Este es el mar
ilustración Nicolás Moguilevsky
“Quiero ser tu esclava sexual”, le dije como muestra de admiración a Mariana Enríquez en la presentación de Éste es el mar cuando me acerqué a saludarla. Lo voy a tener en cuenta, me respondió ella como quien tira «un día de estos» para conformarte.
Desde que me reconozco adicta al celular y, específicamente a FB, leo menos. La nada del scroleo me somete a su esclavitud vacía. Un goce pasivo de torta activa. Cada tanto fantaseo con superar la adicción y volver a mi promedio de uno o dos libros por semana, pero no lo hago hasta que alguno me secuestra. Éste es el mar fue uno de esos. Decir que un libro te cautiva en esta época entre notificación y notificación debería bastar para terminar esta reseña, pero voy a seguir porque tengo una anécdota con el libro y Tinder que me hizo pensar varias cuestiones.
El Enjambre no duerme y está formado por Las Luminosas, personajes casi inmortales, que se alimentan de la devoción de las fans a los músicos de rock y con esta fuerza deseante y femenina los vuelven “Leyenda». La leyenda, por supuesto, es la muerte joven del artista en la cima de la carrera.
Las Luminosas ya volvieron inolvidables a Kurt Cobain, Sid Vicious, John Lennon, Jim Morrison, Jimi Hendrix y Brian Jones. Ahora le toca el turno a James Evans, el cantante de un grupo llamado Fallen. Es Helena la Luminosa que adopta forma humana y deviene asistente de la banda quien se encargará de enfermar a James y de alargar su agonía para espectacularizar su muerte. Sí, Helena se ve tentada afectivamente como es predecible, pero no es un personaje que se rinda ante el amor como tecnología de control.
La apuesta de Mariana Enriquez logra hacernos pensar que personajes reales como Bowie o Jagger al igual que el ficticio James Evans y, nosotros mismos al crear un perfil en una red social, son/somos personajes con una lógica de ficción con objetivos más o menos definidos. Me da ternura cuando la gente que reconoce tener o haber tenido Tinder, termina la frase con «me lo hice para joder». Ese joder no es verdadero. El Tinder es para cojer, y aprovecho para meter la anécdota. Mi adicción al celular y el cansancio por mi tan endogámico grupo de tortas, dio como resultado una cuenta Tinder con mi nombre. Antes de saber cómo funcionaba manejé crueles niveles de ansiedad. Acostumbrada a la inmediatez y al botoneo policía de FB likeaba pensando que del otro lado recibían notificaciones y me frustré por unas horas sin recibir nada. Una chonga me gustó especialmente. Los anteojos grandes y la cara masculina, mi debilidad. Tal vez también la debilidad de la Enríquez por esos personajes que no pueden definirse exactamente dentro del binario heteronormativo, siempre un poco al margen, siempre un poco más allá de ese otro binario: el bien y el mal. No es la primera vez que la Enríquez fascina con esos andróginos sexuados, lo justo para volver loco a cualquier mortal con la indiferencia del deseo por sí mismos. Antes que James, basta recordar a Facundo o a Narval, los darks de Bajar es lo peor o a Matías, el pibe de Cómo desaparecer completamente, personajes olvidados un poco del cuerpo como ángeles, poco alimentados y movidos por tracción a merca.
Las redes sociales son asumidas en este libro como el espacio de circulación de información por antonomasia, pero también me es difícil no relacionar al Enjambre con ese espacio de la supremacía de la imagen que permite la producción del artista, y de todos nosotros, no solo en su carácter público sino también como personaje. Las Luminosas exponen a los rockeros en los medios visuales teniendo en cuenta la mirada del otro, la de las fanáticas específicamente, sobre eso que se muestra de los músicos.
Volviendo al Tinder. Saqué una captura de la chonga y se la mandé a una amiga, después le di like. Fue la primera que me habló: “Hola cómo estas”. Vi el mensaje en un baño. Me desesperé por contestar porque pensé que tal vez te eliminaban si no respondías rápido. “Estoy en el teatro”, dije. El teatro siempre es un buen tema de conversación. El teatro es sexy. Lo más lindo que me dijo fue: “es maravillosa tu ortografía”. “También se conjugar verbos”, respondí. “Sí, es maravillosa tu construcción gramatical”. A los dos días me pasó la dirección de la casa. Las redes sociales y las citas a ciegas están teñidas de un halo de misterio. Estás loca, me dicen algunas amigas, pero yo siempre coji con gente que saqué del mundo virtual y tal vez por casualidad a la gente de mierda la conocí en otros contextos.
El misterio de lo desconocido es seductor. La vida de las estrellas de rock no se conoce porque la distancia entre ellos y nosotros es infinita. Mariana Enríquez nos acorta la distancia a ese mundo frívolo y devastador con una ficción atractiva y magnética. Y a ese otro mundo bien cerca del mar que bien podría ser un cielo de ateos donde hermosos seres femeninos orquestan con su fuerza destructora de tan deseante la vida y, sobretodo, la muerte de esos hombres-estrellas.
Tener una cita con alguien de la virtualidad es una apuesta como cualquier cita o como abrir cualquier libro, pero el vértigo de no saber si del otro lado hay un carnicero que te va a sacar los órganos o un sado que te va a golpear sin haberte dado antes la palabra clave, creo que es el plus. Antes de salir para mi cita Tinder le quise mandar la dirección a mi amigo C.G pero se la mandé a Mariana, no, a la Enríquez no, a la chonga de Tinder que también se llama Mariana, como yo. Ella me respondió prometo no matarte y meterte en una bolsa, seguido de un jaja y de un yo también le acabo de decir a mis amigas que si en unas horas no contesto tiren la puerta abajo. Me tranquilizó pero mientras manejaba la moto pensé: ¿qué respondería la mina si de verdad tuviera ganas de meterme en una bolsa?
Morir por cojer o morir cojiendo es el en fondo un deseo bastante banal, no somos tan originales deseando. Aunque no podamos decir abiertamente que lo queremos es encontrar el borde entre esas dos pulsiones tan inabarcables entre el sexo y la muerte. Tal vez ese borde esté narrado en la escena amorosa entre Helena y James porque el punto de vista es el de ella, una heroína oscura que ama en la frigidez de la muerte.
Llegué y era Mariana, la de las fotos y toda la previa estuvo incluso mejor de lo que había pensado. En la habitación tuve que suspender la efusividad por el libro que había en la mesa de luz. Éste es el mar. Parece mentira, un golpe de efecto, pero no podía escribir esta reseña sin contar esto. ¿Cómo interpretar esta señal? Y la coincidencia absurda de los nombres. Una trilogía de marianas en ese momento se me antojó de un onanismo siniestro.
¿Salir corriendo o quedarse? Esa era la cuestión. Me quedé porque igual siempre me estoy muriendo. Tengo los órganos intactos es cierto, pero no salí ilesa ni de la cita Tinder ni de la lectura de Éste es el mar.