticas. De más está decir que eso no importa, porque las obras logran que importen ellas. Son las obras las que buscan a la gente. Algo así pasa también en las muestras de Galería Oficina, regenteadas y curadas por Andrés Alvez, dedicadas a sus compañeres de trabajo, convidados cada tanto a ver alguna pintura, dibujo, escultura o instalación de algún artista nobel. Ya habrá oportunidad para seguir hablando de la complejidad hospitalaria de las obras de Grunauer y de los contextos de cuelgue.

Me gustaría dejar dicho algo que creo: cualquier obra es siempre más importante y distintas que lo que decimos sobre ella, sin embargo escribimos y ensayamos sentimientos. Como decía el locutor acriollado Alberto Medina, de Tres Algarrobos, al volver de unos avisos comerciales: “Seguimos continuando”.

 

 

La pintura que acompaña esta nota es una obra de Carla Grunauer

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